Wiley Ludeña

Ciudad y arquitectura de la República. Encuadres 1821-2021


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de la población era urbana y el 73,1% era rural. En 2021, estas cifras se han invertido rigurosamente: la población urbana alcanza el 79,3%, mientras que la rural representa apenas el 20,7% con una marcada tendencia decreciente (INEI, 2018, p. 15).

      La transformación del mundo urbano peruano durante la República ha sido, sin duda, estructural en diversos aspectos. Junto a la conversión de Lima en una metrópoli regional, el otro gran fenómeno urbano de la segunda mitad del siglo XX, el mapa urbano del país registra una mayor presencia de ciudades mayores e intermedias en el territorio, algunas de ellas como consecuencia del desarrollo de nuevas actividades productivas y grandes proyectos de inversión pública en infraestructura. Sin embargo, el territorio resultante registra desigualdad en la distribución de ventajas y oportunidades de desarrollo (Marzal & Ludeña, 2017, p. 246). La diferencia abismal que existe entre Lima y el resto de las ciudades del país patentiza este nivel de desequilibrio estructural en la distribución poblacional y la transformación del territorio producido durante la República. De acuerdo con las cifras del censo de 2017, la población censada del departamento de Lima alcanza los 9 485 405 habitantes, casi la tercera parte de la población nacional. Con una diferencia notable le sigue, en segundo lugar, el departamento de Piura, con 1 856 809 habitantes (6,3%). Continúan La Libertad, con 1 778 080 habitantes (6,1%) y Arequipa, con 1 382 730 (4,7%). En el otro extremo, los departamentos con menor población son los siguientes: Madre de Dios, con 141 070 habitantes (0,5%); Moquegua, 174 863 (0,6%); Tumbes, 224 863 (0,8%); Pasco, 254 065 (0,9%); y Tacna, 329 332 (1,1%) (INEI, 2018, p. 19).

      Este es el escenario y paisaje territorial que a modo de un cuerpo vivo ha visto surgir y palpitar, en estos 200 años de República, cientos de nuevos poblados, mientras que otras ciudades han experimentado un crecimiento explosivo en contraste con algunas que se encuentran detenidas en el olvido. En medio de este complejo y desbordante mundo urbano y un medio rural en estado latente de abandono se han producido tantas arquitecturas (de diversa funcionalidad, cantidad, valor ambiental y significado estético) como individuos, familias, comunidades y el conjunto de la sociedad se propusieron construir.

      La arquitectura «construye» ciudad y territorio, pero al mismo tiempo la sociedad es «construida» por estos dos escenarios seminales en su configuración y significado. La arquitectura arequipeña o limeña del siglo XIX, así como la vivienda de barriadas del siglo XX y las nuevas propuestas de ecoarquitectura en la selva peruana de inicios del siglo XXI, no podrían ser valoradas adecuadamente si no se reconociera la entrañable vinculación entre las diversas arquitecturas y ese maremágnum poblacional y territorial experimentado por el Perú republicano en 200 años.

      El surgimiento y la construcción de la República no implicaron la desaparición automática del aparato institucional, económico y social del mundo colonial. Diversas manifestaciones asociadas al régimen colonial continuaron prácticamente vigentes hasta el último cuarto del siglo XIX, en un evidente campo de disputa entre este legado recusado y la plasmación de los ideales republicanos. La pugna permanente entre estas dos dinámicas —que continúa hasta la actualidad, sobre todo en el ámbito intersubjetivo— tensionadas por ese terremoto poblacional y territorial ha producido como resultado expresiones culturales de distinta naturaleza y significación, desde la negación, reconstitución o invención de nuevas identidades sociales, comunales, regionales en el ámbito nacional. Este debe ser el contexto que nos permita comprender, en todas sus dimensiones y niveles de significación, la arquitectura y el urbanismo producidos en 200 años de República.

      El otro contexto, que completa el encuadre y permite una comprensión integral del problema, es el de las tensiones derivadas de la relación asimétrica del Perú con el mundo, especialmente con los centros internacionales de poder. Esta relación se traduce en la confrontación permanente entre la cultura hegemónica occidental, vinculada al poder capitalista mundial, moderno, colonial y euroaméricacentrado, con las culturas nativas quechua, aimara y amazónica. Porque es en este múltiple campo tensional que la arquitectura y el urbanismo republicanos reprodujeron, en términos operativos, estilísticos y de significación, sus diversas lógicas o estrategias de proyecto y configuración desde el mestizaje falsamente unificador hasta la hibridez sin fronteras, pasando por la ruptura o asimilación crítica.

      Probablemente, para captar la naturaleza específica de nuestra arquitectura y el urbanismo republicanos en sus diferentes planos de expresión desde su instauración hasta la actualidad, un camino posible, entre otros, sea el de desprenderse, sin parámetros prestablecidos, de aquel binarismo cultural simplificador. Esto para optar por aquello que Luis Rebaza Soraluz postula como un «modelo dinámico» y una «metodología reticular» que puede permitirnos reconocer desde su «originalidad», incluso, aquella actitud que es capaz de deslizarse sin prejuicios entre diferentes tradiciones culturales, periodos históricos diversos y las múltiples relaciones con entornos diferentes (2017, p. 15). Ello sin perder de vista que, más allá de cualquier singularidad de la producción cultural, esta nunca dejará de estar sometida a las tensiones del poder y los intereses de legitimación social de los grupos e individuos que constituyen la trama societal del país.

      La historiografía peruana en materia de urbanismo y arquitectura no ha podido hasta el momento recorrer otras coordenadas para su ejercicio. Al emplear las categorías relacionadas con alguna forma de creación cultural desvinculadas de las relaciones con el poder y los intereses sociales lo que ha producido es una narrativa histórica de un mundo sin conflictos, neutralizada en sus implicancias ideológicas, anatópica (pensar sin la noción de lugar) y ahistórica. Se trata de una historiografía que, además, ha encarnado una visión funcional a la idea de un «centro» sin discusión, como es Lima y el mundo de la elite blanca/criolla; centro que se hizo dominante desde la Colonia a través del sometimiento y la negación de las otras culturas y de la extraordinaria biodiversidad de nuestro país.

      En el bicentenario esta visión reductiva ha conseguido ser recusada en muchos de sus fundamentos e implicancias. La apuesta de Aníbal Quijano (2014) por una «reoriginalización» cultural debe transitar por el reconocimiento inicial de que, en gran medida, este esfuerzo nos remite a un encuentro esencial con las culturas subalternas en tanto portadoras de muchas de las señas originarias de nuestra condición cultural. Se trata de un desafío que igualmente pasa por la formulación de una «epistemología otra» —como sostiene este autor— con la consiguiente reformulación de los modos tradicionales de ver, interpretar y narrar la historia de la arquitectura y el urbanismo del país. Otra promesa republicana como un desafío por cumplir.

      Este libro surgió por azar. Apareció un día como una imagen irrenunciable tras intentar poner en orden ideas, bocetos, textos publicados y aquellos apuntes o notas escritas que uno siempre conserva en relación a algún tema en particular. Hacía esto ante la idea de escribir una breve historia de la arquitectura y el urbanismo peruano republicano dirigido al gran público y a un lector joven en particular, en medio de las conmemoraciones por el bicentenario de nuestra República.

      Ciudad y arquitectura de la República. Encuadres 1821-2021 no es un libro de historia del urbanismo y la arquitectura peruana de 200 años de vida republicana. Se constituye por una sucesión entrecortada de «cuadros» que discurren en el tiempo desde 1821, año del inicio formal de nuestro periodo republicano, hasta la actualidad. En este caso, cada escena o cuadro aspira a representar no solo un enfoque o una mirada singular de la realidad, sino actuar como una señal de advertencia contra el olvido y las exclusiones de las cuales está hecha en gran medida la historiografía del urbanismo y la arquitectura peruana. El ideal es una historiografía escrita desde nuestra propia especificidad sociohistórica territorial, independiente de una visión eurocéntrica, que incluya lo edificado por todos los sujetos sociales sin discriminaciones de ningún tipo y no solo lo que corresponde a la de las elites tradicionales; un ideal en el que la arquitectura y el urbanismo de todas las regiones se encuentren adecuadamente representados fuera del limeñocentrismo excluyente; en el que todas las arquitecturas de pobres y ricos, de formales e informales, sofisticadas o precarias, de arquitectos e ingenieros, cultas y populares, de artistas y artesanos, y otras polaridades, se encuentren como todas las sangres de un país recogidas en un solo gran relato. Todo ello continúa siendo igualmente una promesa basadriana por cumplir. Un proyecto por concretar.

      Este