entre los cultivadores de tales campos del saber, sin duda interconectados por el objeto de estudio, el lenguaje, y por los retos que su conformación y tratamiento actuales conlleva.
Precisamente por eso se hace indispensable profundizar en las razones de largo alcance que subyacen a ese desencuentro y, al mismo tiempo, se necesita establecer algunas pautas para despejar ciertos obstáculos con el fin de iniciar, al menos, el largo camino que se deberá recorrer para que lingüistas y teóricos de la comunicación trabajen en proyectos comunes que contribuyan a realizar una aproximación integral a los lenguajes y a los discursos mediáticos.
1.4.1 Del lenguaje natural a los lenguajes mediáticos
En los párrafos dedicados a establecer la demarcación de la comunicación actual se ha aludido explícitamente al problema del lenguaje como factor determinante de la complejidad de la comunicación. Partiendo, precisamente, de ese supuesto, se establecen a continuación una serie de acotaciones en torno a la necesidad de un replanteamiento de las implicaciones que conlleva el tratamiento científico-teórico de la realidad comunicativa actual en la delimitación del lenguaje y en las exigencias de ese objeto en los enfoques de la teoría lingüística.
La perspectiva cognitiva contempla el proceso definido por el conocer y la manifestación (manifestaciones) o expresión (expresiones) de ese conocer. Tanto una aproximación sincrónica como diacrónica puede desvelarnos una clara interrelación, complementación, entre el pensamiento, la conceptualización, el conocer y su manifestación en formas primitivas y elementales a través de la imagen, y en forma arbitraria (contractual) y compleja a través de la palabra oral o escrita; en ambos casos se trata de un proceso cultural y culturizador (Debray, 1994; Gubern, 1996). Al mismo tiempo, la interpretación de esa interrelación ha conducido a posturas quizá intransigentes y con prejuicios: desde supuestos antropológicos, señalan, la imagen como símbolo de lo primitivo y hasta cierto punto de incultura frente a la palabra, y sobre todo la escritura, considerada como símbolo superior de cultura (Sartori, 1998).
Esta visión intransigente y de prejuicios es relativamente fácil cuando en su origen está la ignorancia, pero resulta francamente difícil de entender cuando viene acompañada de una batería de pruebas arropadas de cientificismo y argumentadas desde ámbitos de conocimiento diferentes.
En la postura primera subyacen los conceptos de complementación y superposición de imagen y lenguaje (natural), en la segunda los de perversión o decadencia. Tales tesis exigen una atención específica encaminada a clarificar algunos de los pormenores de sus argumentaciones. Las dimensiones de la comunicación no permiten desentrañarlas en todos sus entresijos, pero tampoco justifica llegar hasta el extremo de no hacer explícitas las pautas de análisis.
Desde una perspectiva evolutiva, pero no lineal, unidireccional (la historia de la Humanidad en modo alguno puede entenderse como un progreso continuado e ineludible), dentro de la visión que definimos como defensora de la complementación, consideramos imprescindible subrayar que el desarrollo humano se construye efectivamente como un complejo proceso de complementación que supone, no obstante, el rechazo o exclusión de ciertos elementos y la aceptación o inclusión de otros. El lenguaje es considerado como factor o instrumento de mediación en la interacción comunicativa entre el yo y el otro, o entre el yo y su desdoblamiento (esto es, en el pensar o reflexionar). En nuestro trabajo de estudio habitualmente consideramos el lenguaje natural de un modo u otro en función de supuestos parciales. Pero ello puede significar, sin duda, el olvido de la necesaria complementación evolutiva a la que hemos aludido.
Por eso es preciso afirmar y trabajar desde la premisa de que el instrumento del lenguaje ha de conectarse con el conjunto de factores que determinan el modelo específico de comunicación dominante en los diferentes estadios de la historia de los agentes de esa comunicación. Dicho de otro modo: la dominancia del lenguaje iconográfico-simbólico-representacional propio de los pueblos primitivos (antiguos y contemporáneos) es el resultado de un modelo de vida, una situación socioeconómica y cultural que posee un grado de racionalidad y complejidad proporcional y adecuado a la racionalidad y complejidad de esa formación social, según apuntan ciertas tesis antropológicas.
La ampliación de ese medio comunicativo, esto es, del lenguaje iconográfico-simbólico-representacional, y su perfeccionamiento da lugar a que aparezca en otro momento de la historia un nuevo instrumento de interacción comunicativa: la escritura. Además de un instrumento absolutamente más perfecto, este hecho supone el surgimiento de un lenguaje diferente que complementa el anterior y que posee, con respecto al anterior, algunos aspectos de carácter más restrictivo y otros de carácter evidentemente superador.
Por otra parte, la dominancia de la escritura sobre el lenguaje oral y el icónico, no puede ser considerada fruto de su valor objetivamente superior con respecto a los anteriores, sino más bien efecto de un conjunto de factores no exclusivamente lingüísticos que, en cierto modo, tienen que ver con la conformación clasicista de la propia sociedad. Esto es, leer y escribir puede suponer diferenciar socialmente las élites cultas del pueblo analfabeto y ágrafo en un momento determinado de la historia de la Humanidad (y quizás aún en la actualidad).
Otra cuestión diferente, sin duda, es la constatación de la particularidad y especificidad de los lenguajes oral e iconográfico primitivos con respecto al escrito, y el reconocimiento de la trascendencia de unos y otros para el desarrollo de la sociedad, la conservación del legado histórico y, en suma, la conformación de la memoria histórico-cultural de los pueblos y las posibilidades de expresión más plural y compleja que ofrezca un tipo de lenguaje con respecto a otro.
Desde esta perspectiva, no es razonable realizar el análisis y la valoración social del lenguaje de los actuales discursos mediáticos (audiovisuales, informáticos, virtuales y multimediáticos) siguiendo parámetros de perfección e imperfección, superioridad e inferioridad, o bondad y maldad, con respecto al resto de lenguajes anteriormente citados. Su análisis e interpretación debe enmarcarse dentro de unas coordenadas sociohistóricas y comunicativas adecuadas que puedan conducir a una aproximación distanciada que permita comprobar su particularidad proveniente de su conexión con el momento o formación social en la que ha surgido (Wolton, 2000), su conexión con la naturaleza compleja de su conformación y con la función, funciones y efectos que se le atribuye en la sociedad de la información, del espectáculo y del simulacro (Castells, 1997-1998).
En otras palabras, es preciso iniciar un proceso de reflexión de carácter plural, interdisciplinar y complejo mediante la comparación de los lenguajes por su naturaleza y por su función primordial de servir de instrumento de expresión e intercomunicación. Ello ha de servir para, por una parte, superar los prejuicios de superioridad de unos lenguajes sobre otros, y, por otra, para profundizar en el tema de la interacción de los lenguajes que conforman los productos audiovisuales, dado que éstos constituyen, por encima de todo, una construcción compleja. En ella, no obstante, se mantiene la peculiaridad de cada uno de los lenguajes al tiempo que todos ellos se complementan en un nuevo lenguaje (sistema de comunicación y sistema de codificación) de naturaleza y función específica, y diferente de los lenguajes de origen.
A modo de conclusión de este primer epígrafe, introducimos un postulado previo como supuesto básico que soportará el resto de reflexiones: el lenguaje audiovisual y el virtual tienen la particularidad de ser un lenguaje complejo que no sólo interrelaciona diversos lenguajes, sino que ofrece además nuevas posibilidades para establecer las relaciones existentes entre el pensamiento y la expresión del mismo, sea cual sea la función que se les atribuya desde los emisores o productores.
Reconocer la complejidad del lenguaje, de los discursos mediáticos audiovisuales o no, supone, como mínimo, exigir la aceptación de la misma en tres ámbitos del proceso de comunicación: en el de la producción, en el del producto o discurso y en el del análisis e interpretación. Asimismo, esta característica de la complejidad conduce a las implicaciones de la misma en el ámbito específico de la competencia comunicativa y, en este caso, en el de la propia investigación.
La complejidad del proceso de producción nos traslada ineludiblemente al papel determinante de las nuevas tecnologías como soporte a la vez que factor determinante en la conformación de los discursos mediáticos. Y, sin comulgar necesariamente