se debe esperar encontrar una historia meramente expositiva, que hable del antes y el después a través de una serie de obras escogidas, colocadas en hilera.
Muchos años atrás, el autor ya nos había ofrecido una herramienta para abarcar la complejidad de los hechos arquitectónicos y urbanos.
El libro Ideas y arquitectura en el Perú del siglo XX, publicado en 1997, sintetiza muchas de las ideas que Ludeña trabaja desde más de una década atrás. En este libro, el autor nos presenta un mapa que él titula «La teoría general de la arquitectura» (Ludeña, 1997, p. 66). En este se hace explícita la relación entre una concepción del mundo amplia, una teoría de la sociedad, más acotada y, finalmente, una teoría general de la arquitectura. En paralelo a esta suerte de árbol gnoseológico, la sociedad.
Un poco más adelante en el mismo libro, el autor distinguirá entre un dominio idealista y un dominio real de la arquitectura. En el primero, la idea, el arquitecto y la obra parecen flotar en un vacío, una suerte de tabula rasa tan irreal como desconcertante. El segundo, el dominio real por el que el autor apuesta, «está constituido por todos aquellos objetos, sujetos, procesos, ideas e instituciones que participan en la producción edilicia» (Ludeña, 1997, p. 78). Es en este concepto que encontramos la segunda herramienta para dar lectura a su propuesta historiográfica.
Este volumen, como el mismo autor señala en su introducción, no pretende ser un relato exhaustivo de la arquitectura y el urbanismo de nuestros doscientos años de historia republicana. Lo titánico de la tarea, ante la extensión del objeto de estudio y la falta de fuentes de información, se combina con la dificultad para trazar todas las rutas posibles de un fenómeno no unitario y que, posiblemente, aún no hemos llegado a entender. ¿Qué significó nuestra independencia? ¿De qué manera la categoría de República cambió nuestra percepción del mundo? ¿Qué roles jugaron los diferentes autores en la construcción de esta nueva patria? ¿Cuáles son las posibles periodificaciones y tendencias identificables?
Sin dejar de proponer respuestas a estas y muchas otras preguntas, Ludeña nos ofrece una serie de viñetas: personajes y eventos claves para narrar nuestro urbanismo y nuestra arquitectura republicanos. Es interesante notar, en primer lugar, cuáles son los aspectos narrados y cuáles se dejan de lado.
Al ser esta obra una antología de textos que el autor escribió en diferentes momentos de las tres últimas décadas, la compilación responde, evidentemente, a los intereses personales que han guiado su carrera. Podemos leer aquí una curiosidad historiográfica casi iconoclasta, que apunta a los periodos menos estudiados de la historia de la arquitectura y el urbanismo o, en su defecto, a caminos poco transitados. Donde otras historias hablan de edificios protagónicos y de grandes nombres, la narración de Ludeña busca el cuestionamiento de las verdades asumidas, el replanteo de dicotomías, la construcción de historias que es, finalmente, la tarea de la historia.
El libro, dividido en cinco partes, nos presenta once temas. Muchos de ellos, previamente publicados, se combinan dentro de un arco narrativo que presenta dos ideas principales. La primera es la afirmación de la importancia de los primeros años de la República como un periodo de gestación y de establecimiento de ideas y posturas que guiaron el siglo XX. La segunda idea presenta la construcción de una identidad propia, mestiza, que, con aciertos y desaciertos, es también la construcción de nuestra modernidad, que pasa por Piqueras Cotolí y la Agrupación Espacio, y termina en nuestro presente neoliberal y desordenado.
Es de gran importancia recalcar cómo, en su construcción de una historia de la arquitectura y el urbanismo peruanos, para Ludeña las ideas son tan o más importantes que lo construido. Y es así como debe ser, puesto que las ideas trascienden las limitaciones materiales y pueden llegar a convertirse en parte de nuestro imaginario, de la «ciudad ideal» que una sociedad hace propia. Los planes nunca llevados a cabo y los proyectos que quedaron en el tablero alimentan nuestro imaginario y los mitos sobre quiénes fuimos, que finalmente no dejan de construir a quiénes somos actualmente.
Agregaría un aspecto adicional que, de manera constante pero poco explícita, está presente en todo el texto: la actitud crítica del autor frente a lo narrado. Ludeña es un crítico, aun desde el rol de historiador, y es así como, en la elección de ejemplos, en la argumentación social y política que los contextualiza, y en la exposición que hace de la arquitectura y del urbanismo nos ofrece su punto de vista que parte de una objetividad histórica. En una sociedad en la que el rol del crítico parece desaparecer o confundirse con otros discursos una lectura que cuestione no solo el presente sino también el pasado es vital.
En la primera parte, «Ciudad y arquitectura, siglo XIX: de la modernidad política a la “modernidad práctica”», se sientan las bases de un discurso que se consolidará a lo largo del libro.
La historia de la República es, al mismo tiempo, la historia de nuestra modernidad. La apertura de mercados y la llegada de la ilustración, factores que permiten el cuestionamiento del régimen virreinal, son al mismo tiempo manifestaciones que heredamos de la sociedad europea, que sin proponérselo, nos ofrece las herramientas sociales y culturales para empezar nuestro propio proceso de autonomía frente a ella.
El primer encuadre se centra en el mito de la ciudad como sinónimo de civilización idealizada que, en el Perú colonial, no pasa de ser un constructo teórico. Es así que la República, como primer esfuerzo de modernización, comienza idealizada e idealizadora, con personajes que se inventan la ciudad más como una utopía formada, por el momento, de proyectos puntuales, que como un sistema articulado propiamente urbano. Una «escenografía incidental», en palabras de Ludeña.
A continuación, Teodoro Elmore y su Lecciones de Arquitectura sirven de hilo narrativo para exponer el nacimiento de nuestra profesión y la coyuntura que lo hace posible. Invita a la reflexión en torno a la segunda mitad del siglo XIX, en la que la República cada vez más consolidada, oscila entre los ideales y la realidad tangible. La patria soñada debe convertirse en territorio administrado. La arquitectura y su teoría son reflejo de esta realidad.
Es significativo que el segundo encuadre esté dedicado no a la obra construida sino a las ideas y a su enseñanza, a través del análisis de la gestación y contenidos de Lecciones de Arquitectura. En su edición original, este texto encabeza un proyecto editorial meritorio dentro de nuestra historia: la publicación de la colección Clásicos peruanos. Arquitectura y pensamiento (Ludeña, 2014), que consiste en la reimpresión de cuatro textos fundamentales en la construcción de nuestro pensamiento arquitectónico nacional.
El tratado de Elmore, que coincide con sus inicios como docente en la Escuela Especial de Construcciones Civiles y de Minas del Perú (EECCM), es parte de un esfuerzo prácticamente nacional por cultivar una elite intelectual de la que carecía, con el fin de poder constituir efectivamente el Estado moderno con el que los movimientos independentistas habían soñado. Ludeña, además, tomando el mencionado tratado como hilo conductor, nos presenta un panorama de la tratadística de la época, como eco de este proceso modernizador que tiene en las ciencias y las artes un motor fundamental.
Como se señala en el texto aquí presentado, Elmore proyecta, en una obra marcada por el positivismo, una de las grandes dicotomías a las que se enfrenta la arquitectura a partir de la Ilustración y del cuestionamiento a Vitruvio: la de la arquitectura como objeto estético y como problema constructivo. El tratado es, además, uno de los primeros dentro de un movimiento de institucionalización de la educación que dio origen, en 1910, a la Sección de Arquitectos Constructores, primer paso en la autonomía de nuestra disciplina.
La segunda parte, «Ciudad y arquitectura, siglo XX: de la “República Aristocrática” a la “Patria Nueva”», inicia enfocándose en el higienismo y en su rol fundamental a inicios del siglo XX.
En ese sentido, es interesante iniciar el relato del siglo XX peruano con una peste (tercer encuadre). Sin embargo, fue la peste bubónica de 1903, una más entre muchas otras de las décadas previas, la que impulsó a los primeros higienistas a proponer reformas dentro de la ciudad con especial énfasis en las viviendas y los precarios servicios públicos. Ludeña, enérgicamente, desmitifica así la idea romantizada de una Lima como ciudad jardín, que no existió sino en el imaginario de algunos discursos históricos oficiales.