Amparo Arteaga León

A cielo abierto


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así las trampas de mi mente. Desde entonces, continúo con mi trabajo personal, pero ahora, sin la insatisfacción que tapona la posibilidad de traer nuevas oportunidades a mi vida, empiezo a movilizar mis recursos y aprendo a disfrutar de la acción y a celebrar los logros.

      Miedo a la grandeza: el trauma por rechazo

      Brillar con los talentos innatos supone sostener sin miedo la grandeza de los valores que te identifican y te diferencian. Lo que nos distingue es la forma única que cada cual tiene de ponerlos en marcha, expresándolos, conscientes de lo que aportan al mundo. Sin embargo, a menudo vemos cómo muchas personas muy valiosas no se valoran lo más mínimo y mantienen una continua necesidad de reconocimiento externo que nunca satisfacen por completo. Son personas que sufrieron el rechazo en algún momento de sus vidas, lo que hizo mella en lo más profundo de su valoración y estima; se trata de gente lastimada por sentirse apartada socialmente, señalada por destacar, expoliada de sus ideas genuinas.

      El rechazo lo promueven aquellos que, amparados en el grupo, se sienten amenazados por la genialidad del individuo que viene a poner en evidencia la mediocridad de un mundo que no avanza.

      A menudo, las personas rechazadas remueven sin saberlo los anclajes de poderes vigentes y caducos, que se resisten a admitir y administrar los cambios que estas proponen con sus ideas originales.

      El rechazado es un incomprendido, alguien que no se da cuenta de lo que la integración social de sus propuestas supone para la evolución de la conciencia humana, alguien que, por lo desvalorizado que ha sido, se ha llegado a creer profundamente que no valía, generando una tendencia a la comparación con la que siempre sale perjudicado. Para compensar esta falsa minusvalía, el rechazado se ha afanado en desarrollar sus talentos más de lo que otras personas lo hayan hecho nunca, originando una autoexigencia con la que solo consigue sentirse constantemente insuficiente e inseguro, quedándose prisionero en un circuito cerrado que le lleva al rechazo de sí mismo bajo la creencia de que nunca llegará a estar a la altura. El rechazado es un crítico voraz, sobre todo consigo mismo. Pero la realidad, sin embargo, es que muestra unas extraordinarias aptitudes en todo lo que se propone, pudiendo llegar a ser un verdadero especialista en el género en el que se forma.

      Conozco a una persona que superó su trauma por rechazo. Admiro de ella la capacidad que tiene para brillar sin ego, pero con la gloria merecida por atreverse a compartir tanto como tiene para darnos. El rechazado ha de exponerse ante el público y pasar por la experiencia de ser reconocido, aplaudido y admirado por lo que tiene para ofrecer al mundo. Tiene que superar el miedo a destacar, dejar de mimetizarse con el entorno e integrarse en la diversidad, enfatizando su singularidad, consciente de sus valores personales.

      Cuando el rechazado deje de temer a su grandeza, goce de todos los talentos que configuran su identidad como cualidades únicas y se atreva a salir al mundo con ellos, entonces tendremos la gran suerte de aprender a convivir con genios, sin caer en competencias, envidias o estúpidas vanidades.

      Poder o no poder: el trauma por autoridad

      Personas con grandes capacidades de organización y liderazgo, y con un aprendizaje digno de la ética, vieron mermada su autoridad natural e innata tras una experiencia traumática en la que se les diezmó su fortaleza, quedando a merced de una autoridad que consideraron superior a la suya. Parece que el máximo poder que un humano puede ejercer sobre otro es el de arrebatarle la vida. Así, ante tal amenaza, muchas personas se vieron sometidas, poniendo sus mejores talentos al servicio de sujetos crueles y perversos.

      Muchas de estas personas no se encuentran actualmente en tales circunstancias, pero el eco de su memoria furtiva les mantiene presas de la sumisión, sin saber poner límites a situaciones que se resuelven con la palabra y con los actos consecuentes. El común denominador en ellas es el miedo a la autoridad, tanto a la propia como a la ajena, y su dolor más profundo consiste en verse debilitadas hasta el extremo de creer que no podrán salir de esta situación ni gozar de la libertad para poder organizar sus vidas tal y como desean.

      Quienes viven así se hallan en un conflicto continuo de poder o no poder conseguir aquello que se proponen, siendo el fracaso la sombra que planea constantemente por sus cabezas; de esta forma, o terminan abortando cualquier decisión vital, o emprenden la acción con la dureza de quienes tienen que defender con dientes su territorio, o hacen un mal uso de su autoridad sobre otros, o se colocan en el último escalafón de cualquier jerarquía autoritaria. En definitiva, no encuentran el lugar intermedio que les proporcione la paz y el equilibrio tan deseado por ellos.

      La autoridad bien concebida se organiza jerárquicamente en función del conocimiento, las habilidades y los talentos que cada uno posee, una jerarquía que ubica naturalmente a cada cual en el lugar correcto.

      Sin embargo, no hay educación que reconozca el poder intrínseco que nos otorga tal idiosincrasia, por lo que las personas con trauma por abuso de la autoridad tienen que, finalmente, echarle mucho coraje a la vida para demostrarse que pueden, desde su ética impecable, conseguir aquello que se proponen haciendo uso de su poder innato. Que pueden liderar y cooperar indistintamente y perder su miedo al sometimiento, siendo más flexibles consigo mismos y con su entorno.

      Creo que los que sanen este trauma llegarán a disfrutar mucho de sus relaciones personales y profesionales, pues sabrán situarse en el lugar correcto, dejando a cada cual el suyo propio, y descubrirán la cantidad de energía que tienen para emprender acciones una vez que acaben con sus resistencias y mortificaciones.

      Equilibrio en vez de extremismo, observación en vez de control, flexibilidad en vez de rigidez, ternura y firmeza en vez de dureza, diálogo y negociación en vez de dictadura, son todas las ganancias y dominios que alcanzarán cuando pierdan el miedo a la autoridad, cuando recuperen el poder que les fue arrebatado y cuando confíen plenamente en sí mismos y en sus semejantes.

      Reflexiones sobre el poder

      Hemos entendido que tienen el poder aquellos que predominan sobre otros ejerciendo su mando e influencia, sea cual sea la forma en que lo hagan. El poder les viene de fuera, transferido por una masa de gente que, al no asumir responsabilidades, prefieren alentar sus vidas con falsas promesas.

      Los empoderados saben que pueden manipular a su antojo a estas poblaciones inconscientes, utilizando lo que se les ha concedido por sumisión o por derecho. Las personas que lideran nuestro mundo son reflejo del promedio evolutivo de la humanidad, así que no vamos a sorprendernos de sus actos. Pero sí podemos mejorar esta situación reconociendo nuestro poder personal y haciendo un uso adecuado de él.

      El único poder que la Tierra reconoce está relacionado con la capacidad de autoliderazgo ético, de transparencia, de fraternidad, de generosidad y de abundancia; tiene que ver con la capacidad de amar y de gestionar con equilibrio los recursos de los que nos provee y de sostener proyectos creativos que nos hagan evolucionar conscientemente.

      Considero que el autoliderazgo ético es la condición de la persona que se conoce y se responsabiliza de sus talentos, aplicándolos con un grado de ética experimentado e integrado en su conciencia. La transparencia, un rasgo de la persona que muestra sus mejores cualidades sin miedo de ningún tipo. La fraternidad, la capacidad de amar y confiar en los semejantes. La generosidad, una cualidad de la abundancia. Y, la abundancia, un estado de conciencia que genera excedentes energéticos sin despilfarro.

      Hay que tener en cuenta que la herida que produjo el trauma abrió una brecha que nos debilitó e impidió conectar con nuestro poder personal, alejándonos de la posibilidad de triunfar en nuestras decisiones y retos personales. Así, cuando sanemos esta herida y dada la ganancia que adquiriremos de tal aprendizaje, podremos no solo recuperar nuestro poder personal, sino usarlo como herramienta inigualable para favorecer el bien común entre la gente.

      Durante un vuelo que realicé desde Jerez hasta Madrid, sentí una poderosa energía que invadió todo mi cuerpo. Viajaba sola, pero pude percibir cómo me acompañaban, desde el plano sutil, un equipo de colegas de evolución. Durante esa hora y media sentí una gran confianza que me daba la seguridad de que todo era posible: emprendiese lo que emprendiese lo haría con ausencia total de miedo y con esa protección que ahora me acompañaba. Pero más allá de la influencia de esta compañía, en mi mente y en mi cuerpo