por lo que hicieron de sus costumbres guerrilleras una forma de vida. Luego, con las Guerras Carlistas ocurrió otro tanto. Al igual que aconteció, más adelante, con algunos de los protagonistas del cine quinqui, muchos de estos bandoleros murieron jóvenes, consecuencia natural de su forma peligrosa de vivir. Dos legendarios ejemplos de ello fueron José María el Tempranillo y Luis Candelas, que vivieron veintiocho y treintaitrés años respectivamente.
Como los bandoleros, los protagonistas del cine quinqui –al igual que los miembros del lumpenproletariado internacional– fueron sublimados por la izquierda radical como luchadores frente a un orden de cosas injusto. Como dice el historiador marxista Eric Hobsbawn: «Al desafiar a los que tienen o reivindican el poder, la ley y el control de los recursos, el bandolerismo desafía simultáneamente al orden económico, social y político. Este es el significado histórico del bandolerismo en las sociedades con divisiones de clase y estados»[12]. Naturalmente, la motivación subjetiva del bandolero o el macarra delincuente no consistió nunca en desafiar el poder del sistema o en cuestionar políticamente el statu quo, sino en sucumbir a los entramados de tentaciones diseñados por este y en someterse a los imperativos del dinero o el mercado capitalista. También la propia guerrilla, como sistema de confrontación bélica, fue idealizada por pensadores de izquierda norteamericanos, como símbolo de resistencia frente al Estado.
La delincuencia, pues, no sería una forma de oposición al sistema, o un intento de derrocarlo, sino más bien una aspiración a participar del mismo y elevar la propia posición ocupada en él. Lo que hace diferir al burgués tradicional del delincuente es el medio a través del cual quiere lograr tal propósito. En el caso del lumpen, este solo podrá aspirar a incrementar su posición por medio de acciones ilegales. De este modo, su ascensor social y económico es el delito. Lo que ocurre generalmente en los análisis que realiza la izquierda del mundo lumpen es que, en estos, los más vulnerables socialmente son idealizados, entre otras cosas porque los escritores encargados de tales análisis no tienen contacto alguno con lo marginal, si acaso solo a partir de encuestas, estadísticas y datos en papel. Y lo cierto es que uno tiende a idealizar aquello que desconoce o que solo vislumbra en la distancia.
Por otro lado, en el mundo académico vinculado a lo antropológico, lo sociológico y, no digamos ya, en el marco de los estudios culturales, dotar a todo texto académico de una pátina de ideología progresista es fundamental no solo para medrar, sino para gustarse y mercantilizar las propias labores académicas de cara tanto al público y al alumnado como a la propia jerarquía académica, a causa de lo cual el lumpen sigue ocupando el lugar de víctima idealizada. Digamos que tanto delincuentes como académicos y burgueses prosperan y progresan como les es permitido en sus respectivos marcos, estructuras y contextos de acción. En este tipo de literatura, el lumpen es considerado siempre una víctima, y es esa calidad de víctima la que le provee automáticamente de bondad, puesto que por las víctimas uno suele sentir compasión, un sentimiento que embellece al que sufre. Pero, claro, dichos forajidos modernos no son solo víctimas, sino también, en muchos casos, depredadores capaces de una maldad y falta de compasión extremas. Esto se debe a que viven realidades muy concretas y duras, pero también al hecho de que son seres humanos y los seres humanos somos imperfectos.
Debemos añadir que la literatura académica, típicamente izquierdista, al tratar el mundo lumpen, tampoco deja espacio para la redención personal. El quinqui o el macarra, aquí, es bueno, siempre y cuando sea una víctima. En caso de que se eleve socialmente, haciéndose rico[13], deja de ser una víctima y, de acuerdo con esta pseudológica o argumentación deficiente, deja de ser bueno; ya no es el cordero listo para el sacrificio, sino un explotador capitalista más. Y, en ese caso, uno puede preguntarse, ¿cuál es la salida que le queda al miembro de las clases bajas o marginales? O sufre, y a través de su sufrimiento se purifica de toda maldad; o se enriquece y pasa al lado oscuro. Una respuesta del investigador de izquierda será que la redención se hallaría en una reforma social, pero el lumpen no parece tener acceso a ella, por lo que queda en un limbo, entre el cielo y el infierno: para ser bueno ha de padecer; si deja de hacerlo, ya no lo es.
Así pues, la figura del macarra, del quinqui, del delincuente juvenil, fue exaltada desde los medios de masas y el cine, también desde la izquierda académica. Otra causa que daba razón de ello era el hecho de que la Transición llegó tras 36 años de dictadura y a la cola de una ola de transgresión internacional iniciada en los años sesenta que aspiraba a destruir los rígidos valores previos, más propios de sociedades tradicionalistas y tecnológicamente atrasadas que de un globalismo capitalista. Los años setenta fueron la década en que la transgresión se normalizó y fenómenos como el rock duro dejaron de escandalizar, siendo asimilados por el sistema. En los años setenta hasta los fascistas llevaban largas melenas[14] y la policía, como fuente de autoridad, estaba mal vista per se. El fotógrafo Miguel Trillo me contó que al ver Perros callejeros en el cine por primera vez todo el auditorio aplaudió al morir un guardia civil en una de las escenas de la película. Tras el hartazgo de una interminable dictadura, la gente tenía ganas de libertad y la rebelión frente al poder establecido representaba un bien en alza (no solo en España sino en muchos otros países). A ello también se debe que la figura del macarra cobrase una especial relevancia social. En palabras de Víctor Lenore, «el macarra representa una subcultura», y era precisamente lo subcultural un rasgo muy apreciado en aquellos años como encarnación de toda rebelión frente a todo autoritarismo.
Al contrario de lo que ocurre hoy, en los años de la Transición estaba de moda transgredir las normas, cuestionar la moral imperante y derrocar la mojigatería. Las películas principales del cine quinqui lograron un fastuoso éxito comercial, entre otras razones, porque en ellas las reglas, lo establecido y la ley saltaban por los aires. Hablamos de los años del destape, donde el sexo, la violencia y la delincuencia en el cine eran considerados contraculturales y revolucionarios. Estas temáticas encarnaban apetitos inconscientes frente a las restricciones de un superego social, que estaba ya desgastado y obsoleto frente a los deseos cotidianos de las personas de a pie.
En relación con esto, podemos afirmar que el surgimiento y enaltecimiento del macarra intersecular se inicia por los siguientes motivos principales:
1. Desarrollismo económico.
2. Boom de natalidad.
3. Migraciones e incorporación desde el ámbito rural hasta las grandes ciudades.
4. Apertura a influencias extranjeras.
5. Cooptación de la figura del lumpen para el espectáculo de consumo.
Digamos que estos fenómenos culturales afectaron a la totalidad de la sociedad española, pero que tuvieron un impacto concreto en las capas sociales más bajas y, en particular, sobre las personas jóvenes de sexo masculino, que son quienes conforman el grueso del macarrismo patrio.
[1] Curiosamente, la palabra fue transferida a otros idiomas como el inglés estadounidense, en cuyo mundo afroamericano se habla del chulo como mack, o en Argentina y Uruguay, donde se emplea la palabra macró.
[2] Iñaki Domínguez, Macarras interseculares, Santa Cruz de Tenerife, Melusina, 2020.
[3] Ramón Tamames, La República. La era de Franco, Historia de España Alfaguara, vol. VII, Madrid, Alianza Editorial, 1974, pp. 395-396.
[4] [https://datosmacro.expansion.com/demografia/natalidad/espana].
[5] En el último cuarto del siglo XX, el mullet fue el corte de pelo distintivo de las clases bajas, tanto en España como en otros muchos países. En España, por poner un ejemplo, fue el corte prototípico de los gitanos; en Estados Unidos el mullet era propio de la llamada white trash; los hooligans ingleses eran propicios a llevar dicho corte; y en Holanda los niños macarrillas de finales de los ochenta y principios