Jorge Ayala Blanco

El cine actual, confines temáticos


Скачать книгу

aunque hegemónico y todopoderoso, usufructuado en pródiga profusión hilarantes tomas epocales de archivo y rodando con cámara de época para obtener texturas deliberadamente granulosas, para dar la impresión exacta de esa “copia de una copia de una copia” en que se basa, por excelencia o por fatalidad, mecánica y temática e ideológicamente, contando con el eficaz apoyo de las editoras Andrea Chignoli y Catalina Marín Duarte y su gran capacidad de síntesis, mediante saltos espaciotemporales a lo bestia y a lo virtuosístico, de manera brillante, sistemática, arbitraria, discursiva, metaestética. La alegría subversiva acomete a la vez el retrato, la vivisección y el encomio ambiguo de un hombre acosado y atrapado por su oficio y por sus límites (los límites de un hombre son los límites de su lenguaje: Wittgenstein), y no es que la cámara de pronto y para siempre haya enloquecido de amor loco en la contemplación de Gael, con Gael en big close-up 80% del tiempo en pantalla y Gael hasta en la sopa, sino porque ese admirable especimen referencial más que protagónico pese a todo, heroico a su manera aunque contradictorio, está atrapado real y metafóricamente hasta por el encuadre: Gael preocupado o reflexivo o agitado o titubeante, Gael como león enjaulado dentro de planos cerradísimos. Y la alegría subversiva ha hecho la crónica ultrasubjetiva de un referéndum liberador y del desplome de una feroz dictadura latinoamericana (“Se acabó, ya cayó, ya cayó”), aprovechando un error de cálculo suyo, invirtiendo su prepotencia, revertiendo sus datos y llevándolos a sus últimas consecuencias, desmontando su lógica, derrotándola en su propio terreno, y todo ello a través de un ciudadano equis, ya de vuelta a su agua sucia, que sólo quería (¿o podía?) pasear sobre su patineta en libertad.

      La argucia rescatista

      Argo (Argo)

      Estados Unidos, 2012

      De Ben Affleck

      Con Ben Affleck, John Goodman, Alan Arkin

      En Argo, genérico film 3 del eminente actor-realizador californiano de 40 años Ben Affleck (tras el suspenso secuestrador de Desapareció una noche, 2007, y el suspenso barrial Atracción peligrosa, 2010), con férreo guion de Chris Terris basado en un reportaje de Jeshuah Bearman, el arrebatado comandante de la CIA experto en extracciones Tony Mendez (Affleck mismo) urde un plan al parecer descabellado para rescatar a seis empleados estadunidenses clandestinos en la buenaonda embajada canadiense en Teherán durante la revolucionaria toma de rehenes en la representación estadunidense exigiendo la entrega del odiado Sha y, aleccionado por el desternillante maquillista oscareado John Chambers (John Goodman) y el agrio productor en decadencia Lester Siegel (Alan Arkin), organiza una fuga bajo el disfraz-señuelo de falso equipo de inocua filmación aventurera para engañar agentes de los ayatolahs durante la riesgosa cita en el Gran Bazar y cruzar los infernales retenes aeroportuarios iraníes. La argucia rescatista recrea la crisis de rehenes de 1979 para revelar pormenores hasta hoy ocultos a la opinión pública y aprovechar con rutilante eficacia la moda paranoica del thriller de suspenso paramilitar, invocando en la teoría y desbordando en la trepidante práctica la lucidora opacidad del cine lacónico de Clint Eastwood, aunque confirmando su refulgente aunque superficial ideología conservadora, a partir de una concepción geopolítica que va de la justeza en la complejidad justiciera tercermundista del inicio antimaniqueo, al esquematismo caricaturesco de los ladrantes sabuesos iraníes en el aeropuerto. La argucia rescatista resucita los mecanismos de un suspenso múltiple, operando con virtuosística habilidad varias sorprendentes líneas de acción simultáneas, más cerca de la pluridimensionalidad de Stanley Kubrick (Casta de malditos, 1956) o John Frankenheimer (Domingo negro, 1977) que del unidimensional Alfred Hitchcock (En manos del destino, 1956), en paralelo rizomático y proliferante (gracias a la sagaz edición de William Goldenberg), que toma aire desde el asalto a la embajada visto desde la ventana para destruir documentos confidenciales, se aceita en la alternación monstruosa de los ensayos instructores en producción hollywoodense con los avances de las amenazas exterminadoras iraníes contra los espías yanquis, y estalla en la magistral secuencia con resonantes dimensiones corales del cruce del aeropuerto donde confluyen la confirmación de reservaciones al último minuto griffitheano, las barreras de identificación, los interrogatorios en farsi, la reconstrucción de fotos mediante documentos en tiritas y así, cortando el aliento, en la desazón cardiaca. Y la argucia rescatista reinventa la figura del héroe indómito, hecho para la situación límite, imponiendo su razón y la voluntariosa viabilidad de su iniciativa imposible sobre los miedos y reticencias de sus rescatados, sobre las decisiones arbitrarias de su organización e incluso sobre el presidente de Estados Unidos, siempre al final solo contra todo y contra todos, sólo sostenido por su sangre fría, su audacia y la confianza en el absurdo (“Sólo les pido que confíen en mí”), ciegamente visionario, tanto como la reivindicación, cual bombástica guerra instantánea, de un cine ciencia-ficcional pueril, a base de benditos alieniégenas y robotitos y superhéroes archicondecorados en la vida real.

      La marginalidad irredimible

      Elefante blanco

      Argentina-España, 2012

      De Pablo Trapero

      Con Ricardo Darín, Jérémie Renier, Martina Gusmán

      En Elefante blanco, destemplado séptimo largometraje del cuarentón bonaerense fundador del nuevo cine argentino Pablo Trapero (del fascinante minimalismo hiperrealista de Mundo grúa, 1999, y El bonaerense, 2002, al normalizado vigor genérico de Leonera, 2008, y Carancho, 2010), sobre un guion suyo y de Alejandro Fadel, Martín Mauregú más Santiago Mitre y con dedicatoria al sacerdote progresista Carlos Múgica que fuera abatido por la dictadura castrense en 1974, el enfermo pero aguerrido cura tercermundista vuelto villero porteño Julián (Ricardo Darín increíblemente sobrio) y su vulnerable amigo misionero belga Nicolás (Jérémie Renier) se han conocido en el traumatizante horror castrense centroamericano y ahora acometen un titánico trabajo social organizativo de anticorrupción entre (y a favor de) los miserables habitantes invasores del Elefante Blanco (un esqueleto de megahospital semiabandonado desde la época de la dictadura), antes luchando contra las represiones paramilitares o policiales y hoy además contra los narcotraficantes y sus cárteles, apenas auxiliados, ambos tenaces y estoicos religiosos, por la guapa asistenta-activista atea Lucina (Martina Gusmán), en quien se apoya, incluso amorosa y remordidamente, el cura extranjero cada vez que flaquea, que son muchas y todas expansivas, contagiosas, rumbo al sacrificio inútil o al punitivo retiro espiritual. La marginalidad irredimible avanza con ritmo trepidante, virtuosística fotografía de Guillermo Nieto acosada en covachas inmundas o por laberínticas callejuelas, e hinchada / henchida / chida música repetitiva del inglés Michael Nyman, en estridente y ampulosa marcha en planos largos contra jerarquías e instituciones, hasta el respaldo de violentísimas tomas por asalto, hacia ninguna parte, al parecer sin otro objetivo que morderle la cola narrativa al drama edificante. La marginalidad irredimible se concentra en atufar la imposibilidad de ensotanada redención social, recibiendo en plena cara el tufo colectivo, intentando transformarlo y sustituirlo por otro menos visceral, ahora reverente y bienhechor, si bien insostenible, comprometiendo a la fe y avinagrando tanto al relato como a sus héroes límite. Y la marginalidad irredimible termina construyendo a duras penas, constituyendo con dureza el estudio más pesimista concebible sobre el desespero y la trituración personal, más acá de todo enfoque humanista sobre la jodidez y más allá de cualquier apuesta apostólica o alcance ideológico y político simplistas, en la antiinercia de la inerme bondad inane (“No es lo mismo la violencia de ayer que la de hoy, pero nuestro amor sí que es el mismo”).

      La cloaca elegiaca

      Una luz en la oscuridad (W ciemnosci / In Darkness)

      Polonia-Alemania-Canadá, 2011

      De Agnieszka Holland

      Con Robert Wieckiewicz, Benno Fürmann, Agnieszka Grechowska

      En Una luz en la oscuridad, sordo y potente aunque destemplado opus megalómano 16 de la no siempre aberrante ave errante varsoviana de 63 años Agnieszka Holland (luego de Beethoven, monstruo inmortal, 2006, y Janosik, una historia verdadera, 2009), con guion de David F. Shamon basado en la novela En las alcantarillas