Fernando Rivas Rebaque

Jesus 33 nombres nuevos


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no le había provocado admiración, sí se la despertó el gesto de una viuda pobre echando sus dos moneditas en el tesoro (Mc 12,41-44). Y ella nunca llegó a saber que un desconocido la había convertido en modelo del que sus discípulos debían aprender.

      MARCAS DE PRESENCIA

      En los Salmos

      El pueblo de Israel, a lo largo de los siglos, había compuesto salmos, himnos, oraciones y cánticos. El objeto de una admiración que se convierte en alabanza son las maravillas, gestas, hechos extraordinarios y hazañas de su Dios, y el vocabulario que emplean es riquísimo: exaltar, ensalzar, alabar, confesar, pregonar, engrandecer, elogiar, glorificar... Alegrarse, regocijarse, estar jubiloso, exultar, gozarse alegremente... Cantar, tocar, gritar de gozo, vitorear, aclamar, pulsar las cuerdas de un instrumento, batir palmas, cantar alternando... Contar, narrar, anunciar una buena nueva, declarar, recitar, anunciar, proclamar, repetir, meditar, revivir, visibilizar, comparar...

      Alabar –hll– se usa 57 veces en los Salmos, mientras que amar, servir, confiar, esperar, solamente dos.

      Cuántas maravillas has hecho, Señor, Dios mío;

      cuántos planes en favor nuestro: nadie se te puede comparar.

      Intento decirlas y contarlas, pero superan todo número (Sal 40,6).

      En los Padres de la Iglesia

      [Jesús le dirá a la mujer con flujos de sangre:] «Ahora retoma el ánimo, mujer, que yo he querido que me robaras por tu fe: vete tranquila en adelante, porque no ha sido para reprenderte por lo que te he puesto en medio de todos estos, sino para darles ahora confianza de que, cuando se me roba, yo me alegro, no me enfado. De ahora en adelante vete curada, puesto que hasta el fin de tu enfermedad me has gritado: “¡Salvador, sálvame!” Lo que ha sucedido no es ahora obra de mi mano, sino de tu fe. Ciertamente, muchos han tocado la orla de mi vestido, pero no han conseguido poder alguno, puesto que no han aportado la fe; pero tú me has tocado con mucha fe y has recibido la curación. Por eso te he conducido ahora delante de todos para que grites: “¡Salvador, sálvame!”» (Romano el Cantor, Himno 58,19-20).

      En la poesía

      Desde hace algunos años, al menos una vez por estación, camino por el parque del Retiro acompañado por ella. Miro cómo pone su mirada –como si fueran únicas o estuvieran recién hechas– sobre las criaturas que viven en ese microcosmos del centro de Madrid: almendros, sauces y eucaliptos, gorriones que se posan en sus ramas, el agua acariciada por los peces, estatuas de piedra enverdecida, niños que saltan frente a ellas y ancianos que pasean con los niños. Todo brilla en la limpieza de sus ojos. En la mirada de Vanesa Pérez-Sauquillo se espeja lo que sus versos cantan:

      Hay un cuenco de asombro

      en el umbral

      de los que saben esperar milagros.

      INVITACIONES

      • ¿Qué te sorprende o admira más de Jesús? ¿Por qué? ¿Ha sido así siempre esta admiración tuya o ha variado a lo largo del tiempo?

      • Dividimos un folio en dos partes y en una pones lo que maravilla a Jesús; en la otra, lo que te maravilla a ti: ¿qué parecidos y diferencias encuentras? ¿A qué se pueden deber?

      • Los otros admiradores de los evangelios: José y María (Lc 2,33); la gente (Mt 15,31); Nicodemo (Jn 3,7); discípulos (Jn 5,20.27); Poncio Pilato (Mc 15,5). ¿Con quién te identificas más?

      • ¿Qué mecanismos se ponen en marcha cuando surge la admiración? ¿Hay algún órgano especializado en la sorpresa? ¿A qué nos invita el asombro? ¿Qué nos pasa cuando perdemos la capacidad de la admiración?

      • ¿Dónde crees que se encontraban las fuentes de la admiración en Jesús? ¿Cómo las cuidaba? Haz un listado de estas fuentes y formas de cuidado del asombro y ponlas en relación. ¿Qué elementos de estas fuentes y cuidados pueden ser útiles para nuestro tiempo?

      4

      EL DESPOJADO

      Terminada la burla, le despojaron

      del manto de púrpura (Mc 15,20).

      No tenía mucho más que pudieran quitarle: él mismo había reconocido que ni siquiera tenía dónde reclinar la cabeza (Mt 8,20) y por eso podía hacer suya con toda verdad la afirmación del salmo: «El Señor es mi pastor, nada me falta» (Sal 23,1).

      No parecía faltarle nada: «Solo hay una cosa necesaria», decía (Lc 10,43), y él la llevaba dentro. Por eso caminaba sin un domicilio fijo, sin barca ni cabalgadura propias para desplazarse; sin una parcela de su propiedad donde retirarse a rezar; sin un local que fuera suyo para juntarse a cenar con sus amigos; sin la seguridad de un lugar para ser enterrado si le sorprendía la muerte.

      Era así como enviaba a los suyos, sin alforja, sin bastón, sin túnica de repuesto, sin dinero, sin otro par de sandalias, confiados en la hospitalidad que recibirían en su camino: tenían que mostrarse desinteresados, sin preocuparse por su subsistencia, dispuestos a recibir de otros y a depender de la generosidad de quienes los acogieran.

      Ellos ofrecían algo que no les pertenecía, y su presencia era portadora de una autoridad y un mensaje que habían recibido, por eso no debían reclamar compensación, sino abrirse a recibir el sustento de quienes los recibían.

      Era precisamente su carencia la que los abría a la esplendidez de otros, llamados a sostener a los itinerantes. Se estaba inaugurando una relación de intercambio de dones muy diferente de la compraventa: «Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis» (Mt 10,8).

      Era un modo nuevo de relacionarse con el dinero y pocos se arriesgaban a hacerle preguntas sobre ello. Cuando uno le pidió que interviniera en un asunto de herencia, la reacción de Jesús fue fulminante: «¿Quién me ha nombrado árbitro entre vosotros?» (Lc 12,15). No se sentía árbitro, pero su consejo, más bien su imperativo de hacerse amigos con el dinero (Lc 16,9), definía de manera absoluta las reglas del juego.

      Suponía una ruptura absoluta no solo con la ambición, sino con los argumentos más honorables y equitativos: «Es para el servicio del bien común», «es una herramienta de funcionamiento», «sirve para invertir e intercambiar»...

      Todo se fundía ante aquella finalidad inesperada de «hacerse amigos», y la sentencia irrumpía en el mundo de la economía como un torrente de agua limpia: palabras como «amistad», «compartir», «abrazos», «afectos», «fidelidad», «franqueza», «generosidad», entraban en competición con «negocio», «mercados», «ganancias», «transacciones», «deudas»...

      Y eso era mucho más subversivo que el gesto de derribar las mesas de los cambistas y vendedores en el Templo.

      Como si fueran dos páginas distantes del Evangelio pero que al doblarlas coinciden, la desnudez de su nacimiento coincidió con la de su muerte, cuando echaron a suertes su túnica (Mc 15,24) y volvió a estar tan desnudo como en el pesebre.

      El Señor seguía siendo su pastor, no le faltaba nada.

      MARCAS DE PRESENCIA

      En los Salmos

      Me alegro con tu palabra

      como el que encuentra un rico botín.

      Mi delicia es tu voluntad,

      más estimo yo los preceptos de tu boca

      que miles de monedas de oro y plata (Sal 119,71.162).

      Los mandatos del Señor son rectos, alegran el corazón,

      más preciosos que el oro, más que el oro fino,

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