sentimental, y Stendhal acuñaron el término turismo, modalidad viajera que, convertida pronto en industria, mataría el «viaje» cultural en estado puro.
[2] Son conocidos los elencos bibliográficos al respecto: Foulsché-Delbosc (1896), Farinelli (1941) y García Mercadal (1952).
[3] Tras la lectura de todos ellos, uno tiene la impresión de que ese turismo formativo de los alemanes por España ha sido ya bastante importante a comienzos del siglo XX.
[4] Citamos, con traducción propia, según la versión alemana, de la que disponemos: Bertrand (1939: 7).
[5] Citado según Ferreiro Alemparte (1966: 401).
[6] La trascripción de la receta del gazpacho para curiosos franceses no tiene desperdicio, pero mejor aún es el juicio gastronómico que sobre él emite: «En Francia, unos perros un poco bien criados rehusarían comprometer su hocico en semejante mezcolanza».
[7] «La catedral de Segovia es un viejo edificio gótico con una alta torre cuadrada, pero no tiene nada que merezca la atención», escribía en la obra citada.
[8] Romanista como era, tuvo que venir a España a aprender nuestro idioma, que todavía desconocía.
[9] Klemperer (1996: 36). Se refiere al Toreador muerto de 1864. Manet también pintó otro cuadro titulado Corrida.
[10] «Hacia el final del baile fui arrebatado por un gran espectáculo: acompañado por la orquesta (...) comenzó una danza de parejas, las más loca e interesante que nunca he visto. Era el fandango, del cual creía tener una idea exacta, pero me había equivocado. Hasta ese momento lo había visto bailar en Italia y en Francia en la escena y los bailarines no hacían ninguno de estos gestos que por lo demás son típicos de la danza española y que la hacen fascinadora. No sabría describirla. Cada bailarín baila cara a cara con su acompañante (...) acompañando el ritmo con ciertos movimientos que no se pueden más lascivos: los del hombre indican visiblemente el acto de amor satisfecho, los de la mujer el asentimiento, el arrebato y el éxtasis de amor. Me parecía que ninguna mujer habría podido rechazar a un hombre con el que hubiera bailado el fandango (...)». Citado según Casanova/Baretti (2002: 68 y ss.).
[11] Con libretto de Johann Mayrhofers, la obra se compuso en 1817.
[12] Alemán de Altona, posesión danesa, vino como predicador de la legación danesa y escribió un relato de su estancia madrileña que contradecía las caricaturas de Mme. d’Aulnoy.
[13] El más caracterizado relato de este tipo es el de G. Wegener (1985): Herbsttage in Andalusien, Berlín.
ESPAÑA A TRAVÉS DEL PRISMA ALEMÁN: PERSPECTIVAS DEL MEDIEVO Y LA PRIMERA MODERNIDAD E INVESTIGACIONES IMAGOLÓGICAS
Albrecht Classen
University of Arizona
A pesar de que Gahmuret y después su hijo Parzival (Wolfram von Eschenbach, Parzival) viajaron por todo el orbe conocido en aquella época; a pesar de que Wigalois (Wirnt von Grafenberg) o Wigamur (anónimo) en sus respectivas obras comparecen ante muchas cortes y conocen un país tras otro, y a pesar de que la hidalguía medieval tuvo un carácter verdaderamente internacional y participó en múltiples cruzadas y empresas militares (véase, por ejemplo, la caracterización que se hace del Caballero en el «Prólogo general» de los Cuentos de Canterbury de Chaucer, hacia 1400) (Robinson, 1957: 5167), sólo en contadas ocasiones se ha ocupado alguien del marco geográfico, y normalmente se ha tendido a crear espacios imaginarios más que a proyectar un mundo claramente reconstruible.[1] La dimensión literaria permite, sin embargo, deducir que, también en la realidad histórica, los viajes y la participación en las más diversas campañas militares formaron parte de las normas de vida del caballero (Stanesco, 1992). En la novela epónima de Gottfried von Straßburg, Tristán no sólo se presenta como genio lingüístico, es decir, como sorprendente políglota, sino también como trotamundos. El radio de consciencia geográfico creado por el poeta no se extendía, por supuesto, hasta el suroeste de Europa, más bien el protagonista, cuando tiene que separarse definitivamente de Isolda, se dirige a Francia y Alemania y al país imaginario de Parmenia, para encontrarse finalmente en el Ducado de Arundel con la tercera Isolda, la que desconcierta sus sentidos; esto imprime a la novela de amor un sello no sólo trágico, sino más bien amargo. Tristán, y en general el protagonista medieval de la novela de caballerías, no posee una patria verdadera y se le asociará en primer término con virtudes e ideales caballerescos y, por consiguiente, con una corte ficticia y su señor; sin embargo, no se le ubicará biográficamente en el tiempo y el espacio.[2]
Naturalmente, el protagonista se refiere en alguna ocasión a España sin haber estado nunca allí, si bien esta indicación le sirve precisamente para describir su supuesto origen de «Hispanje» de la manera más vaga posible para que a nadie se le pudiera ocurrir contrastar su afirmación con mayor rigor. Según esto, Tristán, ante la reina irlandesa Isolda, hace hincapié en que él ha organizado junto con un amigo «da heime ze Hispanje» (v. 7.579; «en casa en España») un viaje comercial a Bretaña, pero que, por desgracia, han sido abordados por piratas durante la travesía (Gottfried von Straßburg, 1980). Sólo su afirmación de que no es comerciante, sino juglar, como demuestra su arpa, le ha salvado la vida cuando todos los demás fueron asesinados.[3]
Aparte de este caso, en las novelas de caballerías no se tienen noticias ni de España ni de Portugal, a no ser que se hable de reyes de «Hispanje» o «Spanje»
o de ciertas razas de caballos.[4] Este tipo de referencia, sin embargo, sólo sirve para resaltar el carácter exótico de los participantes en torneos o para subrayar la audacia de los héroes que como cruzados fueron capaces de salir victoriosos ante los paganos.[5]
Naturalmente, todo filósofo medieval conocía la famosa enciclopedia de Isidoro de Sevilla y también circulaban por todas las universidades de cierta importancia las obras de Averroes y Maimónides. Sin duda, los geógrafos estaban familiarizados con el suroeste de Europa, no en vano reconocemos en el mapamundi de Ebstorf los nombres de Arragonia, Sancti Jacobi y Castella, y junto a éstos también vagamente el contorno de la Península Ibérica (Wilke, 2001, 1: 151-152; 2: 28-30), lo que no implicaba que el mundo ibérico estuviera presente de manera tangible en las mentes de la gente de Alemania. Por este motivo, las investigaciones más antiguas han preferido ocuparse de los contactos culturales, económicos, políticos y militares desde los siglos XVI y XVII, y se han contentado sin más con la creencia tradicional de que antes de esa época no hubo ningún intercambio relevante, incluyendo los contactos de tipo cultural, económico, militar y político entre, por una parte, los países al norte de los Alpes y, por otra, entre España y Portugal (Schwietering, 1902: 19-22; Hoffmeister, 1976: 17-25). Hay, pues, que revisar esta opinión, al menos en lo que se refiere a los siglos