Fernando Rivas Rebaque

Jesus 33 nombres nuevos


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y salvador, en ti espero siempre (Sal 25,4).

      Su saber sobre Dios

      Los sacrificios y las ofrendas no los quieres

      y, en cambio, me abriste el oído;

      entonces yo dije: «Aquí estoy,

      vengo con el pergamino del libro escrito para mí».

      Cumplir tu voluntad.

      Dios mío, lo quiero, tu Ley en mis entrañas (Sal 40,7-9).

      Él libra al pobre que pide auxilio, al afligido al que nadie protege;

      él se apiada del pobre y del indigente, y salva la vida de los pobres;

      él rescata sus vidas de la opresión,

      su sangre es preciosa a sus ojos (Sal 72,12-14).

      Tú, Señor, Dios compasivo y piadoso, paciente,

      misericordioso y fiel... (Sal 86,15).

      Como un padre es tierno con sus hijos,

      el Señor es tierno con sus fieles;

      porque él conoce nuestra masa,

      se acuerda de que somos barro (Sal 103,13).

      Sus quejas y sufrimientos

      Dios mío, Dios mío, ¿por qué me abandonas?

      No te alcanzan mis clamores ni el rugido de mis palabras;

      Dios mío, de día te grito y no respondes;

      de noche, y no me haces caso (Sal 22,2-3).

      Incluso mi amigo, de quien yo me fiaba

      y que compartía mi pan,

      es el primero en traicionarme (Sal 41,10).

      Tengo las espaldas ardiendo,

      no hay parte ilesa en mi carne,

      siento palpitar mi corazón,

      me abandonan las fuerzas

      y me falta hasta la luz de los ojos.

      Mis amigos, mis compañeros, mis parientes,

      se mantienen a distancia (Sal 38,10-13).

      Respóndeme enseguida, Señor,

      que me falta el aliento (Sal 143,4).

      Su agradecimiento y su júbilo

      Dios mío, me siento animoso;

      voy a cantar y tañer para ti, gloria mía:

      despertad, cítara y arpa, despertaré a la aurora (Sal 108,2-3).

      Mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo;

      dichosos los que encuentran en ti su fuerza

      y la esperanza de su corazón (Sal 84,3.5).

      Yo siempre estaré contigo,

      tú agarras mi mano derecha,

      me guías según tus planes,

      me llevas a un destino glorioso (Sal 73,23).

      Tus preceptos son mi herencia perpetua,

      la alegría de mi corazón.

      Me alegro con tu promesa,

      como el que encuentra un rico botín (Sal 119,111.162).

      Al despertar me saciaré de tu semblante (Sal 17,5).

      En los Padres de la Iglesia

      El Señor nos enseñó a orar no solo con sus palabras, sino también con sus obras, ya que él mismo oraba y suplicaba con frecuencia, mostrándonos con su ejemplo lo que nos conviene hacer, como está escrito: «Pero él se retiraba a lugares solitarios, donde oraba» (Mc 6,46); y también: «Se fue al monte a orar y se pasó la noche orando a Dios» (Lc 6,12). Por tanto, si el que no tenía pecado oraba, ¡cuánto más necesitan orar los pecadores! Y si él, velando toda la noche, oraba sin interrupción, ¡cuánto más deberemos velar nosotros, permaneciendo en oración! (San Cipriano, Sobre la oración dominical 29).

      En la poesía

      Dice un poeta que nombrar no basta, y eso que dar nombre a las cosas del mundo fue la primera tarea de Adán. Dice que, desnudo, todo el cuerpo es rostro, que durante el tiempo de la vida buscamos lo alto, pero que morimos transformados en raíces, que hay sombras que no parecen sombras y que lo derramado –el vino, la nieve, las lágrimas– siempre se seca. Que la noche es un libro abierto y que llueve por primera vez cuando la lluvia cae por vez primera sobre la tumba de tu padre. Dice un poeta argentino que la vida se hunde en la carne como una botella vacía en el estanque que la va llenando. Dice Hugo Mujica que en la noche –en su silencio de cristal vibrante, añado yo– están Dios y su latido.

      INVITACIONES

      • Un lugar adonde asomarse –y, si se es valiente, adonde descender agarrándose a una cuerda– es al pozo de silencio de Jesús. Trata de hacer silencio escuchando su silencio, recogiendo aquellas zonas profundas y secretas que su silencio custodia y ofrece.

      • Una dinámica para realizar en pareja: recitarse el uno al otro el Padrenuestro, muy despacio, buscando adoptar alternativamente los roles de quien pide todo y de Aquel a quien todo se le pide. Intenta sentir cómo siente Dios nuestra necesidad de pan, de perdón, de confianza.

      • Ya que Jesús destacó por sus dotes de ornitólogo y de botánico, estaría bien frecuentar los templos de los pájaros y de los lirios. En familia, en comunidad, en solitario: busca lugares cotidianos donde rezar desde la cercanía de estos maestros de oración de los que Jesús aprende a contemplar y a celebrar el misterio de la vida.

      3

      EL ADMIRADOR

      Al oírlo, Jesús se admiró y, volviéndose,

      dijo a la multitud que lo seguía:

      «Una fe semejante no la he encontrado

      ni en Israel» (Lc 7,6).

      En varias ocasiones, Jesús aparece como sujeto del verbo «admirarse» (thaumazō), dos de ellas en relación con la fe que descubre o echa de menos en sus interlocutores. Le admiró la fe de aquel centurión romano que no se sentía digno de recibirle en su casa, pero que confiaba en el poder de su palabra: «Os aseguro que ni en Israel he encontrado una fe tan grande» (Lc 7,6-9).

      ¿Qué es lo que admiraba? ¿En qué consistía esa actitud que él reconocía en algunas personas? La descubrió en los cuatro que descolgaron a un paralítico por el tejado «viendo la fe de ellos...» (Mc 2,5); también en la mujer con flujo de sangre, y afirmó que era esa fe la que la había salvado (Mc 5,34), y en la cananea: «Mujer, qué fe tan grande tienes...» (Mt 15,28). ¿Qué es lo que admiraba en esos personajes?

      Quizá que, desde su situación de carencia e impotencia, no se encerraran ahí, sino que fueran más allá de sus miedos e inseguridades, que salieran de ellos mismos y se pusieran en movimiento hacia alguien que merecía su confianza y del que esperaban sanación y apoyo.

      Cuando actuaba en su favor, no reivindicaba sus actos como poder: afirmaba que el verdadero poder estaba en la fe de ellos y que había sido esa fe la que lo había «activado». Y los que esperaban ser salvados en pasiva descubrían que la sanación recibida procedía de su propia fe.

      Un