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¡Todo debe cambiar!


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encima y que alterarán la vida hasta el punto de imposibilitar la supervivencia de muchas especies en un futuro no muy lejano. Tenemos muchos problemas con los que lidiar —algunos inmediatos, como la Covid-19, y otros mucho más dilatados en el tiempo que nos vienen amenazando: la crisis de una civilización—. Una posible consecuencia positiva de la crisis de la Covid-19 es que podría conducir a la gente a plantearse qué tipo de mundo queremos. ¿Queremos un mundo que nos lleva a esto? Deberíamos reflexionar sobre los orígenes de esta pandemia y por qué surgió. Se trata de un colosal fracaso del mercado que nos conduce directamente a la esencia misma de este, exacerbado por la salvaje intensificación neoliberal de los profundos problemas socioeconómicos. Se sabía desde mucho antes del brote actual que las pandemias podían aparecer y, además, que serían pandemias coronavíricas, ligeras modificaciones de la epidemia del SRAG de hace quince años. Aquella vez, se venció al virus: se identificó, se secuenció y se fabricaron las vacunas. Desde entonces, los laboratorios de todo el mundo podrían haber estado trabajando en el desarrollo de alguna protección contra potenciales pandemias coronavíricas. ¿Por qué no lo han hecho? Los indicadores de los mercados eran erróneos. Hemos entregado nuestro futuro a las tiranías privadas, a empresas que no rinden cuentas ante el público —en este caso, las grandes farmacéuticas. Les es más provechoso fabricar nuevas cremas corporales que encontrar una vacuna que proteja a la gente de una total destrucción—. El Gobierno podría haber intervenido. Recuerdo perfectamente que la poliomielitis fue una amenaza espantosa y terminó con el descubrimiento de la vacuna Salk por parte de una institución gubernamental creada por la administración Roosevelt. No había patentes, estaba disponible para todo el mundo. En esta ocasión, la plaga neoliberal ha impedido que los Gobiernos puedan intervenir. Vivimos bajo una ideología, que los economistas se han esforzado por legitimar, que proviene del sector empresarial. Queda simbolizada por Ronald Reagan, con su radiante sonrisa, cuando leyó el guion que le alcanzaron sus amos los grandes empresarios: «El problema es el Gobierno, tenemos que deshacernos del Gobierno». Está claro que esto significa: «Dejemos las decisiones a las tiranías privadas que no rinden cuentas ante el público». Al otro lado del Atlántico, Thatcher nos instruía explicándonos que no existe eso que llamamos «sociedad», sino solo individuos lanzados al mercado para que sobrevivan como puedan y, más aún, que no hay alternativa. El mundo lleva años sufriendo por culpa de esta ideología y ahora hemos llegado a un punto en el que las acciones que se deberían tomar, como la intervención directa del Gobierno en la invención de la vacuna Salk, están bloqueadas por la plaga neoliberal. Mi opinión es que la pandemia del coronavirus se podría haber prevenido. La información estaba disponible en el mes de octubre de 2019, cuando en Estados Unidos se llevó a cabo una simulación pandémica de alto nivel para evaluar el impacto. Quedó probado que la siguiente pandemia grave causaría una gran pérdida de vidas y provocaría unas consecuencias económicas y sociales mayúsculas. No se hizo nada. El 31 de diciembre, China informó a la Organización Mundial de la Salud de unos síntomas parecidos a la neumonía con una etiología desconocida. Una semana más tarde, algunos científicos chinos lo identificaron como un coronavirus y, además, lo secuenciaron y compartieron su información con el mundo. A estas alturas, los virólogos y quienes se molestaron en leer los informes de la OMS sabían que había un coronavirus circulando y sabían cómo combatirlo. ¿Hicieron algo? Algunos. China, Corea del Sur, Taiwán y Singapur reaccionaron y parece que ahora han contenido al menos la primera ola de la enfermedad. Hasta cierto punto, también ha ocurrido en Europa. Alemania, que ha conseguido salvar su sistema hospitalario del neoliberalismo, disponía de una alta capacidad de diagnóstico y fue capaz de actuar de un modo muy egoísta, asegurando una razonable contención del brote dentro de sus fronteras. Otros países se limitaron a ignorarlo, de entre los cuales el peor fue el Reino Unido. El peor de todos es Estados Unidos, que resulta que está gobernado por un sociópata lunático que un día dice que no hay crisis, que no es más que una gripe, y después dice que hay una crisis terrible y que él ya lo sabía, y al día siguiente dice que todo el mundo debe volver al trabajo porque él tiene que ganar las elecciones. Es estremecedor que el mundo esté en estas manos. Sin embargo, el caso es, una vez más, que la pandemia comenzó con un colosal fracaso del mercado que apunta a unos problemas de fondo en el orden socioeconómico agravados por la plaga neoliberal, y sigue adelante por culpa del derrumbamiento de los diferentes tipos de estructuras institucionales que le podrían haber hecho frente. Son cuestiones sobre las que deberíamos meditar muy en serio porque plantean la pregunta sobre cuál es el tipo de mundo en el que queremos vivir. Si conseguimos superar esta pandemia, habrá opciones que vayan desde el asentamiento de Estados extremadamente autoritarios hasta una radical reconstrucción de la sociedad en lo concerniente a las necesidades humanas, no el beneficio privado. No podemos olvidar que los primeros son compatibles con el neoliberalismo. De hecho, los gurús de esta ideología, desde Ludwig von Mises hasta Friedrich Hayek y otros, fueron muy felices con la enorme violencia estatal, mientras apoyara lo que llamaban la «economía saneada». Recordemos que el neoliberalismo tiene sus orígenes en el seminario que von Mises celebró en Viena en 1920, en el que apenas pudo contener su alegría cuando los protofascitas del Estado austríaco machacaron a los sindicatos y la socialdemocracia del país y se unieron al Gobierno protofascista de los primeros años. En efecto, glorificaba el fascismo porque protegía la economía saneada. Cuando Pinochet instauró su brutal dictadura en Chile, von Mises, Hayek y Friedman estaban encantados; todos querían contribuir a realzar ese maravilloso milagro que iba a sanear la economía chilena y propiciar grandes beneficios a las participaciones extranjeras, así como a una pequeña parte de la población autóctona. No es descabellado pensar que hoy en día se podría volver a instalar un sistema neoliberal salvaje por parte de los autoproclamados libertarios apoyándose en una poderosa violencia estatal. Se trata de una pesadilla que podría materializarse, pero no tiene por qué ser así. Existe la posibilidad de que la gente se organice, se comprometa, tal y como muchos ya están haciendo, y dé pie a un mundo mucho mejor que pueda hacer frente a las enormes amenazas de una guerra nuclear y una catástrofe medioambiental de las cuales no podríamos recuperarnos. Estamos en un momento crítico de la historia de la humanidad y no solo por culpa de la Covid-19, aunque esto debería servirnos de aviso sobre los profundos defectos y características disfuncionales que afectan a todo el sistema socioeconómico. Como este sistema no cambie drásticamente, no tendremos un futuro en el que sobrevivir.

      Srećko: Muchos de los que formamos parte de los movimientos y organizaciones sociales desde hace décadas, las cuales se basan en la proximidad física y social entre las personas, de pronto nos estamos acostumbrando a lo que se ha dado en llamar «distanciamiento social» y «confinamiento» en nuestros hogares. ¿Qué piensa usted que nos reserva el futuro con respecto a la resistencia social en estos tiempos de distanciamiento colectivo que durará todavía unos meses, si no años? ¿Cuál sería su consejo a los progresistas de este mundo —activistas, intelectuales, estudiantes y trabajadores— sobre cómo organizarse en esta nueva situación?, y tal vez pueda decirnos si está usted esperanzado por lo que respecta a que esta situación confusa pudiera ser la antesala de una transformación del mundo, un mundo más ecológico, igualitario, justo y solidario, en contraste con un posible autoritarismo creciente.

      Noam: En primer lugar, debemos recordar que antes de la pandemia ya existían formas de aislamiento social muy perjudiciales. Vaya a cualquier McDonald’s y eche un vistazo a los grupos de adolescentes comiéndose sus hamburguesas sentados alrededor de una mesa, lo que verá son dos conversaciones al mismo tiempo. Una acostumbra a ser una conversación más bien superficial entre los miembros del grupo y la otra es la que cada cual está manteniendo en su móvil desde la distancia. Esto ha fragmentado y aislado a las personas hasta unos extremos extraordinarios. El principio Thatcher de que «no existe esa cosa llamada “sociedad”» se ha ampliado con el mal uso de las redes sociales, las cuales han convertido a las personas en unas criaturas más que aisladas. En los campus de las universidades estadounidenses hay unos carteles que indican «Mira hacia arriba» porque los estudiantes van caminando enganchados a sus móviles. Se trata de un tipo de aislamiento autoinducido muy perjudicial. Ahora mismo estamos en una situación de aislamiento social impuesta desde fuera y solo se puede superar volviendo a crear vínculos sociales de todas las maneras posibles: ayudando a las personas necesitadas, creando organizaciones, haciendo que las ya existentes sean funcionales, planificando el futuro y juntándonos en internet para consultarnos unos a otros, para debatir y encontrar