se despidió con un beso. Corrí a asomarme a la ventana de la cocina que daba a la calle; la pude mirar alejarse entre las sombras. Luego de que desapareció a lo lejos, me quede ahí petrificada; mis ojos se movían de una a otra edificación. Sobresalían los hermosos techos rojos, de dos a cuatro aguas rematados en cornisas cuadradas o rectangulares. El techo parecía ocupar la cuarta parte de las casas, edificios de cuatro pisos. Las ventanas eran todas iguales, se diferenciaban tan solo en la fachada de la entrada. La oscuridad iba decreciendo poco a poco, la penumbra matinal en horas tardías era extraña a mis sentidos, perdí por completo la percepción del tiempo real.
Luego me volví a mirar. La cocina era muy espaciosa, varias mesitas de madera y estantes la adornaban; el pequeño juego de comedor, regalo del abuelo de Dominic, frente a la nevera, se veía insignificante en medio de la gran estancia. Me pareció extraño encontrar muy bien dispuestos cinco recipientes recolectores de basura; los inspeccioné con cuidado para comprobar si efectivamente me encontraba en lo cierto. La basura generada, por el momento, era el tópico menos importante a descubrir aquella mañana de inicios de diciembre lejos de la patria querida. Cociné huevos revueltos y papas (el consumo de tubérculos no es habitual en la alimentación en Alemania).
Luego de desayunar y lavar la loza y ordenar la ropa, mientras mi hijo entraba a internet a ver las novedades de nuestro país, extraje de la biblioteca un gran volumen y dediqué el tiempo restante antes del almuerzo a la contemplación de imágenes de Van Gogh. Atrajo mi atención una representación pictórica en donde olas de gran tamaño aparecían enroscadas, en forma de remolino, y el túnel en medio del cual destacaba un flash de luz. Una isla flotante con iglesia y casas emergía en medio de la cosa acuosa. Era la imagen impresa en una de las postales, regalo de la Doc, la cual expresaba lo siguiente de puño y letra, en la postdata:
La creatividad para mí es la máxima expresión de la inteligencia. Poder pintar requiere de una capacidad enorme para plasmar dimensiones y perspectivas en un papel o lienzo, de manera casi exacta sin necesidad de utilizar mediciones. Además, requiere de una sensibilidad para captar colores, brillos y emociones en objetos inanimados. Quisiera pensar que soy una persona creativa o que podría llegar a serlo. Vincent Van Gogh lo era. Pero también era un enfermo mental, una persona solitaria, psicológicamente inestable que se cortó una oreja después de una disputa con un amigo y que más adelante se disparó en el abdomen. Es un precio muy grande el que hay que pagar para ser extraordinario.
Eran cuatro réplicas de pinturas, las cuales pude apreciar con detenimiento en la quietud del hogar al volver de Alemania. La siguiente postal pertenecía a Otto Dix (1891-1969). Se trataba de una mujer sentada sola dentro de un café o de un pequeño bar. Fumaba un cigarrillo; sobre su mesa, una copa de vino a medio consumir. Toda ella estaba inmersa en sus pensamientos, parecía ignorar el mundo a su alrededor. Refiriéndose a la imagen, Lara anotó en su respaldo:
Esa mujer de allí no me inspira fealdad, ni tampoco desprecio. Prefiero pensar que es una mujer fuerte e independiente, una mujer intelectual quien sabe lo que quiere, una mujer que quizás después de muchas decepciones ya no crea en el amor. Quizás haya decidido quedarse soltera y disfrutar su vida al máximo con pasiones profundas, lecturas extensas y viajes extraordinarios. Seguramente es una mujer sin instinto materno, alguien quien decidió no tener hijos, ni marido, para dedicarse al cien por ciento a sí misma y al descubrimiento de su yo y de su felicidad.
La imagen siguiente representaba un cuadro pintado por Gustav Klimt (1862 - 1918), la cual decía lo siguiente:
Siempre he querido saber si Gustav Klimt quiso transmitir su ideal del amor en este cuadro, o si cada elemento de él tiene algo que decirnos. El hecho de que la mujer esté arrodillada y con los pies al borde de un abismo significa algo. Creo que en las relaciones de pareja siempre hay alguien en una posición de desventaja y ese alguien es siempre el que ama con más intensidad. El amor nos hace vulnerables, es un éxtasis peligroso, es la felicidad de contemplar el esplendor al borde de un abismo. Tienes que sentirte protegido para poder disfrutar de la vista.
La siguiente postal la omito por encontrarme en total desacuerdo con la interpretación idealizada que hace de sí misma mi hija. Quizás más adelante, si encuentro pertinente acotarlo dentro del contexto de un capítulo, pueda esgrimir mis argumentos o arrepentirme y dar a conocer el contenido de la misma.
CAPÍTULO DOS
Anclado sobre una colina divisamos el castillo esa tarde del primer fin de semana de estadía en Alemania. Tan solitario como el camino que conduce hasta él. No encontramos una sola alma por esos lares. Íbamos forrados hasta los dientes mi hijo y yo, porque la temperatura descendía cada día más y no queríamos exponernos a pescar un resfriado que nos aguara el disfrute de los siguientes días. Y pese a ello, por primera vez, el frío penetró hasta la piel de nuestros pies y de nuestras manos. El castillo se encontraba cerrado. Entonces Lara optó por fotografiarnos a las afueras de la monumental edificación rodeada de un patio de varias hectáreas salpicadas de pequeños lagos y mucha vegetación, árboles semidesnudos y otra clase de flora extrañamente verde para la época. Caminamos un poco los alrededores asequibles de la antigua construcción, luego nos dirigimos al centro de la ciudad; allí pasaríamos el resto de la tarde.
Cenamos en un restaurante; los colombianos pedimos comida griega, chuzos de cordero acompañados con vegetales. El alemán se inclinó por otro platillo, comida típica de otra región. Al terminar de comer, Hugo se dirigió al baño, Toilette en alemán, ubicado en el piso superior. Los demás nos quedamos disfrutando de una gran copa de Berliner Kindl Weisse, una cerveza con sabor a frambuesa y aspecto de vino espumoso, mezclada con cereal seco. Mientras, nuestra espléndida anfitriona hablaba sobre los planes para celebrar el cumpleaños de Dominic, al día siguiente. La primera intención fue celebrarlo en un restaurante en Kassel, la ciudad más cercana y conocida por él, pero se interponía entre sus planes el horario de trabajo de ella, en el hospital. Cuando se encontraban hablando sobre la segunda opción apareció Hugo, visiblemente agitado, apuntando hacia la alta ventanita del frente. Dirigimos la mirada hacia allá, para ver de qué se trataba.
¡¡Estaba nevando!!
Veía caer la nieve por primera vez a mis casi sesenta años de edad; esas pequeñas partículas, como fragmentos de raspadura de hielo, que planeaban con la delicadeza de mariposas traslúcidas. Nos quedamos en silencio, mirando hacia afuera. Dominic, respetuoso por el momento único, y mi hija tan emocionada como nosotros, pues nos había llevado hasta allá, entre otras cosas, a conocer la nieve, y su objetivo se estaba cumpliendo antes de lo previsto. Salimos presurosos a la calle para palparla; Hugo abrió los brazos y giraba sobre sus pies sin mirar a su hermana, quien lo fotografiaba tratando de captar con su lente aquel momento en el polo opuesto de lo visto o experimentado por nosotros dos.
Los transeúntes pasaban, unos presurosos, otros sin mucha premura, se cobijaban bajo paraguas negros sin darle la menor importancia al fenómeno que ocurría. Pero a mi hijo y a mí nos mantenía con las cabezas vueltas hacia arriba, hipnotizados por las partículas traslúcidas y bien definidas que flotaban y caían sobre nuestros rostros y abrigos. Di gracias a la Tierra por su perfecta inclinación, que hacía esto posible, y también por permitirme conocer aquella gracia natural invernal y las circunstancias que la provocaron. Caminamos entre la nieve y, a pesar de la lluvia blanca, la temperatura era menos sobrecogedora, se hacía muy soportable. Dominic nos explicó un fenómeno bonito, cuando la nieve desciende bajo los rayos del sol; tendríamos la oportunidad de verlo más adelante.
No nos habíamos atrevido a salir solos, a pesar de la insistencia de la pareja, quienes nos instaban a conocer los alrededores. Pasaban los días y seguíamos paralizados por el miedo a lo desconocido. Por otra parte, el clima seguía difícil de pronosticar; a días nevados seguían otros calentados por el sol, pero al atardecer llovía. El universo europeo se dejaba apreciar en todos sus contrastes: calentaba el sol, luego llovía, y por último nevaba; y todo consecutivamente en un mismo día.
¡Por fin, el nuevo el fin de semana! Salimos los tres a pesar de los pronósticos de lluvia. Dominic no pudo acompañarnos porque se encontraba en una capacitación laboral, en Frankfort.
Yo necesitaba salir al aire libre, después de días entre