Raúl Heliodoro Torres Medina

Música eclesiástica en el altépetl novohispano


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los altepeme contaban con capillas de música en sus conventos o parroquias, éstas se conformaban a la manera de las grandes organizaciones catedralicias, es decir, estaban integradas por un maestro de capilla (en ocasiones eran dos), los músicos (cantores y tañedores de instrumento o ministriles) y un organista.

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      Imagen 1. Fragmento del retablo de Nuestra Señora del Carmen, Tamazulapan, Oaxaca.48

      El maestro de capilla tenía bajo su cargo la dirección musical del grupo, por ser, supuestamente, el músico mejor preparado y más apto en la materia. Entre sus funciones se encontraba la composición de cantos y la enseñanza de los niños en el arte de tocar y cantar, esta última mucho más trascendente que la primera.49 Un individuo con poca o nula preparación resultaba pernicioso para la educación de los infantes y esto iba en detrimento de la propia capilla de música.50 Pero, además, era quien hablaba en nombre del resto de los miembros de la capilla; por tanto, fungía como líder en lo extra musical. En 1744, en el altépetl de Cuautitlán (Estado de México), Francisco Xavier Amaro insistió en que su capilla debería de estar exenta de tasa y tributo: «…la que yo como maestro de capilla que lo soy, no puedo dejar de la mano…».51 Esto evidenciaba la preocupación y responsabilidad que tenía para con el resto de sus compañeros de oficio.

      La elección del maestro de capilla podía realizarse por los mismos cantores o por una autoridad española eclesiástica o civil, como los sacerdotes o el corregidor; desafortunadamente, no se han encontrado más documentos sobre el asunto para definir cuál era el procedimiento común. En el convento de San Francisco en Santiago de Querétaro, eran los primeros quienes por «costumbre» nombraban al más perito como maestro de capilla.52 En un lugar tan lejano del centro como Coyotepec, Oaxaca, sólo algunos antiguos cantores tomaban esa decisión, porque, para «elegir y proponer son los maestros mayores como quien tiene conocimiento de su obrar e inteligencia…» En el caso de Coyotepec, la confirmación del nombramiento corría a manos del corregidor, una vez que había visto el informe del ministro de doctrina. Por último, los autos, con parecer del fiscal, eran enviados a la ciudad de México para que el arzobispo diera su aprobación.53 En 1748, la elección recayó en el cura de El Sagrario de Santiago de Querétaro.54

      Si bien no todos los principales y caciques, aun poseyendo buena voz, querían dedicarse al oficio de la música,55 durante la época virreinal no fue raro ver a estos personajes desempeñando actividades de tal índole. Al parecer, primero ejercían cargos en la iglesia como maestro de capilla o mayordomo y, posteriormente, puestos políticos dentro del cabildo, como regidores y alcaldes. También podían ser gobernadores.56 En general, a los principales y caciques cantores se les respetaban sus privilegios; no obstante, en muchas ocasiones, fueron obligados a ocuparse en repartimientos y servicios personales, cosa que no aceptaban debido a su alto rango.

      En 1702, Lázaro de Santiago, maestro de capilla, cacique y principal de Querétaro, basándose en que era hijo legítimo de Juan Miguel y Elena Beatriz Conejo, así como bisnieto de Martín Conejo, quien participó al lado de Nicolás de San Luis en la campaña contra los chichimecas, pretendía que se le extendieran los derechos que los virreyes habían concedido a sus antepasados. Seguramente, De Santiago presentó do­cumentos probatorios pues el arzobispo-virrey Juan Ortega y Montañés le concedió su petición de no pagar tributo ni acudir a servicios personales, así como conservar sus privilegios, excepciones e inmunidades.57

      En la primera mitad del siglo XVIII, vivía una familia de caciques cantores de apellido de la Cruz Juárez en Teozapotlán, Oaxaca. En 1735, habían logrado que el arzobispo-virrey de México, Juan Antonio de Vizarrón y Eguiarreta, les concediera un despacho por el cual se les otorgaban privilegios y exenciones. No obstante, la familia de principales cantores, encabezada por Matías de la Cruz Juárez, afirmó que el excorregidor Marcos López de Heroña nunca lo obedeció y tampoco notificó al gobernador indígena. Por tanto, el actual corregidor pretendía desconocerlos como principales y despojarlos de las prebendas otorgadas por la carta del arzobispo. Ellos consideraban que el hecho de «…ser hijos de Don Pascual de la Cruz Juárez, quien ejerció los oficios de alcalde, maestro de capilla, regidor y otros…», era motivo suficiente para conservar sus privilegios. Cabe mencionar que el propio Pascual de la Cruz Juárez había presentado, en 1702, una petición al virrey Duque de Albuquerque, para que él y su capilla dejaran de ser molestados por los alcaldes.58

      Incluso, uno de los hermanos, Bartolomé de la Cruz Juárez, había heredado el puesto de maestro de capilla de su padre. Posteriormente, el virrey conde de Fuenclara, después de comprobar el despacho, mandó que no se les cobraran tributos y se les guardaran sus privilegios, siempre que no excedieran lo asentado en la legislación.59

      Basten estos ejemplos para corroborar que los principales, caciques y gobernadores dedicados a la práctica de la música exigían que sus privilegios fueran preservados debido a la posición social que guardaban dentro de la comunidad indígena. Aunque también es notorio, y no menos importante, en los casos descritos arriba, ver en la práctica de la música un medio para justificar esas prerrogativas.

      La importancia e influencia de los maestros de capilla se reflejaba no sólo en la enseñanza de infantes y la dirección del grupo de músicos; en algunos momentos, también lo hacía en la vida religiosa del altépetl. En 1613, fray Diego Muñoz escribía una carta donde relataba que los indios de Mecametla, jurisdicción de Xiquilpa, Michoacán, no habían acudido a la mencionada cabecera en la Semana Santa y, durante el Domingo de Ramos, al no haber ningún sacerdote, el maestro de capilla bendijo los ramos que estaban sobre una mesa utilizando para ello el misal, y distribuyéndolos posteriormente para que diera inicio una procesión. El documento da cuenta de una actividad ilícita que llegaron a realizar los maestros de capilla, al suplantar las funciones del sacerdote cuando éste se encontraba ausente.60 En el siglo XVIII, se continuó haciendo referencia de este abuso: «Si ha de hablar el oráculo de la experiencia se ha tenido de que en algunos pueblos por no asistir los ministros, los indios se vistan las vestiduras sacerdotales, sobre que ha visto expedientes el fiscal eclesiástico y sobre otros abusos, se cometen el de profanar el rito y alguna vez las supersticiones de ponerle bastimento al muerto».61 Al parecer, durante los siglos XVII y XVIII esta práctica ilícita no pudo ser controlada, sobre todo en aquellos altepeme distantes donde los ministros del culto no se encontraban de planta y sólo acudían de manera esporádica a las principales fiestas.

      El resto de la capilla se integraba por músicos de voz y músicos de instrumento. Los primeros eran los llamados cantores que, por lo general, pertenecían al grupo de los macehualtin; muchos de ellos habían ingresado desde niños a las escoletas adjuntas a los templos y veían en el oficio un modo de sobresalir dentro del altépetl.

      Se entendía por cantor al individuo que podía cantar con o sin reglas del arte musical y practicaba su oficio en las capillas, es decir, el término cantor se aplicaba a quienes desarrollaban su actividad en el interior del templo.62 En el siglo XVI, Dávila Padilla explicaba que: «Los indios cantores que llaman theopantlactl, que quiere decir, gente de la iglesia, de tal manera lo son, que no son de otra ocupación, ni ejercicio».63 Lockhart explica que el término náhuatl teopantlaca y el castellano cantores son equivalentes y designan a un grupo numeroso de individuos pertenecientes a los recintos religiosos, aunque el primero se usó comúnmente por los naturales para referirse a los músicos.64 La cita de Dávila resulta esclarecedora, ya que diferencia teopantlaca (gente de la iglesia por definición) de su aplicación cotidiana (en este caso en los cantores), aunque también podría haberse usado para designar a otros servidores de los templos.

      Por su parte, los músicos de instrumento eran aquellos que tenían a su cargo los instrumentos de cuerda y viento que acompañaban el canto de órgano dentro de los recintos de culto. Algunos cronistas del siglo XVI destacaron la forma en que los indios construían y tocaban sus instrumentos; entre ellos había trompetas, chirimías, sacabuches, cornetas, bajones, vihuelas de arco, orlos, atabales, etcétera.65 En los siglos posteriores, la dotación instrumental se fue modificando