Fernando Rivas Rebaque

Jesus 33 nombres nuevos


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las manos y los pies,

      y puedo contar mis huesos.

      Ellos me miran triunfantes,

      se reparten mi ropa, se sortean mi túnica.

      Pues tú, Señor, no te quedes lejos;

      fuerza mía, ven corriendo a auxiliarme (Sal 22,18-22).

      En los Padres de la Iglesia

      Adán, que fue a buscar el vestido (cf. Gn 3,7), fue vencido, mientras que el vencedor es aquel que se despojó de sus vestidos. Él subió con la misma realidad con la que la naturaleza nos había formado bajo la acción de Dios. Así había vivido el primer hombre en el paraíso, y así también entró el segundo hombre al paraíso (cf. 1 Cor 15,47). Y con el fin de que el triunfo no fuera para él solo, sino para todos, extendió sus manos para atraer todas las cosas hacia sí (cf. Is 65,2), con propósito de romper las ligaduras de la muerte, atarnos con el yugo de la fe; unir al cielo todo aquello que antes estaba ligado a la tierra (San Ambrosio, Exposición sobre el evangelio de Lucas 10,110).

      En la poesía

      Habla Francisco de Asís:

      De esta forma me libré

      de todos los ropajes,

      de todas las fiestas,

      de los banquetes,

      de los gritos,

      de las palabras vanas,

      de la violencia.

      Me encontré solo

      frente a un nido de pájaros,

      pobres, solos, entumecidos por el frío,

      que eran los ángeles de mi pobre discurso.

      El Poverello de Dios se asoma al mundo desde los labios de Alda Merini, que también se desnudó y se convirtió en una despojada vagabunda que se paseaba por la vida bajo el techo –pobre y cálido, como un establo– de la poesía.

      INVITACIONES

      • Hago memoria de algunas situaciones de «despojo» y pérdidas vividas a lo largo de mi historia y de lo que aprendí en esos momentos.

      • «He quitado muchas cosas inútiles de mi vida y Dios se ha acercado para ver qué estaba pasando» (Christian Bobin). Paseo estas palabras por mi interior, detectando sus resonancias...

      • Si estamos en grupo, nos ayudamos a ensanchar la mirada para abarcar a algún colectivo de hombres y mujeres que en este tiempo están siendo despojados y desposeídos de sus derechos, su dignidad o sus tierras. Sentimos su causa como nuestra, la incorporamos a nuestra conciencia y a nuestra oración.

      5

      EL DISIDENTE

      Este hombre no es de Dios,

      porque no guarda el sábado (Jn 9,16).

      Era evidente para todos que ni daba importancia a las prescripciones sobre el sábado (Mc 2,27) ni se mostraba interesado por las normativas sobre la pureza ritual o los alimentos (Mc 7,18-23).

      Entendía y sentía la voluntad de su Padre de una manera diferente, y mostró también su disidencia cuando algunos pretendieron intervenir en su vida, doblegar su comportamiento o cambiar sus decisiones: había iniciado su camino desobedeciendo a la voz que en el desierto le conminaba: «Convierte estas piedras en pan, tírate abajo..., póstrate...» (Mt 4,1-11), y siguió haciéndolo después, cuando algunos pretendían plegarle a sus propios planes.

      Cuando Pedro le oyó anunciar que le esperaban el fracaso y la reprobación, y trató de disuadirle, recibió una respuesta tajante: «Pedro, ¡detrás de mí! Piensas al modo humano, no como Dios...» (Mc 8,33).

      Nadie podía tomarle la delantera o señalarle una trayectoria que él había confiado a las manos de Otro. Sus discípulos intentaban protegerle y poner barreras para impedir que se le acercara gente que le acosaba con sus demandas: «¡Despide a esa mujer!», le conminaron impacientes para evitar el acoso de aquella cananea insistente (Mt 15,23).

      En un primer momento pareció que conseguían su complicidad: «He sido enviado solamente a las ovejas descarriadas de la casa de Israel...», pero ella consiguió acercarse y, al oír sus argumentos, él reconoció la llamada del Padre a abrir de par en par las puertas del Reino y decidió desobedecer la tradición que ordenaba excluir a los gentiles.

      «¡Despídelos!» (Mc 6,36), le dijeron en otra ocasión sus discípulos para evitar hacerse cargo de una multitud en el descampado: no aceptó el consejo y volvieron a imponerse su inclinación al amparo y al cuidado: «Me dan compasión [...] no quiero que desfallezcan por el camino...» (Mc 8,2-3).

      A veces, por debajo de las actitudes de la gente adivinaba las órdenes que intentaban darle sin expresarlo abiertamente: «Seguro que me diréis: “Haz aquí, en tu ciudad, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún”» (Lc 4,23).

      Nadie consiguió por la fuerza arrancarle alguno de aquellos gestos de cercanía que fluían de él sin esfuerzo ante la gente desvalida. Cuando eran estos los que suplicaban, sus demandas resonaban en él como imperativos: «¡Baja antes de que muera mi hijo!» (Jn 4,49); «mi hijita está en las últimas, ¡ven!» (Mc 5,23); «“Señor, ¡ayúdame!” [...] “Ve, que tu hijo vive...”» (Mt 15,25). Les obedeció como si le dictaran órdenes y sus hijos quedaron curados.

      El resistente a cualquier coacción se volvía accesible y obediente a las demandas que nacían de las entrañas angustiadas de un padre o una madre. Quizá estaba oyendo a través de aquellas voces la otra Voz, aquella a la que estaba acostumbrado a responder siempre: «Sí, Padre...» (Mt 11,26).

      MARCAS DE PRESENCIA

      En los Salmos

      Como un padre siente ternura por sus hijos,

      siente el Señor ternura por sus fieles;

      porque él conoce nuestra masa,

      se acuerda de que somos barro (Sal 103,13-14).

      El Señor mira por sus fieles,

      por los que esperan en su lealtad,

      para librar sus vidas de la muerte

      y reanimarlos en tiempo de hambre (Sal 33,18-19).

      En el camino de tus preceptos disfruto

      más que con cualquier fortuna.

      Tus órdenes son mi delicia,

      no me olvido de tu palabra (Sal 119,14.16).

      En los Padres de la Iglesia

      Gracias a Aquel que abrogó el sábado con su plenitud.

      Gracias a Aquel que regañó a la lepra y no la dejó permanecer.

      También la fiebre, al verle, tuvo que partir.

      Gracias al Misericordioso, que ha llevado nuestras cargas.

      Gloria a tu venida, que ha dado la Vida a los hombres...

      Gloria al Silencioso, que nos ha hablado por su Voz...

      Gloria al Espiritual, que ha querido que su Hijo se hiciera cuerpo,

      para que en él fuese tangible su poder,

      y por su cuerpo viniesen a la Vida los cuerpos de sus hermanos.

      La naturaleza que jamás nadie ha tocado

      tuvo sus manos presas y atadas, sus pies