ni la saeta que vuela de día,
ni la peste que avanza en las tinieblas,
ni el azote que devasta a mediodía. (5)
Los ataques de los demonios alcanzaban, en las creencias populares israelitas, sólo el ámbito material, nunca el ámbito moral de la vida. Respecto del término diablo, proviene de la palabra griega diábolos (el calumniador), con que la Biblia griega traduce el término hebreo satán (el adversario). Para el antiguo israelita, Yahveh se encuentra acompañado de una corte celestial formada por seres de categoría cuasi–divina, a los que se les llama hijos de Dios. Por ejemplo: “En aquel tiempo —es decir, cuando los hijos de Dios se unieron a las hijas del hombre y engendraron hijos— habitaban la tierra los gigantes” (6) (se trata de los famosos héroes de antaño). Y en el salmo 29 “Hijos de Dios, aclamen al Señor; aclamen la gloria y el poder del Señor”. (7)
Esta concepción del antiguo israelita no se diferencia mucho de la de los otros pueblos del Próximo Oriente antiguo. En el Antiguo Testamento, estos hijos de Dios aparecen como meros elementos literarios o poéticos, más adelante serán identificados con los ángeles: “Dios es temible en el consejo de los ángeles, es grande y terrible para toda su corte”. (8)
La palabra satán empleada en sentido teológico no aparece en el Antiguo Testamento sino hasta la época postexílica. La visión de Zacarías (año 520–518) es el primer lugar del Antiguo Testamento en el que nos encontramos con esta figura; (9) satán no es aquí nombre propio, sino simplemente un título. Los otros textos son los libros de Job (10) y el primer libro de las crónicas; en el texto de Job, que corresponde al prólogo del libro, satán parece encontrar placer en inducir a los hombres al mal, para poder acusarlos después ante Dios. Alrededor del año 300 a. c., se escribe la obra histórica del Cronista, en ella, en el primer libro (11) aparece la tercera y última mención de satán en los escritos canónicos como el enemigo de Israel.
En estos textos Satán es todavía uno de esos hijos de Dios que viven con Él en la corte celestial. Tiene confiada una misión especial: recorrer la tierra y enterarse de las malas acciones de los hombres para informar sobre ellas a Yahveh. Aparece como un fiscal de la creación, de ahí su nombre, el adversario, porque actúa en contra de los intereses del hombre. No se contentará sólo con vigilar a los hombres, los va a incitar al pecado, para ver si caen y hasta dónde son fieles a Dios. Por eso, conforme avanza la época veterotestamentaria, Satán se va convirtiendo en tentador, así se explica su nombre griego diábolos (el que pone división).
El término griego daimón significa originariamente una potencia sobrehumana que en principio puede ser positiva o negativa. Los demonios están prácticamente ausentes del Antiguo Testamento griego, se encuentran sólo para designar a los ídolos o como elementos poéticos, literarios. El término espíritu puede aparecer en el Antiguo Testamento determinado por conceptos positivos: espíritu de sabiduría, (12) espíritu de gracia y oración, (13) o por conceptos negativos, como espíritu de fornicación, (14) o de impureza. (15) En todos estos casos, lo que se quiere expresar es una moción, buena o mala, respectivamente, producida por Dios en el hombre.
En resumen: De los escritos canónicos del Antiguo Testamento, el satán aparece sólo en estos tres lugares citados, es decir, exclusivamente en escritos de la época postexílica (entre el 500 y el 300 a. c.). No queda muy clara su función que parece terminar en una figura mitológica y marginal.
A propósito de la serpiente del paraíso, en las diferentes corrientes exegéticas encontramos las siguientes interpretaciones (hasta el año 1900):
a) La literal histórica: el auténtico tentador fue el diablo.
b La alegórica: la serpiente es la imagen de los malos deseos y los placeres sensibles.
c) La histórico–alegórica: ve en la serpiente sólo una imagen del diablo.
d) La mítica: este relato del Génesis (16) no es una historia, sino una leyenda, fábula o mito, que intenta explicar el origen del mal.
La exégesis reciente: durante toda la primera mitad del siglo XX la exégesis católica se mantuvo unánimemente fiel a la opinión de que la serpiente se refería al diablo.
El exégeta belga Joseph Coppens parece haber sido el primer católico que rechazó la identificación de la serpiente con el diablo. Este autor insiste en la atmósfera sexual que flota en toda la narración del primer pecado y el simbolismo fálico de la serpiente, familiar en el Antiguo Oriente. El pecado de Adán y Eva habría consistido en haber puesto su vida sexual bajo la protección de los cultos paganos de la fertilidad (representados por la serpiente). Según esta interpretación, en el relato del Génesis, capítulo 3, nos encontramos frente a una polémica contra los cultos cananeos de la fertilidad. Esta posición es apoyada por la explicación de Westermann, que ofrece una síntesis de la más reciente investigación.
Desde hace tiempo es sabido que la figura de Satán fue totalmente desconocida en toda la literatura pre–exílica del Antiguo Testamento (como queda dicho) y, por consiguiente, difícilmente podría aludirse a ella en un documento literario del siglo x a. c. (como era el documento yahvista, donde se contiene el relato de la serpiente).
LA DEMONOLOGÍA DE LOS APÓCRIFOS
La teología judía de los primeros siglos después del exilio admitió sin más la existencia de demonios, como cosa dada, sin plantearse el problema de su origen. Y se insertó sencillamente esta creencia en los demonios dentro de la religión yahvista.
Pero a partir del año 300 a. c. las creencias en demonios experimentan un florecimiento y se comienza a analizar el problema del origen de los demonios. Se buscaron diversas explicaciones que giraban en torno al tema del pecado y la caída de los ángeles; las especulaciones sobre la escisión del mundo angélico en espíritus buenos y malos, por ejemplo, se encuentra en escritos extrabíblicos (apócrifos).
El primer escrito que atribuye la presencia del mal en el mundo a un pecado de los ángeles es el llamado Enoc Etíope, el más extenso de los apócrifos judíos y el que ha ejercido más influencia sobre el pensamiento judío y cristiano. Ahí aparecen ya los tres grupos de poderes demoníacos que encontramos en el Nuevo Testamento: Satán, sus ángeles y los malos espíritus.
Qumran
Con esta secta surgió una forma de dualismo de rasgos muy definidos que se diferencia de todos los apócrifos precedentes por su renuncia total a explicaciones legendarias sobre el origen de los poderes malos. En la visión qumránica hay dos espíritus salidos de Dios, convertidos, por la virtud o el pecado, en parte del hombre. Aunque se acentúa el papel de Belial, parece que no pasa de ser un recurso para explicar la situación espiritual y moral en que se encuentra inserto el hombre piadoso en el tiempo y en el mundo. En realidad, la atención de estos escritos no gira en torno a Belial, sino que está centrada en Dios y su salvación.
SATÁN EN EL NUEVO TESTAMENTO
Las creencias cristianas en la realidad de Satán y los demonios no se apoyan en las especulaciones del judaísmo primitivo, sino en los escritos del Nuevo Testamento. Las afirmaciones del Nuevo Testamento sobre el origen de los sufrimientos y de todos los males de este mundo son muy claras.
Como causa última se aduce al Malo por antonomasia, al diablo —“el enemigo que la sembró [la cizaña] es el diablo” (parábola de la cizaña) (17) “cómo él [Jesús] pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo”—, (18) a Satán, (19) al enemigo, (20) llamado también el dragón, (21) la antigua serpiente, (22) Beelzebul (23) o Belial. (24) Como señor de este mundo, (25) siembra el mal en el campo de Dios, (26) provoca las posesiones diabólicas, la enfermedad y