a la baja calidad de la vivienda como razón principal de los problemas de salud (la teoría); por otro lado, los esfuerzos tangibles del Estado, que se traducen en edificios y mejoras en infraestructura (la práctica).
En fuerte contraste, el cuarto encuadre, dedicado a Manuel Piqueras Cotolí, deja de lado la reflexión en torno a las grandes políticas y a los cambios sociales, y se enfoca en una figura, a modo de hilo conductor de las reflexiones de la primera mitad del siglo XX. El quehacer de Piqueras Cotolí como urbanista sirve para explicar el fenómeno de la aparición de los suburbios limeños y del crecimiento de la ciudad, a la par de la consolidación del centro a través de espacios públicos diseñados como tales.
Estos proyectos urbanos van de la mano con otro de los temas centrales en la obra de Piqueras Cotolí: la consolidación de un enfoque cultural nacional reflejado tanto en el arte como en la arquitectura. El indigenismo de la pintura y de la literatura es así transformado en forma y espacio a través de los estilos neocolonial y neoperuano, en obras públicas de gran envergadura que colaboran con la creación de un nuevo imaginario urbano.
Como ya hemos mencionado, el objetivo de los ejemplos seleccionados para este volumen es dar un lugar a aquellos que la historiografía tradicionalmente ha dejado de lado, en lugar de recorrer rutas ya trazadas. Es así que, en lugar de ofrecernos una sección dedicada al Oncenio de Leguía y a sus obras —tema bastante estudiado— Ludeña habla de los diez años que le siguieron, marcados por amenazas de insurrecciones y gobiernos que, para evitarlas, se vieron forzados a volverse paternalistas y asistencialistas (quinto encuadre). Esta lectura aleja a la vivienda obrera de este periodo de un aura glamorosa de solidaridad que podríamos encontrar en otros textos, y la coloca como un medio práctico para evitar problemas tangibles de sanidad y tugurización, mientras que se buscaba aplacar a las masas disconformes.
El estudio del barrio obrero se vuelve pretexto para entender las lógicas del hacer ciudad y de la incipiente idea de vida comunitaria representadas por la arquitectura y el urbanismo. Son, además, un ejemplo interesante para retratar la adopción, dispar y discontinua en nuestro medio, de las principales ideas del movimiento moderno.
Tal vez la única excepción a la premisa inicial, de mostrar senderos poco recorridos en la historia de la arquitectura peruana, sea el sexto encuadre dedicado a la Agrupación Espacio, tema predilecto no solo de teóricos, sino también de proyectistas, que ven en la agrupación y en sus circunstancias un ejemplo de vanguardia y energía desde la academia, pocas veces presente en nuestra historia. No mencionar a Espacio hubiera sido una grave omisión. Sin embargo, lejos de analizar su influencia en la arquitectura, se opta nuevamente por un terreno poco recorrido al debatir su influencia en el urbanismo moderno peruano.
El sétimo encuadre es, en cierto sentido, complementario al anterior. Luego de reconocer una época de oro en el urbanismo peruano del siglo XX, se destaca la figura de Fernando Belaunde Terry como uno de sus principales impulsadores desde su rol de arquitecto, de editor de El Arquitecto Peruano y, finalmente, desde sus actuaciones en la política.
Nuevamente, es notable la importancia que el autor le da a las ideas, a la par o incluso sobre lo construido. Desde el inicio, él señala cómo la escasa labor proyectual de Belaunde no desmerece su intensa actividad en la «difusión de las ideas modernas del proyecto urbanístico» (p. 270). La ciudad moderna, para Belaunde, es el escenario de la sociedad moderna; nuevamente la arquitectura y lo urbano se muestran intrínsecamente ligados a lo político y lo social.
Si los textos sobre la Agrupación Espacio y sobre Fernando Belaunde Terry nos muestran los inicios del urbanismo privado y estatal, es necesario también considerar la barriada, es decir, el urbanismo informal, como parte esencial de la historia de nuestras ciudades durante el siglo XX (octavo encuadre). En este caso sucede lo inverso a lo observado en encuadres anteriores. Donde primaba lo formal y el análisis al objeto construido, al hablar de la ciudad informal el énfasis recae en las ideas. En este caso, en un campo tan tratado por las ciencias sociales y disciplinas afines como la ciudad informal, el autor hace hincapié en la necesidad de investigación de la morfología y la tipología de la barriada.
Es así que la barriada es estudiada con las mismas herramientas con las que se analizaría la ciudad formal, a partir de la observación sistemática de sus estructuras formales. Se enfatiza así la relación de la ciudad informal con la formal como parte de un mismo fenómeno de expansión urbana.
Al acercarnos a la historia reciente, la exposición y análisis de los hechos se vuelven más complejos. Las reflexiones con respecto a fines del siglo XX son presentadas a través de la correspondencia entre lo construido, el neoliberalismo y la república empresarial (Hidalgo, 2017).
El actual proceso de globalización en el que nos encontramos es analizado con intensidad y, me atrevería a decir, indignada pasión (noveno encuadre). Wiley Ludeña ya no es un historiador de archivo, sino un cronista, y su relato de fines del siglo XX e inicios del siglo XXI es el de un testigo tocado, en las buenas y en las malas, por el proceso en el que el Perú pasa a ser parte del mundo globalizado, con más contras que pros. El término «global barriada» es de una precisión avasalladora.
Este encuadre tiende puentes con ideas anteriormente expuestas: cómo se gesta la ciudad del siglo XIX, cómo se introduce la modernidad sin superar un carácter casi anecdótico de hechos aislados y, finalmente, cómo el siglo XX culmina con un fenómeno de ruralización de las ciudades.
Este mismo análisis se traslada al arte urbano y al manejo del paisaje, a través de la crítica a la concepción y diseño de espacios públicos en las últimas décadas (décimo encuadre). Como ejemplos de la expansión neoliberal, y amparados por leyes que no consideran aspectos éticos ni estéticos, estos nuevos espacios públicos se vuelven la señal más evidente de la consolidación de la ciudad «chicha» del siglo XXI.
La parte final, centrada en la primera década del siglo XXI, hace una revisión sistemática de procesos de bonanza económica y crecimiento urbano, en una identificación de patrones que parecen recurrentes en nuestra historia republicana. En palabras de Benevolo, «los prototipos y los modelos de la primera revolución moderna se vuelven a proponer en el nuevo siglo, como si no hubiera pasado el tiempo» (2008, p. 405).
El análisis de la situación actual no es alentador. Como el mismo autor reitera, a lo largo de toda su obra, la cantidad, medida en este caso en metros cuadrados o nuevas unidades construidas, no es sinónimo de calidad. Esta debería considerar la planificación de una ciudad más incluyente y ecológicamente consciente, con obras arquitectónicas verdaderamente representativas y que enriquezcan el tejido urbano y la vida de sus habitantes.
Dadas las condiciones actuales, en las que el confinamiento y la realidad de otra peste nos hacen conscientes de nuestro rol en la historia, provoca pedirle al autor un capítulo más, que debería escribirse en unos cuantos años, cuando la distancia temporal nos permita dar sentido al presente.
En esta nota, quisiera rescatar que Wiley Ludeña es uno de los pocos historiadores que dentro de la evolución de la arquitectura y el urbanismo ha considerado factores más allá de su inmediata proximidad. La mención de los higienistas y su importancia dentro del desarrollo urbano de los inicios de nuestra modernidad podría leerse hoy, en abril de 2020, como una premonición a los cambios que sucederían luego de la pandemia de la COVID-19.
Nuevas interrogantes se nos plantean que, como podemos deducir luego de la lectura de este libro, sin duda se reflejarán en la arquitectura y el urbanismo de nuestras ciudades. Los ciclos económicos afectan nuestro modo de habitar y construir, y, tal vez acelerados por circunstancias ajenas a la arquitectura y al urbanismo, nos plantearán retos que, si nos tomamos el tiempo de revisar en nuestra historia, no son del todo nuevos. Este hecho hace que la revisión sea una necesidad.
A doscientos años de la declaración de nuestra independencia vale la pena preguntarnos qué hemos heredado y qué nos hemos inventado, de dónde vienen nuestros ideales y nuestros imaginarios, y con qué recursos hemos construido —o dejado de hacerlo— los espacios donde hoy habitamos.
En la redacción de un texto, aun si se trata de un texto científico, hay siempre una variable personal. La elección del tema, los enfoques,