Ángeles Finque Jiménez

La intervención del socialismo en la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930)


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no cercenó una democracia porque esta verdaderamente no existía, las elecciones eran del todo irregulares con fraude sistemático del procedimiento electoral, y el devenir de los acontecimientos políticos y sociales así lo constató. La indudable situación del sistema de la Restauración fue descrita en toda su crudeza por el socialista Luis Araquistáin al expresar:

      Primo de Rivera, en su manifiesto a la nación, declaró que el pronunciamiento militar llegaba para solventar las graves dificultades políticas, sociales, económicas y militares existentes en España. Su gobierno eliminaría el sistema caciquil y establecería el orden público tan deseado por la sociedad española; proponiendo también distintos proyectos y reformas en la administración del Estado. Para la alta burguesía, clases medias y el Ejército, la Dictadura representó el remedio para tratar los problemas que tenía el país.

      Sin duda, las causas del pronunciamiento militar fueron complejas y diversas; imperaba una grave crisis política como consecuencia de la escasa capacidad del sistema de la Restauración de realizar una política efectiva. Los sucesivos desgastes de los gobiernos, treinta y dos en los veintitrés primeros años del siglo XX, ponían de manifiesto la ineficacia del Poder Ejecutivo. Los partidos del «turnismo» estaban estancados, existía la división de los conservadores —entre mauristas y datistas— y se daba la ruptura del Partido Liberal entre los seguidores de Romanones y los de García Prieto. Esto ocasionaba que los grupos políticos careciesen de unidad y de fuerza para gobernar, dando lugar a las sucesivas crisis de gabinete, en parte creadas por el Rey, lo que se conocía en la época como borbonear, lo que producía un sentimiento muy negativo y el descontento en los distintos sectores sociales.

      Otro agudo problema, la guerra de Marruecos y el tema de las responsabilidades políticas, había enfrentado al poder civil y al poder militar y se convirtió en el mayor conflicto planteado a la monarquía. El Rey fomentó el expansionismo territorial en aquella zona y se emprendió una agresiva política por el control de la misma con escasa planificación, ocasionando un fuerte y sangriento enfrentamiento entre los rifereños y el ejército español, con graves pérdidas de vidas en el desastre Annual, generando gran repulsa social. El expediente Picasso señalaba las personas implicadas; entre ellas se incluía a Alfonso XIII, militares y al Ejecutivo. El gobierno liberal de García Prieto, en la sesión de las Cortes celebrada el 11 de julio de 1923, creó una nueva comisión —la primera la formó el gobierno conservador de Sánchez Guerra— para examinar el informe del general Picasso, que contenía a los implicados del desastre marroquí, para que rindiesen cuentas públicamente. Esto tendría lugar tras el periodo vacacional, pero al producirse el pronunciamiento militar, disolverse el Parlamento y sus comisiones, no se pudo actuar y se dio carpetazo al asunto.

      Al grave estancamiento político se le une un gran malestar social, pues existía un angustioso problema de orden público: terrorismo, huelgas, pistolerismo por parte del anarquismo. Para contrarrestarlo, optaron por la misma estrategia los Sindicatos Libres y patronos, junto al Estado. Esta situación ocasionó un profundo desorden que se traducía en importantes pérdidas económicas. Tales eran las circunstancias del momento, que en diversas sesiones del Congreso de los Diputados se trató el tema y se propusieron nuevas sanciones para la tenencia y uso de armas por el grave problema social existente en Barcelona. Por este motivo, sectores de la burguesía catalana solicitaron una política fuerte que acabase con el caos imperante en España.

      Como consecuencia del desorden social, se produjo alarma económica agravada por la presión fiscal que ejerció el Estado sobre los contribuyentes por el déficit arrastrado en los presupuestos generales para la financiación de la guerra de Marruecos. Al mismo tiempo, la burguesía catalana solicitaba aranceles proteccionistas para salvaguardar su industria. El auge de los nacionalismos catalán y vasco contribuyó también a la gestación del pronunciamiento militar, porque eran considerados como una amenaza para el sistema.

      Todas estas circunstancias, unidas al creciente intervencionismo de los militares en la política nacional, quienes en los momentos de crisis acudían a solucionar las situaciones difíciles, ordenados por el Rey, fortificaron el Ejército, el cual se encontraba en óptima disposición para irrumpir en la gobernación del Estado, controlando el sistema político junto a la Corona.

      Es evidente la implicación real en los hechos, pues es difícil imaginar que el Ejército realizase una sublevación militar que no hubiera sido aprobada por Alfonso XIII; sobre todo teniendo en cuenta que los conspiradores mantenían buenas relaciones con el Rey. Además, en sus declaraciones públicas, como la realizada en el Círculo de la Amistad de Córdoba, en 1921, ya se mostraba