vio venir a los policías y que los señaló y que se le veía impotente, como loco de no poder estar ahí abajo pero señaló a los policías y les dijo a los suyos: “¡Por allí vienen los policías! ¡A por ellos!”. Y los de canillas, sin pensarlo, obedecieron todos y fostiaron también a los policías. Por lo visto dejaron la feria como un solar...». Vemos, pues, cómo la industria turística pudo también beneficiar al macarra. Y, aunque el testimonio de Peseto Loco nos pueda parecer inverosímil, historias similares son relatadas por personas diversas, sin relación entre sí. El director de cine Juan Vicente Córdoba me contó una historia similar sobre un tipo que trabajaba en una feria: «Nos empezó a contar su vida [al actor Daniel Guzmán y a mí]. ¿Vale? Y el tío a lo mejor se daba el pingo, y tal, pero decía: “¡Yo he matado como a diez o doce tíos! Y nadie se ha enterado nunca de nada”. “A mí me mandaba la policía a pegar palizas.” Yo me lo creía. Este tenía un tren de la bruja». Y no son estos dos testimonios los únicos que he oído sobre una relación laboral entre macarras y la policía. Además, existen otro tipo de vínculos entre policías y delincuentes. Aparte de la relación entre la policía y delincuentes informantes, están los hijos o familiares de policías, quienes, como he podido descubrir por medio de mis entrevistas, muchas veces son delincuentes o tienen vínculos con la delincuencia. Esto no ha de resultar extraño. Un policía es alguien que, como los delincuentes, vive peligrosamente. Además, tiene pistola y puede sacar a su hijo de más de un lío a través de sus contactos profesionales. No es de extrañar que el hijo de alguien atraído por el peligro lleve un estilo de vida semejante o que, si un chico se siente impune ante la ley, tienda a transgredir las normas.
Otro factor decisivo para la expansión de una cultura macarra durante los años setenta fueron la crisis del petróleo de 1973 y la posterior reconversión industrial –ya en los ochenta–, que supuso el desmantelamiento de mucha de la industria pesada nacional y dejó a innumerables jóvenes en el paro. Si de 1960 hasta 1973 la tasa de crecimiento de España fue de 7,5 por 100, la cifra más elevada de Europa y la segunda del mundo tras Japón[10], la situación cambió para mal con esta crisis originada en el exterior. El crecimiento del país se truncó. Como me han comentado varios entrevistados, los macarras previos a los años ochenta, generalmente, tenían oficios; uno era pescadero, otro churrero, había fontaneros. De hecho, en 1975, año de la muerte de Franco, la tasa de desempleo en España era del 3,7 por 100, una cifra debida, en parte, al hecho de que la mujer no se había incorporado plenamente al mundo laboral y gran parte de la fuerza de trabajo autóctona había migrado hasta países como Suiza, Alemania o Francia en años anteriores. No obstante, tras la crisis del petróleo, la reconversión industrial y el regreso de muchos trabajadores anteriormente emigrados, muchos jóvenes se quedaron sin trabajo, huérfanos de sentido y abocados a los márgenes sociales. Es un hecho que desde 1980 la cifra de parados en España no ha descendido jamás de los dos millones[11]. Y hablamos de un escenario que empeoró con la llegada de la heroína en ese mismo periodo, minando a una juventud que, en muchos casos, recurría a la delincuencia para proveerse de su dosis diaria de caballo. Como dice el Mark Renton, protagonista de la película (y novela) Trainspotting (1996): «Yo elegí no elegir la vida, yo elegí otra cosa. ¿Y las razones? No hay razones. ¿Quién necesita razones cuando tienes heroína?». La vida callejera puede ser muy aburrida y el caballo aporta bienestar y sentido, al menos en las primeras fases de adicción. Posteriormente, se torna un artículo de primera necesidad.
En este momento histórico fue cuando muchos macarras acabaron por mutar en yonquis, es decir, personas que para la población general habían perdido todo sentido de dignidad personal para reducir su existencia a un solo propósito: consumir droga. El yonqui pasará, entonces, a ser un paria y servirá de aviso a macarras más jóvenes que, en su mayoría, no tendrán ya contacto con el caballo, al ser muy conscientes de las consecuencias de tales consumos. Pero dejemos la plaga de la heroína por ahora, volveremos a ella más adelante.
Como ya hemos visto, la identidad macarra será construida a partir de influencias diversas, algunas de las cuales llegarán del exterior. Lo cierto es que la liberalización de la economía iniciada con el Plan de Estabilización de 1959 tendrá consecuencias a la hora de moldear una nueva conciencia nacional en sintonía con el zeitgeist occidental. La modernización estructural del país conllevó una modernización cultural. Con el nuevo plan crecerá la renta nacional y habrá una mejor redistribución de la misma entre la población, al tiempo que la ciudadanía estará mejor formada y será más urbana.
Los estándares de vida mejoraron por entonces para todos y, a causa de ello, surgieron nuevas identidades, como puede ser no solo el macarra sino también el moderno o el hortera. El moderno sería aquel miembro de las clases medias que cuenta con sus necesidades básicas cubiertas y que, sobre esa base, inicia un gasto centrado exclusivamente en potenciar su identidad y resultar atractivo como individualidad tanto a sus propios ojos como a los ajenos. El hortera, por su parte, es aquel que, siendo de clase trabajadora, puede comenzar a gastar dinero en bienes de consumo con los que trata de equipararse a miembros de clases más elevadas, solo que su falta de comprensión de los códigos estéticos de estas hace que desentone con respecto a ellas. Podríamos definir al hortera como un ingenuo con algo de dinero o, quizás, alguien que cuenta con ciertos recursos económicos pero que, culturalmente, carece de ellos. Lo hortera vendría a expresar un desnivel entre base económica y la expresividad cultural. El macarra intersecular, aunque pueda compartir rasgos identitarios tanto con modernos como con horteras, se distingue, principalmente, por vivir la calle, también por su chulería y su violencia.
Pero, no solo podían los españoles permitirse acceder a más recursos de todo tipo, sino que contaban, a su vez, con más tiempo de ocio. La hora semanal de trabajo declinó de 49 horas en 1964 a 44 en 1975. Ya podemos imaginar cómo afectó este incremento del ocio en la vida del macarra setentero, un individuo trabajador, como hemos visto. Por otro lado, la natalidad no solo fue en aumento, sino que la mortalidad infantil fue reducida de modo drástico. Si en 1930 dicha mortalidad era de 123,75 individuos por cada mil niños, en 1970 era de 28,12[12]. Esto supondría el incremento drástico de adeptos a la cultura macarra de años venideros. A su vez, la educación mejoró, algo que también representa un aspecto fundamental para la eclosión del macarra en los años sesenta y setenta. Una formación educativa básica –propia de la escuela primaria– es lo que distingue al macarra del quinqui o el analfabeto rural. En este sentido, también el boom de la construcción del tardofranquismo tuvo mucho que ver con las nuevas distinciones identitarias. Generalmente el quinqui era aquel que, sin ser gitano, habitaba una chabola, una casa baja o una infravivienda, mientras los macarras vivían en pisos –a menudo de grandes bloques– o, al menos, estaban más adecuadamente integrados en la vida urbana. Si el quinqui no pertenece del todo al mundo urbano, el macarra ya es, de hecho, un ciudadano pleno: aquel que es oriundo de la ciudad y que, por ello, es más civilizado en términos literales. Es un fenómeno 100 por 100 urbano, no así el quinqui, que cuando vive en grandes urbes, lo hace siempre en los márgenes, en barrios chabolistas y áreas que lindan con lo rural. Los grandes bloques construidos por el gobierno gracias a los Planes de Urgencia Social de finales de los años cincuenta, que trataban de acabar con el problema generalizado del chabolismo, fueron contenedores de macarras, su hábitat natural en años venideros.
Muchos especialistas hablaron de este fenómeno como el «chabolismo vertical». Parte de estas nuevas construcciones urbanas para los más desfavorecidos fueron las Unidades Vecinales de Absorción (las famosas de UVAs) y los Poblados Dirigidos. En Madrid destacaron los Poblados Dirigidos de Caño Roto y Canillas, y en muchas otras ciudades estaban los polígonos, como puede ser el nuevo Barrio de la Mina –cuyos edificios aparecen en Perros callejeros (1977)– o las Tres Mil Viviendas de Sevilla, dos proyectos urbanísticos iniciados a finales de los años sesenta que quedaron concluidos en la segunda mitad de la siguiente década.
Como vemos, hay toda una serie de transformaciones materiales que contribuyen a desencadenar una transformación psicosocial, propiciando mutaciones identitarias, entre las cuales está el surgimiento del macarra intersecular. Si el régimen no contaba con los profundos cambios culturales que el desarrollismo iba a traer consigo, estos de hecho tuvieron lugar. La influencia de la cultura de masas será uno de los elementos fundamentales en la construcción de la nueva identidad macarra. El cine y la música