España se ajusticia con especial rigor», p. 228), sin interesarse por el trasfondo y procediendo más fenomenológica que analíticamente. Parece ser que le escandalizó haber visto incluso a mujeres bamboleándose en la horca, algo que el ilustrador representó eficazmente en una drástica escena. Cuando el autor se centra más en una ciudad, como en el caso de Burgos, sólo informa de que es una ciudad bonita, que está sometida al rey de Castilla, que posee una catedral considerable, que está encabezada por un obispo, que además tiene un palacio real y que está situada junto a un río (229-230). Harff se queja amargamente del hospedaje en España, ya que los albergues no incluían la comida en el precio: más bien se hacía necesario comprarla en la calle. También le atormenta que el huésped tenga que pagar aparte la ropa de cama, algo que en su conjunto le lleva al juicio de que «ist Hyspanien gar eyn buesser lant, as ich in der Turkijen mit der cristenheyt funden hane ind dae man eyns mans me spottet dan in Hyspanien» («España es un país mejor que el que he encontrado en Turquía con la cristiandad, y [no hay lugar] donde se burlen más de uno que en España», 230).
En Galicia le llama la atención que todas las mujeres llevan aros de oro o plata en las orejas (231), pero su atención recala principalmente en la dotación de las iglesias, algo que, lógicamente, está cercano a su condición de peregrino. Se informó especialmente sobre las reliquias de Santiago de Compostela y menciona la cuestión polémica de si los restos del apóstol están en verdad enterrados allí o en Tolosa, en el Languedoc (p. 233). También fue importante para él la posibilidad de conseguir allí una concha como acreditación de su peregrinación (233-234), cuando el resto de las ocasiones apenas habla de las gentes o de la cultura extraña que le rodeaban. También se puede decir esto de otros apartados de su descripción, y no deja entrever nada de su postura personal sobre la cultura y la sociedad de España o Portugal. Visto en su conjunto, su interés narrativo no se refiere prácticamente nada al entorno, sino, en primer lugar a sí mismo como viajero, de manera que en su informe de viaje nos topamos frecuentemente con largas listas de lugares de estancia que marcaron la ruta, sin poder extraer mucha más información sobre otros aspectos relevantes. Si contemplamos, por el contrario, el relato que hace Harff de otras partes de su peregrinación mundial, descubriremos diferencias considerables, como en el caso de cuando nos habla en Siria de los jardines, el paisaje, la estructura de gobierno o la praxis comercial (por ejemplo, p. 196). Cuando el autor nos da informaciones más exactas sobre el mundo en España, éstas se refieren a iglesias y conventos, por ejemplo: «vff eyn halff ijle ouer dat wass Moneta lijcht eyn schoyn kartuyser kloister vff eynem kleynen berge, heischt ad mille flores. dae inne lijgen alle die koeninck ind konincgynnen van Kastilien begrauen» («en una península sobre el río Moneta se alza un hermoso monasterio cartujo sobre un montículo, llamado Miraflores. Allí están sepultados todos los reyes y reinas de Castilla», p. 230).
Pero también proporcionó datos muy similares sobre, por ejemplo, Padua o Venecia, ya que las intenciones de su viaje eran tan amplias que nunca encuentra tiempo para dejar reposar las cosas que están justo delante de él, a no ser que éstas despertaran su interés turístico, interés que, sin embargo, era dirigido conscientemente por los guías locales. Así se le muestra en Roncesvalles el presunto cuerno de caza de Roldán (Roland) y él se muestra admirado por el recuerdo del gran héroe sin comprobar la autenticidad de esa pretensión, tal como hizo antes que él Hieronymus Münzer: «dat saicht man were Roelantz des resen jheger horn geweest» («ese, se decía, era el cuerno de caza del gigante Roland», p. 226).[19]
La lista de peregrinos a Santiago, sin embargo, no se interrumpe ni con Arnold von Harff ni con Hieronymus Münzer. A principios del XVI se puso en camino Gerdt Helmich de Hildesheim, y ese mismo año partió hacia España también el duque Heinrich el Piadoso de Sajonia para dar satisfacción a su necesidad religiosa y descubrir al mismo tiempo el mundo exótico de la Europa meridional (Halm, 2001, n.º 116: 292; n.º 117: 293). Sigmund Freiherr zu Herberstein pasó entre 1519 y 1520 tanto por Italia como por el norte de España (Halm, 2001, n.º 136: 334), y el príncipe elector Friedrich II von der Pfalz consiguió incluso venir a España cinco veces en su vida: una vez a Madrid en su juventud, a Barcelona en 1520, a Granada en 1526, otra vez a Barcelona en 1535 y en 1538 a Toledo.[20]
Es cierto que la mayor parte de los peregrinos europeos se esforzó por visitar Tierra Santa, pero también Santiago de Compostela se mantuvo durante siglos como uno de los destinos preferidos. Esto justifica que podamos asumir la existencia de un intenso tráfico de viajeros entre Alemania y, al menos, el norte de España durante los siglos XV y XVI. En algunas ocasiones, los viajeros llegaban incluso a adentrarse en el sur y, a veces, hasta llegaban a la costa del norte de África (Plötz, 1988), como en el caso del caballero Georg von Ehingen (1428-1508).[21]
Sin embargo, el más exhaustivo en sus observaciones sobre España fue el ya mencionado Hieronymus Münzer, médico de Núremberg, puesto que describe con el máximo detalle cada una de las ciudades que visitó en 1494 en su viaje a Santiago de Compostela y después hacia el sur; hace incluso descripciones a vista de pájaro para dar al lector una especie de visión panorámica desde la torre más alta de cada ciudad. Además, es el único que apunta diligentemente cuántos alemanes viven en España o Portugal, ya sean artesanos, comerciantes, músicos o impresores, los cuales proceden de Estrasburgo, Augsburgo, Esslingen, Frankfurt, Fulda, Gmünden, Kempten, Mergentheim, Espira, Stettin, Danzig, Zürich y Ulm, entre otras ciudades. Debe resaltarse que Münzer no sólo se limitó a iglesias y santuarios, sino que también nos dio información detallada sobre la geografía y la economía locales, de modo que el lector obtiene una impresión muy vivaz y se puede hacer una idea plausible de cómo transcurría la vida en la Península Ibérica. Con frecuencia Münzer hizo el esfuerzo de comparar los lugares o las regiones que visitaba con los de Alemania con el fin de transmitir una mejor imagen de lo que él tenía ante sus ojos. También resulta inusual su interés por los aspectos históricos, puesto que sigue en repetidas ocasiones la historia de edificios aislados y ciudades sin escatimar observaciones personales, ni siquiera sobre cadalsos escalofriantes.[22]
Hasta los cristianos que no podían emprender personalmente el camino a los grandes lugares de peregrinación en Tierra Santa, en Italia o en la Península Ibérica, tenían a su alcance relatos de viajes con los que podían viajar en espíritu. Felix Fabri (1437/1438-1502) escribió una descripción de viaje de este tipo y en su Sionpilger (Peregrino de Sión) incluyó lo que había escrito para las monjas del convento de Medlingen, cerca de Dillingen. En la medida en que éstas estaban sometidas al mandato de stabilitas loci y no se les permitía ir personalmente de peregrinación, este trabajo altamente inusual pero fascinante les servía de instrumento adecuado para ver el mundo con sus ojos espirituales y dar cumplida satisfacción a la necesidad de enriquecimiento espiritual por la peregrinación.[23]
Fabri se dedica aquí también al viaje a Santiago de Compostela y habla de Barcelona y Valencia, entre otros lugares. Sin embargo, no se mencionan elementos característicos de la última de estas ciudades, el autor sólo habla de los mártires cristianos que padecieron suplicio allí por sus creencias:
In die grössen statt In der Sant Vallerius der bischoff vnd Sant vincencius sein leuit haben gröb martir gelitten von dem Richter Daciona Dau habent die prediger ainen schoenen Conuent In dem Sant Vincencius martir lyplich lyt Vß der statt was geborn (En la gran ciudad en la que el obispo San Valero y su diácono San Vicente sufrieron un cruel martirio a manos del juez Daciano, allí los predicadores tienen un bonito convento en el que yace el verdadero cuerpo de San Vicente en el lugar en que nació, p. 363).
Pero justo a continuación, Fabri menciona una ciudad que no se puede identificar con exactitud, Olicorda, en la que perdió la vida el héroe Roldán, algo que se refiere directamente al Rolandslied, pero que aquí refleja con claridad el desconocimiento geográfico del autor, quien simplemente había copiado de sus fuentes y confundió aquí el Roncesvalles pirenaico con una