Fernando Rivas Rebaque

Jesus 33 nombres nuevos


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pone en mi boca un canto nuevo,

      una alabanza a nuestro Dios (Sal 40,1-2).

      ¡Aleluya! Cantad al Señor un cántico nuevo,

      resuene su alabanza en la asamblea de los fieles;

      glorificad su nombre danzando,

      tañendo para él al ritmo de tambores (Sal 149,1-2).

      Los que nos deportaron nos invitaban a cantar,

      nuestros opresores, a divertirlos: «Cantadnos un cantar de Sion».

      ¡Cómo cantar un cántico del Señor en tierra extranjera! (Sal 137,3).

      Canciones eran para mí tus mandamientos

      en la tierra de mi peregrinación (Sal 119,54).

      En los Padres de la Iglesia

      [Jesús] dice al Padre: «Te confieso, Padre, Señor del cielo y de la tierra» (Mt 11,25). Es para mí, Padre, el Señor de cielo y tierra, Padre de aquel por quien todo fue creado. Porque toda la creación se encierra en estos dos vocablos: cuando se dice cielo y tierra. Por eso el primer libro de la Escritura de Dios dice: «En el principio hizo Dios el cielo y la tierra» (Gn 1,1); y también: «El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra» (Sal 120,2). Con el nombre «cielo» se entiende todo lo que hay en el cielo, y con el nombre «tierra» se entiende todo lo que hay en ella; así, al nombrar estas dos partes de la creación, nada de ella se omite (San Agustín, Sermones 68,2).

      En la poesía

      En la vida de David hay un momento que nos enseña en qué consiste la relación con Dios. Se trata del día en que baila delante del arca (2 Sam 6). Desnudo, siendo todo danza, el rey poeta y guerrero pone ante su Dios su realidad entera, su tejido interno de contradicciones, su fuerza y su debilidad. En este instante en que todas sus células reconocen la presencia de su Señor, David se entrega por entero y, en virtud de esta entrega, se convierte en el perfecto receptor: Dios mismo, cada célula de ese misterioso Dios se entrega a David de igual manera. Esa danza en que un Dios y un hombre, desnudos ambos, escuchan la misma música y convierten el peso en gracia, ese acto íntimo de amor esconde la verdad más secreta de la vida.

      INVITACIONES

      • Además de la escena del Evangelio en que Jesús cantó los himnos, creo que en estos otros momentos de la vida de Jesús puedo imaginarle cantando ................ Y, si fuera compositor, creo que esta frase del Evangelio ................... me inspiraría a la hora de componer.

      • Si estamos en grupo, recordamos alguna canción que en algún momento de nuestra vida nos ha ayudado a sentirnos en contacto con él.

      • En estas páginas podemos escuchar a cantores de salmos:

      – https://www.youtube.com/watch?v=chG6xRsX7ns, Messianic Jewish Alliance of Israel (MJAI).

      – https://www.youtube.com/watch?v=h6yb9b_0nkE.

      2

      EL ORANTE

      Jesús se retiró al monte para orar

      y pasó la noche orando a Dios (Lc 6,12).

      ¿Dónde había aprendido a orar? Conocía las oraciones de su pueblo: el Qaddish, que se rezaba en la sinagoga, le dejó huella y, al enseñar a los suyos a dirigirse al Padre, recurrió a su lenguaje: «Magnificado y santificado sea el gran nombre de Dios en todo el mundo que él ha creado de conformidad con su voluntad. Que él establezca su reino durante los días de tu vida y durante la vida de toda la casa de Israel, rápidamente, sí, pronto. Amén».

      También rezaba el Shemá: «Escucha, Israel [...] amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón...», y cuando un escriba vino a preguntarle sobre el mandamiento más importante, su única respuesta fue repetirle esas palabras (Lc 10,27).

      A otra oración de su tiempo se atrevió a darle la vuelta usando la fórmula ritual de bendición: «Te bendigo, Padre, Señor de cielo y tierra...» (Mt 11,25), pero el contenido que le dio era ajeno al sentir religioso de su tiempo: los merecedores de bendición no eran los puros de raza, sanos, varones y cumplidores de la Ley.

      El Dios a quien él decía conocer escondía sus secretos a los que se consideraban superiores y se los revelaba a los pequeños, los ignorantes, los carentes de significación (Lc 10,21). Afirmaba que la locura de Dios es más poderosa que los cálculos y saberes humanos y bendecía a Dios por esta elección, por este revelarse allí donde nadie le esperaba. Ningún judío piadoso habría hablado así.

      ¿Era él «piadoso»? De lo que tenemos constancia es de que su modo de orar, solo y en lugares apartados, resultó extraño a su alrededor, y lo consignaron como un rasgo llamativo: «De madrugada, antes del amanecer, se levantó, se fue a un lugar solitario y allí se puso a orar» (Mc 1,35); «después de despedir a la gente se fue a un monte a orar» (Mc 6,45); «se apartó de los suyos como un tiro de piedra, se arrodilló y oraba» (Lc 22,39).

      En esos encuentros contactaba con el eje transversal que recorría su vida entera, el manantial secreto que la fecundaba, la roca que le daba consistencia. Y luego, cada circunstancia, situación o relación en medio de su vida ordinaria se convertía para él en una ocasión de contacto, recuerdo, súplica, alabanza o acción de gracias.

      En la noche en que iban a entregarle no fue al huerto a meditar, ni a hacer silencio, ni a encontrarse a sí mismo: acudió a la oración para dirigirse a Otro que tenía nombre desde la certeza de su presencia. Al experimentar con angustia su impotencia y su miedo sabía que su única salida era la de confiarse perdidamente en las manos de Aquel que seguía siendo su Pastor y su Guardián (Mc 14,36).

      MARCAS DE PRESENCIA

      En los Salmos

      El lenguaje de los salmos formó parte de su tejido relacional y pudo hacer suyas muchas de sus experiencias:

      La confianza

      El Señor es tu guardián, el Señor es tu sombra, está a tu derecha.

      De día el sol no te hará daño ni la luna de noche (Sal 121,5-6).

      Cuando en lo oculto me iba formando

      y entretejiendo en lo profundo de la tierra,

      tus ojos veían mi embrión... (Sal 139,15-16).

      Fuiste tú quien me sacó del vientre,

      me tenías confiado en los pechos de mi madre,

      desde el seno pasé a tus manos,

      desde el vientre materno tú eres mi Dios (Sal 22,11).

      Aunque camine por cañadas oscuras,

      nada temo, porque tú vas conmigo,

      tu vara y tu cayado me sosiegan (Sal 23,4).

      En tus manos pongo mi aliento,

      tú velas por mi vida en peligro.

      Mis azares están en tu mano (Sal 31,6.11).

      Las súplicas y deseos

      Atiende y respóndeme, Señor, Dios mío,

      sigue dando luz a mis ojos,

      que no me duerma en la muerte... (Sal 13,4).

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