un anaquel de la cocina una botella de tequila que le habían regalado cuando emigró de México jurando que no volvería. Como no tenía caballitos, sacó una taza de café expreso para servirse. Se forzó a beber con encono, imitando a los héroes trágicos del cine. Abstemio consumado, bastaron cuatro onzas de tequila para embriagarlo. La voz de Shakira, teñida por el alcohol, sonaba triste y resbalosa.
Recordó el consejo de Sonrisas. No había nada en su memoria. ¿Qué edad tenía Esaú cuando salió esta porquería al mercado? Wikipedia le informó que el año de lanzamiento había sido 2005, en el volumen dos del disco Oral Fixation. Hizo cálculos embrollados por el alcohol. Estaba por entrar al Conservatorio. Tenía quince años. Se acordó de la fiesta de quince años de su prima Berenice en Coatzacoalcos: el vestido chabacano, el baile con chambelanes vestidos de cadetes, la hora de los brindis empalagosos, el brindis de su propio padre, que aprovechó la ocasión para predicar la palabra del Buen Jesús ante los invitados. Su padre: celoso protestante entre católicos borrachos. Esaú revivió la vergüenza de aquella noche en que odió por igual a su padre y a la concurrencia beoda que se reía de él sin disimulo. Quiso subirse a la tarima, sentarse al teclado y cerrarles la boca con su talento furioso, inducirles pasmo, miedo, reverencia, como lo hacía Glenn Gould ante los auditorios pretenciosos que despreciaban su banquito de enano y su costumbre de tararear a Bach mientras tocaba. Pero aquella noche de alegría veracruzana Esaú permaneció sentado, y en vez de acudir en defensa de su padre clavó la mirada en el plato de arroz con mole y no la alzó hasta que el maestro de ceremonias le arrebató el micrófono al pastor inoportuno y ordenó que siguiera la fiesta. Ruidosos aplausos recibieron a la trompeta mentirosa: I’m on tonight you know my hips don’t lie... Su padre abandonó el escenario, derrotado al ritmo de Shakira, la cantante favorita de la quinceañera, Don’t you see baby, this is perfection...
A Esaú le quedó el pecho adolorido, y a media botella fue al librero por un disco —las Variaciones Goldberg, en la segunda grabación de Gould— y lo puso a todo volumen. Ebrio y lacrimoso, asqueado de su padre, de su prima, de sí mismo, de Hamburgo y del celibato, de ser chaparro y prodigioso, huérfano, ateo y costeño, Esaú se desveló cantando con Glenn Gould, las fugas y contrapuntos de Bach como si fueran rancheras, bebiendo hasta la náusea, el vómito, la bilis, llorando hasta caer exhausto, aplastado por la grandeza de su talento y soledad. Cuando despertó al día siguiente, las caderas de Shakira habían dejado de mentir.
Jorge Comensal (Ciudad de México, 1987). Narrador, ensayista, editor. Autor de Las mutaciones (2017) y Yonquis de las letras (2018). Textos suyos han aparecido en Arquine, Casa del Tiempo, Este País, Nexos, entre otras publicaciones.
CHUCHUMBÉ, CHAMPETA
Y REGUETÓN
Antonio Nieto
Ese día era especial para ella, logró graduarse de la secundaria y el fin de cursos lo celebrarían con una tardeada en el News Divine, el lugar de moda en el barrio de la Nueva Atzacoalco. A pesar de ser menor de edad, por obtener buenas calificaciones sus padres le dieron permiso para ir a divertirse a la discoteca; podría maquillarse, usar ropa bonita y tal vez bailar con el chico que siempre le había gustado, sería un momento mágico. El 20 de junio del 2008 las cosas no ocurrieron así; su amiga Isis fue asesinada a toletazos y ella obligada a subir a un camión de transporte público bajo la advertencia de un policía de la Secretaría de Seguridad Pública: “súbete o tú vas a ser una de las muertas”. Ese día tan especial se convirtió en una masacre, con niños convulsionándose o agonizando lentamente por los golpes y la asfixia, muriendo en el suelo frente a los paramédicos del Escuadrón de Rescate y Urgencias Médicas (ERUM), quienes fueron captados en un video ordenando “no me suban a nadie a esa ambulancia”, razón por la que los jóvenes trataban burdamente de dar primeros auxilios a sus amigos, familiares y seres queridos. Es desolador ver, en uno de los videos, a un chico que suplica a su amigo que no se duerma.
Negocios como el News Divine o el Abuelo son modelos de entretenimiento para jóvenes pobres y marginales quienes, ante la falta de mejores espacios de convivencia digna, al ser grupos desprovistos de poder económico y político, encuentran en estos salones de baile el lugar para socializar y divertirse a ritmo de reguetón. El académico y fundador de ConectaDH, Luis González Plascencia, describe el hecho de la siguiente manera: “para mí el caso equivale a planear un secuestro de las niñas y niños que estaban ese día en el bar, […] y permitir delitos intencionales como el fichaje y las vejaciones de las víctimas secuestradas”.[1]
El Programa de Mando Único de la Policía (Unipol), la agencia responsable del fallido operativo en el News Divine, fue ejecutado para evitar que se vendieran drogas o alcohol dentro del establecimiento. Tiene su origen en el marco de la política de Cero Tolerancia de Marcelo Ebrard, quien creó un mando único para las policías del Distrito Federal por recomendación de Rudolph Giulianni. Durante el operativo en el News Divine, Marcelo Ebrard era el jefe de Gobierno y anterior secretario de la SSP. Mientras tanto, a nivel nacional, en su afán de legitimar el fraude electoral que lo colocó en el poder, Felipe Calderón iniciaba una guerra contra las drogas, lo que desató una guerra civil que hasta nuestros días lastima al país con altas cifras de muertos, desaparecidos y ejecuciones sumarias.
Según Joseph Branden, los jaloneos políticos en torno al consumo de estupefacientes y en relación con la expresión de la sexualidad “implican una redistribución de libertades e ilegalidades […] sometiendo a la población en un sistema de vigilancia continua, arrestos y comparecencias, convirtiendo la vida cotidiana en una prolongada lucha por no caer en la cárcel”.[2] Para justificar esta guerra contra el crimen los grupos de poder económico y político inventan mediocráticamente al sujeto peligroso, así, en palabras de Pablo Gaytán:
El chavo banda, el punk, el ultra, el cholo, el chaca, el mara, el sicario, el machetero de Atenco, el greñudo con tatuaje, el pandroso, el hip hopero, el grafitero, el desempleado, el “nini”, o el damnificado por los pésimos servicios en el oriente de la metrópoli […] serán temidos por los otros, es decir, por las clases medias metropolitanas […] y significa el declive de toda posible solidaridad entre los mismos habitantes de la ciudad.[3]
De esta manera, como sostiene José Luis Cisneros, los medios de comunicación logran generar ambientes de miedo y terror en la memoria social al enfocarse en las acciones violentas ocurridas en zonas urbanas caracterizadas por la pobreza y el desempleo, lo que “presupone que la delincuencia y la violencia ocurren primordialmente entre los pobres de la ciudad”.[4]
El autómata frente al primitivo
Yo acá voy a demostrar de forma muy simple pero contundente lo que es arte y lo que no lo es […] si un reguetonero que se jacta de ser cantante es aceptado como tal ante la sociedad, ¿entonces qué es Andrea Bocelli, Pavarotti, Freddie Mercury? Es decir, si un reguetonero que anda por ahí balbuceando obscenidades, full de autotune y carente de contenido melódico es tomado como un cantante, entonces ¿qué fue Freddie Mercury o qué es Andrea Bocelli? ¿Entienden?[5]
En agosto del 2012 la página de Facebook Por un México sin chakas, tepiteños y reguetoneros… Mata un chaka y haz patria convocó a linchar reguetoneros. Según Dan Graham: “La industria del rock prefiere dividir a las minorías en mercados independientes, y esta división establece una oposición ideológica entre ellas, oposición que trabaja a favor de la ideología dominante, pues pone a una minoría en contra de la otra”.[6] El rock, el pop, la balada ranchera y los diversos géneros musicales corporativos funcionan como ejercicios disciplinarios que condicionan al escucha para cumplir un papel como consumidor de estilos de vida. Habría que agregar a este modelo pedagógico, ideológico y socializador géneros como el “movimiento alterado”, el narco-rap y el rap militar o “wacho rap” que, rindiendo culto a la forma de vida y la violencia del crimen organizado, normalizan la guerra civil en el país y promueven el paramilitarismo con temas como “Escuadrones de la muerte”, “Gafes”, “Sanguinarios del M1” y “Comandante escorpión 40 C.D.G”. Así se construye mediáticamente