porque ha escrito sobre cine, como lo hicieron Benjamin y Deleuze.
A través de su escrito, Víctor Guerrero Apráez va entresacando conceptos generados por sus autores que “descoyuntan las certezas”, como anuncia en el primer párrafo de su libro. Dos de ellos han demostrado su incidencia en el des-quiciamiento de nuestras comprensiones: “La embriaguez y los viajes en Benjamin y el rizoma y las líneas de fuga” de Deleuze.
La carta de Benjamin a Schmitt de 1930, en que el primero valora la teología política del segundo, es un asunto al que Víctor Guerrero Apráez le ha dedicado importantes consideraciones y que vuelve a aparecer en este libro. En Batallas teopolíticas escribió que la teología política ha sacudido el campo entero de la disciplina de las ciencias humanas y sociales y “ha puesto en cuestión todo un complejo de ensamblajes filosóficos y culturales sobre cuyas certezas creíamos sostenerlos con algún grado de seguridad epistémica”. Estos sacudimientos también los ha producido la obra aquí analizada de Walter Benjamin.
El encuentro textual es interesante no solo como ejercicio de relación (el espejo y sus refracciones puede ser una buena figura para esa lectura), sino también como interpretación de los orígenes de la obra o los pasos iniciales del pensar. En ese sentido, es también una reflexión sobre la historia intelectual o aún mejor sobre las huellas textuales de un pensamiento que emerge y que con acierto llama escritos destinales, que en los casos de Benjamin y Deleuze tienen un trazo común disruptivo.
Un amplio número de rasgos comunes en la génesis e índole de su escritura los vinculan: precocidad, carácter fragmentario, estilo impresionista, densidad intuitiva, relativo olvido posterior, vetas analíticas que marcarían complejas problematizaciones posteriores, y quizá por encima de todos, la enigmática formulación primeriza de un pensamiento que habría de marcar una obra filosófica que con la fuerza de un tsunami deshizo todas las reparticiones disciplinares y las fronteras entre las ciencias sociales. (véase la página 23)
Que Walter Benjamin: fragmento, umbralidad, fantasma se publique en la Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales no es una casualidad. Todo lo contrario. El libro, al unir política y filosofía o estética y política, aborda algunas de las áreas más fructíferas para pensar problemas políticos centrales, por ejemplo, la guerra, las violencias, la paz o los neofascismos. El autor lo subraya cuando escribe que
en estos días donde vientos neofascistas recorren todas las latitudes geopolíticas bajo vulgares carismas celebrados por los medios masivos, la actualización del sensorio benjaminiano que los detectara precozmente en su primera irrupción histórica hace un siglo puede brindar a este texto un interés adicional. (véase la página 21)
Tiene toda la razón. El pensamiento sobre la política en los tiempos azarosos en que vivimos puede recibir de las fulgurantes reflexiones de Walter Benjamin (por ejemplo, las de umbral y fantasma), así como de las interpretaciones que nos ofrece Víctor Guerrero Apráez en este libro, sus conceptos, sugestiones y argumentos para entender mejor las realidades en que vivimos. A veces es necesario que los meteoritos nos ayuden a hacerlo.
GERMÁN REY
La obra de Walter Benjamin no ha cesado de emerger como una estrella errante que, atravesando el panorama intelectual contemporáneo, descoyunta sin cesar sus reparticiones disciplinares y sus cómodas certezas. En el contexto de un mundo académico feudalizado en innúmeras especialidades incapaces con frecuencia de sostener enfrentamientos significativos entre sí, caracterizado además por una extendida resignación a la irrelevancia política de sus propias exigencias y al fatalismo generalizado de la dominación capitalista mundial, la capacidad provocadora de sus reflexiones, la profana iluminación procedente de sus fragmentos, la transgresora aspiración mesiánica nunca abandonada y la genialidad demoledora de los campos académicos consagrados mediante sus heterodoxas aproximaciones interpretativas continúan siendo un poderoso estímulo a cualquier tentativa, tanto para el acercamiento a su obra como para levantar barricadas de resistencia contra los cánones dominantes.
El presente texto constituye un eco indisciplinado del perenne desafío planteado por un pensamiento que se enfrentó con toda consecuencialidad a las seductoras corrientes mistificadoras que surgieron desde el movimiento juvenil y los círculos poéticos en los comienzos mismos de la República de Weimar, donde Benjamin iniciara su propio periplo filosófico, y que hizo de la confrontación teórica con las más brillantes figuras de una época signada por la ruptura de todos los referentes epistémicos de la centuria anterior, así como por la irrupción de las grandes transformaciones políticas y sociales del siglo XX, el dínamo de su propia reflexión.
A diferencia de todos sus colegas generacionales, su trayectoria intelectual nunca encontró el solaz de un campus universitario que lo acogiera, ni de una institución académica que le diera refugio, ni de un partido o asociación que lo reclutara como su ideólogo, pero tampoco de una patria que lo reconociera mínimamente como ciudadano suyo. La recién fundada Universidad de Frankfurt rechazó su proyecto de tesis doctoral calificándola como incomprensible y al autor como un inepto para aspirar al papel de guía profesoral sobre las futuras generaciones estudiantiles; los círculos académicos siempre encontraron, en su acerbo rechazo de toda contemporización intelectual con sus correspondientes premisas, un molesto antagonista; ni el comunismo ni el sionismo fueron opciones consideradas siquiera mínimamente plausibles de acomodación militante; la Alemania imperial lo catalogó como un súbdito de segunda categoría dado su origen judío; la Alemania nacionalsocialista lo despojó de su nacionalidad mientras que la Francia de la Tercera República engavetó su solicitud de naturalización ad calendas grecas; y Palestina, a donde se dirigía la emigración de los judíos europeos, incluido el más cercano de sus pocos amigos, le pareció anticipadamente un callejón sin salida, a cuyas promesas reterritorializadoras era preferible rehusarse.
Apatridia, exilio, emigración, dos fugas angustiosas ante las garras del nazismo que lo persiguió con nombre propio —la primera en enero de 1933, desde Berlín, al día siguiente de la ascensión de Hitler al poder y en octubre de 1940 la segunda, desde París, ante el inicio de la invasión a Francia—, nomadismo incesante entre fronteras, pero no menos entre las ciudades alemanas, los mismos distritos berlineses y los arrondissements parisinos, fueron la signatura de su vida. En el plano intelectual, que guarda una estremecedora correspondencia con aquella, su obra bebió de todas las fuentes a las que su insaciable curiosidad lo llevara con un olímpico desprecio de las reparticiones disciplinares y las jerarquías temáticas, y se midió con todas las construcciones teóricas de alguna relevancia, en una dialéctica infatigable de asimilación y superación extrema.
En tal constelación existencial fue filólogo, historiador, filósofo, esteta, poeta, crítico literario, periodista, librero, traductor, coleccionista, anticuario, grafólogo, libretista radiofónico, viajero, flâneur, argonauta mediterráneo y báltico, ensayista, corresponsal obsesivo, y en esta caleidoscópica disposición cada oficio fue ejercido con tal pasión y radicalidad como para impedir disociar el saber propio de todos ellos en la composición de sus escritos. Lo extremo de su apuesta intelectual y vital, al igual que su indeclinable creencia en la emancipación como modalidad secular de la apocatástasis, le confieren a su obra un impulso y una fuerza que el fracaso de las revoluciones, el derrumbe de las utopías y el subsecuente reinado del consenso neoliberal en el curso del largo siglo XX no han conseguido domesticar y a la que los seis capítulos de este libro intentan ser fieles en medio de la diversidad de sus temáticas.
En el capítulo I se efectúa una lectura de las correspondencias y complementariedades entre dos textos que hasta ahora no se habían puesto en relación: los juveniles ensayos escritos respectivamente en 1920 y 1940 por un Walter Benjamin y un Gilles Deleuze veinteañeros. Por un lado Capitalismo como religión y del otro Cristo y la burguesía, en los cuales la atrevida exploración del carácter cultual de la religión cristiana y la interioridad de la culpa, metódicamente labrados en la fragua milenaria de la maquinaria teológica para el moldeo de cuerpos y conciencias, revelan la inusitada confluencia seminal de dos obras filosóficas