Delcy Escorcia

Bitácora de viaje


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el agua el espíritu de Harmonía embelleciendo el paisaje con su vara mágica; las casas parecían colocadas allí sin alterar el orden natural. En nuestro recorrido por el río Elba nos fuimos acercando a los viejos edificios en cuyas instalaciones funciona el mercado de abastecimiento, donde se comercializa el pescado. En la orilla opuesta, medio internada en el agua, se encontraba ubicada la moderna edificación del famoso musical El rey león. Los boletos de entrada debían comprarse con varios meses de anticipación, pues se trataba de la puesta en escena de los artistas más destacados de Hamburgo y otras partes de Europa. La embriaguez del paisaje se acentuaba, se hacía cada vez más voluptuoso al descender lentamente por mi garganta, envolviéndome en oleadas de calor tras cada sorbo de vino caliente.

      La conversación versaba sobre todo lo ocurrido en los días anteriores, sobre los viajes, acerca de la invitación hecha por el abuelo, postergada por sus ocupaciones recreativas hasta cuando las circunstancias le posibilitaron ejecutar la promesa de llevarnos a cenar.

      Traje a colación lo que sucedió en el restaurante típico alemán llamado La Corona, y la manera tan casual como pude despejar los interrogantes que tenía al entrar al lugar. Fue un encuentro tan extraño e inédito, en circunstancias particulares, donde invitados e invitador nos expresamos en un lenguaje diferente. Debimos entendernos con señas y medias palabras. Degustamos un exquisito gulasch aconsejado por el abuelo; yo entendía que se trataba de un plato originario de Hungría. Dominic intervino para aclarar:

      —Ese platillo fue adoptado por la costumbre alimenticia alemana hace ya mucho tiempo, por lo cual se duda sobre su verdadera procedencia.

      Tenía razón. Pude observar que se encontraba incluido dentro del menú de un restaurante típicamente alemán.

      Un barco de desproporcionadas dimensiones interrumpió la conversación al pasar junto a nosotros rumbo al mar del Norte. El agua me salpicó al entrar por debajo de la rendija de la ventanilla en el mismo instante que repartían otra tanda de vino caliente, y con el vaso de vino espumoso pude apaciguar el embrujo del paisaje dimensionado en mi mente. La barcaza seguía desplazándose lentamente, con un leve estremecimiento, cerca del astillero donde se atracaban los barcos. Recordé también al hombre de las gaviotas; había leído sobre el cuidador del hábitat de los pájaros, un islote situado en medio del río en ese territorio. Pero fue un pensamiento fugaz.

      Al desembarcar, mi hija lucía radiante; los destellos del agua habían permeado el aura que la envolvía y sus blancas mejillas se notaban ligeramente sonrosadas; llevaba enredada en el cuello, debajo del largo abrigo, una bufanda roja, y sobre su cabello largo y rizado portaba un gorrito tejido en forma de boina. Usaba guantes en los días más fríos y ese día los llevaba puestos. Calzaba botas oscuras de tacón, más altos de lo acostumbrado, le cubrían hasta por encima de las rodillas. Caminaba abrazada a su marido, con mucho garbo. Cada tanto miraba hacia atrás, así inspeccionaba nuestra cercanía. Siempre atenta y dispuesta a llevarnos hacia los mejores lugares y sitios destacados de la ciudad, sin escatimar en gastos. Me sentía segura al lado de la Doc y su acompañante. Alcanzar tal grado de seguridad no había sido fácil. Sus mensajes lo expresaban a veces de manera contundente:

      Estoy sintiendo un poco de peso masculino. He sentido últimamente que en mi condición de mujer tengo que hacer más esfuerzo para ser escuchada por mis compañeros hombres. Así que me toca estudiar más duro, para callarles la boca a los machistas enmascarados.

      Un año después de haber llegado a Alemania, ya se encontraba calificada y desempeñaba su profesión luego de aprender el idioma. El nueve de septiembre de 2017; día de su cumpleaños, fue programado el examen de homologación del título, el cual lo superó con estupendas calificaciones, y fue felicitada por el cuerpo médicos encargado de evaluarla. Pocos meses después le entregaron el permiso de permanencia indefinida (unbefristete Niederlassung). Entonces y solo entonces consideré la posibilidad de viajar hacia Alemania. Ella era muy disciplinada en la consecución de sus metas. Con su debido contrapeso, quien además de ser su compañero representaba una ayuda fundamental en su progreso personal. En lo profesional también se encontraba en vías de alcanzar sus objetivos académicos, un posgrado.

      Hace ya de eso algunos años escribí, al regresar a Cartagena, un libro centrado en los tópicos negativos y destructivos de la sociedad donde había nacido y permanecido hasta que partí junto a mi esposo. Porque al regresar a mi tierra natal, tras largos años de vivir en otra ciudad, hallé una ciudad diferente a la de mis años mozos; se encontraba llena de defectos y mucho más marginal. Pero luego pude comprender que sus carencias han sido eternas porque no ha contado con mecanismos válidos, ni buena disposición gubernamental para explotar el recurso más inagotable del ser humano: el cerebro. A las clases sociales más precarias, alejadas de las murallas de piedras, el mismo impulso de retroalimentación las mantiene circulando dentro del mismo formato.

      Pero aún seguía en Hamburgo, unas veces ahí atrapando los instantes y otras veces envuelta en la niebla de mis reflexiones.

      Y, en contraste, ¿cómo pudo esta ciudad transformarse de aquella manera? Su antigüedad la posibilitaba para alcanzar aquel tremendo grado de desarrollo, pero ¿dónde estaba la fuerza motriz capaz de mover la palanca para catapultarla lejos del momento aciago, después de la última guerra padecida?

      Lejos, en el tiempo de los imperios caídos y sepultados por una fuerza avasalladora, y sumando la letalidad de dos pavorosos incendios descritos en sus referencias históricas, los cuales también la habían hecho declinar…, pero la razón había reencarnado para formar héroes diferentes. ¡En el presente contaban con cinco empresas en el sector creativo por cada mil habitantes!

      Eso era algo desproporcionado para asimilar en tan solo un día, debía encontrarme en Hamburgo para reflexionar sobre su alta capacidad imaginativa y creadora. Su riqueza no se hallaba en el subsuelo, o en el lecho de los ríos, como el oro y otros minerales. La verdadera capacidad de esta ciudad se hallaba en la cabeza de sus ciudadanos, en la magnitud de sus creaciones, en la fuerza de sus pasiones, en la contundencia de los hechos demostrados.

      Entonces mi hija se rezagó para caminar a mi lado, enlazándose a mi brazo, e interrogó:

      —¿Por qué andas ida, mamita, que te pasa, no estás contenta?

      —¡Claro que lo estoy! —afirmé, imprimiéndole a mi respuesta el mayor énfasis posible—. ¡Cómo podría no estarlo!

      Pero ella seguía esculcándome con las rayas oblicuas de sus ojos medio orientales. Sabía perfectamente cuando mis pensamientos eran lúgubres e inciertos. Me conocía tanto como Hugo, nada podía engañarlos, mi cuerpo les revela todo: pueden mis labios estar distendidos en una sonrisa, puede que mis ojos espabilen tratando de ocultar el trasfondo de mi alma, puedo señalar otro objetivo y enfatizar lo dicho con mis palabras; pero nada de lo dicho o hecho les oculta el peso de mis pensamientos. Entonces dijo:

      —Si tienes hambre o estás cansada, podemos entrar a un museo, o ir a comer ahora mismo si lo prefieres.

      ¿Museos? Eran, en verdad, lo más admirable y terrorífico en medio de estas magníficas ciudades. Salía de ellos muerta del cansancio dada la multiplicidad de objetos de distintas épocas existentes en su interior, bien cuidados y tremendamente ilustrativos.

      ¡Y los castillos!

      Llegué a odiarlos. Grandes y portentosos, tanto que a veces no bastaba toda una mañana para recorrer una sola ala; derecha o izquierda. Decorados con toda la parafernalia que existía y el dinero podía comprar o darse el lujo de inventar, con mesas con decoraciones en alto relieve, esculpidas por el más febril y sobresaliente artesano de la época. Miles de cuadros colgaban de sus paredes enseñoreando a los reyes, a sus esposas, a los hijos de los monarcas de turno y a miembros importantes de la corte. Destacaba el lujo y la pompa bien acabada por la pluma o el pincel, exacerbado el sentido agudo del artista al modelar la materia y expresar sus ideales de belleza en tonos sutiles, con tiempo e imaginación para trasmitirlo al lienzo, a las paredes, a la madera, al mármol o al oro. Resaltaba en cada rincón de los espacios la riqueza del detalle, la armonía de colores y texturas, pero desbordados a tal punto que abrumaban. Un día dijo mi hijo, cansado y extenuado de recorrer pasillos que llevaban a estancias en donde no cesaba de fluir el color