esos años la realidad de la Universidad de Catania, la universidad siciliana37 más antigua, se constata que esa institución desde el principio y por diversos motivos desempeñaba un papel determinante dentro del espacio urbano, proponiéndose como «centro de agregación para las muchas almas de la lucha etnea».38
De hecho la Universidad se mostraba como «plataforma virtuosa capaz de gestionar la movilización […] distinguiéndose así el epicentro político –antes que cultural– de una ciudad lejos del conflicto, pero no por ello sin interés por su destino».39
En un informe de abril de 1915 enviado al presidente Salandra, como ministro de Interior, el prefecto Minervini escribía: subrayando, además para Sicilia, un apoyo a la guerra preferentemente burgués o medio burgués.
Mi pare potersi affermare che lo spirito pubblico, in questa provincia, non sia sinceramente e ponderatamente favorevole ad un’entrata in guerra del nostro paese. Una guerra per assicurare i futuri destini della Patria […] qui non è generalmente compresa dalle masse. Esse si commuoverebbero, se qualche potenza straniera minacciasse l’integrità della patria o la vilipendesse. Ma una guerra, dirò così, per misura preventiva, non le appassiona.40
El final de la década giolittiana coincidía para Catania con el final del empuje fuertemente innovador que el alcalde Giuseppe De Felice Giuffrida había sabido dar a la Administración local, a partir de 1902.41 La parábola política del primer ciudadano, exponente de relieve de la democracia cristiana siciliana y nacional, luego partidario de la empresa en Libia y de la intervención en la guerra, parecía coincidir con el itinerario emprendido por la universidad de la ciudad, y si después de las «espléndidas jornadas» el prefecto Minervini señalaba con prudencia la tímida actitud de las masas, en cambio la Universidad se mostraba, desde el principio, ciertamente a favor de la intervención.
Un personaje clave, capaz de gestionar e interpretar la función que desempeñaba en aquellas circunstancias el antiguo Siculorum Gymnasium, era el rector Giuseppe Majorana, representante de una verdadera dinastía, cuyo tiempo lo ocupaba entre «academia, foro y poder político».42
A propósito del relevo de Vadalà Papale con Majorana para dirigir la Universidad de Catania, Corrado Dollo ha señalado cómo ello implicaba una nueva configuración de los equilibrios anteriores, incluso académicos:
prima Vadalà Papale e poi Giuseppe Majorana» –ha scritto lo studioso– «diventano Magnifici, e non è a dire che l’involuzione, nel primo, non fosse abbastanza visibile: bisogna essere forti «per vivere e vincere», diceva, nel mentre ricordava «le epiche lotte delle regioni italiane dell’Istria per avere una università italiana». Ma l’appello alla pubblica opinione e il cauto ricorso all’inventario della topica nazionalista è nulla se si paragona con l’atteggiamento di Giuseppe Majorana, rettore durante gli anni della prima guerra mondiale […].43
En 1890 Majorana, profesor de Estadística en Messina, se trasladaría a Catania, su ciudad natal, donde desarrollaría su vida profesional.44 En 1894 pasaba a la cátedra de Economía Política, hasta entonces ocupada por su padre, Salvatore. Decano durante dos mandatos de la Facultad de Derecho, Majorana dirigiría sin interrupción la Universidad de Catania entre 1911 y 1919, motivado por un fuerte sentimiento de pertenencia a la institución universitaria.45
Durante los años del conflicto, primero demostró ser firme partidario de la agresión a Libia y luego ferviente intervencionista, además de presidente de un Comitato di resistenza civile (junto al prefecto Bonomo y al alcalde Sapuppo), creado en febrero de 1917 para vigilar la difusión de noticias falsas sobre el desarrollo de la guerra.46
En torno al rector Majorana se concentraban, concretamente, todos los miembros de la Universidad de Catania, y no es una casualidad la circunstancia del reclutamiento de 30 docentes y 46 unidades del personal técnico administrativo. Entre los estudiantes resultaba alistado el 60 % de los matriculados en el curso 1915-16, y casi el 80 % de los del curso siguiente, cómplice en parte, una actitud de apertura de las autoridades académicas hacia los estudiantes soldados.47
Sin embargo, es indudable que esos jóvenes que marcharon al frente voluntariamente conocieron dentro de las aulas universitarias una continua llamada a la guerra. De hecho no deja de sorprender la centralidad que el conflicto había asumido en la vida de esa universidad, no solo en las intervenciones de su rector, sino también en los discursos inaugurales, en las conferencias y en otros discursos celebrados en el aula magna de la Universidad en aquellos años. Sirvan de ejemplos el Discorso del profesor Francesco Saverio Giardina Sulla Tripolitania, en 1911-12, y el leído por el internacionalista Eduardo Cimbali, en junio de 1915, sobre I miei quattordici anni di campagna contro la triplice alleanza. La sospirata nostra guerra santa.
L’arte di dopo la guerra es el título del discurso de inauguración del curso académico 1915-16, del docente de Arquitectura Francesco Fichera, y de Inutilità, calamità ed ipocrisia del presente diritto internazionale in pace e in guerra hablaba Eduardo Cimbali en 1915. Con una lección titulada La pace antipacificatrice dei socialisti ufficiali e la pace pacificatrice del nuovo diritto internazionale, Cimbali inauguraría el curso académico 1916-17.48
El itinerario de Eduardo Cimbali, cuya actividad de conferenciante en esos años es frenética, indicaba el paso del rechazo absoluto de la guerra a posiciones totalmente opuestas. Aunque en abril de 1912, o sea, en medio de la agresión a Libia, Cimbali seguía promoviendo la fundación de la Società Universale dei Diritti d’Indipendenza, per la Libertà la Giustizia, la Pace e il Disarmo, sus convicciones necesitaban experimentar una evolución repentina al estallar la Gran Guerra, de manera que el ferviente neutralista se transformaba en un animado intervencionista.49
Del intervencionismo al fascismo el paso sería breve y, precisamente en Catania, Cimbali fundaría en octubre de 1919 la primera organización fascista siciliana, el Fascio dei Combattenti Universitari ed ex Universitari.
En cambio, muy diferente era el itinerario de Achille Pellizzari, pugliese, docente de literatura italiana en Catania entre 1915 y 1919. Durante los años de su magisterio en esta ciudad, Pellizzari, futuro partisano Poe, antifascista, medalla de plata al valor militar y diputado en la constituyente,50 era considerado un sujeto peligroso y gran parte de la comunidad académica51 lo miraba con recelo. Su caso, que debía convertirse en asunto nacional, estaba relacionado con su posición bastante crítica, en 1917, sobre las ayudas para favorecer a los estudiantes militares, respecto a las que Pellizzari había enviado una carta abierta al ministro de Educación Agostino Berenini. Diferentes artículos publicados por Pellizzari en las páginas del Giornale d’Italia, entre 1917 y 1918, posteriormente se reunirían en un librito caracterizado por su sagaz ironía y por su título emblemático, L’Ignoranza obbligatoria, editado en Bolonia en 1920.52
En un artículo titulado «Gli studenti soldati», el profesor de literatura italiana, aun declarando abiertamente su «simpatía más conmovedora» hacia los jóvenes universitarios en el frente, al igual que para los otros combatientes, rechazaba admitir cualquier «equivalencia entre heroismo y cultura».53 En la inevitable bagarre que se producía, a Pellizzari lo calificaban de desertor, yerno indigno de ese Guido Mazzoni, docente de literatura italiana en Padua y en Florencia, que por sentimientos irrendentistas e intervencionistas había solicitado y obtenido su reclutamiento como voluntario, por lo que mereció nada menos que dos cruces de guerra.54
Destinatario de todo tipo de calificativos, además de cartas anónimas,55 Pellizzari, trabajando junto a un grupo de estudiantes de distintas facultades de la Universidad de Catania, desarrollaba un proyecto de ley a favor de los estudiantes militares,56 antes de dejar en 1919 la ciudad del Etna.
El asunto podía dividir la Universidad de Catania, que hasta ese momento el rector Majorana había conseguido presentar como una institución unida y firme en su papel de luz defensora de la guerra y de la patria. La «calma» en la Universidad, según se ha escrito recientemente, volvía «solo en los meses siguientes, con el eco de las noticias del frente».57
MESSINA,