destrucción. Los espectros de Marx se correlacionan pues, inesperadamente, con los fantasmas jamesianos, a partir de una situación en la que su empleo multitudinario por el nazismo en la Europa ad portas de caer en sus garras permitió atisbar este subterráneo parentesco releyendo en clave muy distinta a la habitual el texto de James.
Desde sus primerizas narraciones como viajero y memorialista de la Berlín de su infancia, Benjamin desarrolló una peculiar apreciación del umbral, sensorial e intelectiva a la vez. Su empleo como noción inicialmente descriptiva paisajística y de la espacialidad urbana se trasladó a sus reflexiones en torno al color y la fantasía, permeó sus experiencias psicotrópicas, habilitó aproximaciones de crítica literaria y fue de manera progresiva adquiriendo una creciente consistencia y capacidad heurística. Tanto en su tesis doctoral, pero no menos en su monumental obra inconclusa sobre los pasajes y en su texto póstumo con sus tesis sobre la historia, la categoría ganó en complejidad y centralidad al punto de convertirse en una de sus herramientas conceptuales cruciales. Adscrita tanto a una arquitectónica como a una tectónica cultural, histórica y política, la umbralidad como espacio material o inmaterial de indecibilidad ofrece maneras de pensar nociones hoy claves en las ciencias sociales y humanas, como la hibridación, la excepción y la contradicción, desde términos diferenciados y alternativos. El capítulo final se ocupa de esta indagación tanto arqueológica como genealógica, descubriendo una continuidad inusitada en el empleo de la categoría dentro del conjunto del opus benjaminiano. El relevo quizá más significativo en la utilización de la categoría de umbralidad se encuentra actualmente en la obra de Giorgio Agamben, de cuya fructífera aplicación a una diversidad de tópicos se plantean algunos de los modos para su empleo, y cuya pertinencia para nuestra situación contemporánea se esboza en sus presupuestos básicos de partida.
Si bien cada capítulo está concebido de manera independiente, se encuentran reflejos y alusiones cruzadas, cuya fugaz correspondencia aspira a intensificar la dilucidación planteada en cada uno de ellos. El motivo seminal de su elaboración se remonta, como en tantos casos, a un encuentro con su tesis de grado hecho de deslumbramiento y estupor hace casi ya un cuarto de siglo, cuyas dos primeras lecturas resultaron tan absolutamente indescifrables como irresistiblemente cautivadoras. El presente texto es una de las consecuencias de este cautiverio cuyos barrotes han sido desde entonces líneas de fuga. Y en estos días, donde vientos neofascistas recorren todas las latitudes geopolíticas bajo vulgares carismas celebrados por los medios masivos, la actualización del sensorio benjaminiano que los detectara precozmente en su primera irrupción histórica hace un siglo puede brindar a este texto un interés adicional.
La matri(x)z cristiano-capitalista: interioridad y culto en Deleuze y Benjamin
Redactados en una etapa temprana del respectivo desarrollo filosófico de cada autor, Capitalismo como religión (1921), escrito temprano de Walter Benjamin,1 y De Cristo a la burguesía (1946), escrito inicial de Gilles Deleuze,2 constituyen sendos textos de un pensamiento apenas en surgimiento, cuyas derivaciones posteriores ampliarían contenidos seminales por parte de cada uno. Un amplio número de rasgos comunes en la génesis e índole de su escritura los vinculan: precocidad, carácter fragmentario, estilo impresionista, densidad intuitiva, relativo olvido posterior, vetas analíticas que marcarían complejas problematizaciones posteriores y, quizá por encima de todos, la enigmática formulación primeriza de un pensamiento que habría de marcar una obra filosófica que, con la fuerza de un tsunami, deshizo todas las reparticiones disciplinares y las fronteras entre las ciencias sociales, consecuentemente marxista pese a todos los ataques, fiel al postulado revolucionario y comprometidamente polémico de cara a las corrientes dominantes en la academia de su época.
Ambos textos están formulados en términos categóricos, con un tono apodíctico apto para su intencionalidad polémica y pensados por alguien con una ilimitada capacidad de provocación. Ambos tienen un carácter sumario que los abre a una multiplicidad interpretativa muy amplia, a una quizás inagotable capacidad de iluminación sobre textos posteriores y a teorizaciones mucho más complejas y sostenidas, es decir, su condición de escritos destinales que fijaron senderos de pensamiento resulta de particular atracción en cada autor como tal y en la constelación que los dos pueden ofrecer. Sin duda, lo anterior no sería suficiente para justificar un ensayo dedicado a estos dos textos casi lacónicos si no se diera una estricta complementariedad temática entre ambos: por un lado, la indagación sobre las implicaciones políticas e históricas que tuvo el advenimiento del cristianismo y la burguesía en la configuración de una subjetividad moderna y, por otro lado, el desciframiento del capitalismo como una religión cultual en sí misma, que ha sido considerada de alcance universal y permanente en los fastos de su puesta en escena.
La primera vertiente explorada en el texto de Deleuze constituye la dimensión interior de la religión cristiano-burguesa, mientras que la segunda es la dimensión exterior. La interioridad de la subjetividad, que como una novísima y perturbadora construcción histórica el cristianismo introdujo en oposición al mundo antiguo, en general, y griego en particular, y la exterioridad ritual, como celebración estatuida en un no menos nuevo ceremonial que en sus trazos y trazas compendiaba y llevaba a un régimen superior el conjunto de las religiones. Adicionalmente, la rotundez de la formulación en ambos casos no hace sino reforzarse si se toma en cuenta lo propuesto en la otra. Es decir, la nueva interioridad cristiana no habría tenido ni la influencia decisiva ni la extrema duración que la definió de no disponer de un ámbito cultual prolijamente construido como una práctica religiosa. Y, en sentido contrario, la dimensión exotérica y visible de esta celebración ritualizada no habría obtenido su amplitud escala de no contar con una interioridad personal subjetiva trabajada en profundidad desde la irrupción de la figura de Cristo hasta la Revolución francesa y su contrato social-burgués.
En el caso de Deleuze tenemos su primera publicación aparecida en 1946, en la relativamente desconocida revista Espace, compuesta por una docena de páginas, cuando el autor apenas acababa de arribar a su mayoría de edad siendo estudiante de filosofía, y en las difíciles circunstancias tanto materiales como intelectuales de una ciudad como París recién liberada de la ocupación nazi, en cuyo transcurso buena parte de la intelligentsia había sucumbido a la colaboración con el régimen ocupante y donde la resistencia intelectual se ejercía en publicaciones clandestinas con no escaso peligro para sus autores, a través de casas editoriales como Minuit. Esta misma casa se encargaría de la edición de la mayor parte de las obras de Deluze, al menos desde la publicación de su tesis doctoral de primer ciclo, Spinoza y el problema de la expresión, hasta ¿Qué es la filosofía? y las recopilaciones de artículos que aparecieron de manera póstuma. La contemporaneidad de la argumentación en De Cristo a la burguesía, así como la asunción de la especificidad cronológica en la que apareció, puede observarse en su reflexión subyacente sobre el porvenir de la revolución y las dificultades del estado profundo de la situación, que no había cambiado de manera significativa. ¿Cuál era el sentido de excavar las placas tectónicas construidas por el cristianismo durante mil años sobre las conciencias de los buenos burgueses en el momento mismo en que empezaba a despertarse de la pesadilla totalitaria soñada, apuntalada filosóficamente y puesta delirantemente en ejecución durante doce años con el apoyo entusiasta de buena parte de esas mismas conciencias?
En el caso de Benjamin tenemos uno de sus varios textos fragmentarios y breves, nunca publicado en vida, redactado cuando frisaba el final de sus veinte años durante un periodo de extraordinaria fecundidad intelectual, mientras se hallaba preparando la redacción de su tesis doctoral que había concebido como una indagación sobre el drama barroco alemán —un género considerado en poca estima y relativamente menor en el cual, sin embargo, esperaba rendir cuentas de la República de Weimar, desgarrada entre las pulsiones conservadoras del viejo régimen imperial y las quimeras revolucionarias, que habrían de resolverse dramáticamente a favor de la revolución conservadora nacionalsocialista—, perdido durante casi media centuria en desperdigados archivos estatales y cartapacios confiados a amigos, hasta que la empresa de la edición de sus escritos completos lo recuperó para ubicarlo en el tomo VI de esta solo hasta 1975. Para la época de su redacción el fragmento respondía a la necesidad de buscar incursionar en la producción publicada, a fin de procurarse un nombre o una reputación