Víctor Guerrero Apráez

Walter Benjamin: fragmento, umbralidad, fantasma


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puesta patas arriba de la filosofía—, de pulverizar el bastión familiarista con su triangulación imperial y reductora, en la cual la burguesía y el capitalismo celebran sus nupcias impúdicas —como en El Antiedipo, con sus máquinas deseantes, el plano de la inmanencia y un esquizoanálisis en el que el sujeto se ha desvanecido—, y de perforar el aparato de captura estatal junto con sus sujetos normalizados —como en Mil mesetas de devenires, líneas de fuga, cuerpos sin órganos y acontecimientos—.

      Por su lado, Capitalismo como religión es un texto redactado por Benjamin justo al finalizar la década de sus veinte años, cuando acababa de terminar la tesis de habilitación bajo el título de El concepto de crítica de arte en el Romanticismo alemán —el equivalente en el sistema universitario francés a una tesis de primer ciclo— que le permitía avizorar un futuro académico como profesor una vez concluyera su tesis de habilitación doctoral —cuyo núcleo ya había concebido y en la que empezaba a trabajar—, en un periodo especialmente productivo de su trayectoria personal, en cuyo transcurso había elaborado una gran cantidad de textos breves, la mayoría de los cuales permanecería sin publicar en vida. Se trata de un texto no mayor de cuatro páginas, lapidario y escueto, con toda probabilidad un esbozo provisorio de algo que se quedaría sin desarrollar. El texto hace parte de una volcánica actividad teórica signada por la profunda originalidad del autor y por su inocultable insatisfacción con el sistema académico, cuyos requerimientos Benjamin perseveraba en satisfacer, como un recurso para asegurar una futura independencia económica, que siempre le resultaría dramáticamente esquiva. Su actividad teórica tenía también una casi vitriólica inclinación polémica que ya le había llevado a confrontar duramente al neokantismo imperante, a descalificar sin compasión a ilustres miembros de la influyente y poderosa escuela esotérica del poeta Stefan George y a satirizar buena parte del profesorado alemán bajo cuyo magisterio había estudiado en Berlín, Múnich y Berna. Benjamin trabajaba en múltiples direcciones al mismo tiempo: literatura, crítica literaria, estética, política, teoría del lenguaje, filosofía, teología y había participado en numerosas tareas de traducción del francés al alemán (por ejemplo, con la obra de Baudelaire y Proust).

      Bajo los años huracanados de la República de Weimar, que vivía en medio de una crisis política permanente de su sistema parlamentario, el país se desgarraba de continuo: por un lado estaban las pulsiones del pasado, pues los sectores políticos, nobiliarios y militares poderosos alentaban un profundo desprecio contra la democracia y una nostalgia insaciable del colapsado imperio guillermino, y, por otro lado, estaban las exigencias radicales de avanzar hacia un régimen revolucionario inspirado en el modelo ruso triunfante, exigencias que veían en la implantación de consejos obreros en Alemania la posibilidad de su propia supervivencia. El vertiginoso ritmo de producción cultural, filosófica y artística de los tempranos años veinte ofrecía una riqueza de experiencias irrepetible. Está claro que en 1921 Benjamin produjo otros dos textos de suma importancia tanto para su trayectoria filosófica como para la compresión de su época; estos pueden ser leídos en asocio con el fragmento aquí analizado, cuya densidad refrenda la fecundidad, en ese momento, de su producción intelectual. Los dos textos son Para una crítica de la violencia, en el que Benjamin formulará la crucial distinción entre la violencia fundadora del derecho en contraste con la violencia mantenedora del derecho, y Fragmento ateológico político, en el que intentó saldar cuentas con la pretendida relevancia de lo teocrático para el trabajo político de la emancipación.

      Capitalismo como religión puede sintetizarse en una breve serie de proposiciones que agudizan en su encadenamiento la singularidad y el carácter único de esta religión capitalista: el capitalismo es una religión que cuenta con sus propios rituales, su propio panteón y santoral, está provista de sus lugares de celebración y cuenta con sus funcionarios eclesiales; el capitalismo es la única religión que no redime a sus creyentes sino que los embarca en una dinámica de continuo endeudamiento y culpabilización sin término ni límite, que nunca cesa y, por lo tanto, carece de final; el capitalismo es la única religión que no precisa para su funcionamiento de clérigos o predicadores que anuncien el dogma o difundan la buena nueva; por último, el capitalismo es la religión que no cuenta con ningún día de acción de gracias, un sabático o jornada consagrada a su dedicación exclusiva, es decir, es la única religión en la que la divinidad no reposa nunca, ni siquiera al término de su obra creadora. Benjamin va mucho más allá de la tesis de Weber sobre la estructura religiosa del capitalismo, por ello no se trata de que este incorpore lógicas y elementos religiosos, sino que, como tal, es una aparición esencialmente religiosa.

      Esta proposición radical conduce a afirmaciones que intensifican dicha condición, las cuales serían plenamente reconocibles en el presente en el cual escribe el autor, es decir, la hiperinflación que sacude a la Alemania de Weimar, que pulveriza fortunas y hace infinitos los débitos. La condición de religión de culto, cuya médula cultual la hace la más extrema de todas las religiones hasta entonces surgidas, como quiera que el todo de su existencia material y espiritual se encuentra directamente encadenado a prácticas cultuales en las que se genera o produce su significación. Esa fusión con el culto, al modo de una materialización instantánea y perpetua que se desenvuelve en una incesante escenificación de sus rituales, posibilita a la religión capitalista prescindir de una dogmática especial y de una teología. El utilitarismo que subyace adquiere, entonces, su coloración religiosa y la permanente duración del ejercicio cultual que lo transforma en una celebración ininterrumpida, sans trêve et sans merci (sin tregua ni cuartel).8 Al emplear esta locución francesa de inequívoco talante militar, Benjamin deja entrever el ritmo paroxístico que caracteriza el tipo de celebración de la religión capitalista, su talante de cruzada implacable encaminada a apoderarse de los cuatro puntos cardinales para someter o aniquilar a los cultos opuestos o moderados. En cuanto la dogmática doctrinaria y teológica se ha vuelto superflua en esta transfiguración en puro culto dentro de su pompa ceremonial, la religión capitalista ya no requiere de pausa o día de reposo en la que los creyentes descansen o se les permita su distensión externa. La religión capitalista se ritualiza en el terrible sentido de que despliega su pompa sacra en todo momento. Si la eternidad es, en el tiempo, lo que la ubicuidad es en el espacio, según la fórmula de Melville en su Moby Dick, este ritmo insomne del culto le procura a la religión capitalista una eternidad y un estar en todas partes que son incontestables. La consecuencia que se deriva de esa condición puramente cultual es la posesión de los atributos de ubicuidad y eternidad, pero no en las alturas de la redención o en la hipóstasis del juicio final, sino en el ahora del presente terrenal: es casi una suerte de juicio final escenificado a cada instante.

      Esta universalidad temporal y espacial que adjunta un nuevo rasgo único da paso a otro rasgo adicional, que quizá sea el límite conceptual del ensayo, por su carácter extremo. Benjamin se sirve de la demoníaca ambigüedad o la polivalencia de significados que tiene en alemán la palabra Schuld, definida como culpa y deuda a la vez, para desplegar ese nuevo rasgo, que va a conferirle un nimbo monstruoso a la religión capitalista, algo hasta entonces no escuchado. A diferencia de la identificación de los rasgos anteriores del culto capitalista, en cuyos casos Benjamin ha escrito “quizá” o “tal vez” para referirse a cada uno de ellos, aquí emplea la forma adverbial “presuntamente”, que trasluce una certeza mayor: “el capitalismo es presuntamente el primer caso de un culto que no es redentor sino culpabilizante y endeudador”.9 Una monstruosa conciencia de la deuda que, como tal, no aspira a redimirse y se apodera del culto, para que, en él, la deuda no se extinga, sino que se haga universal. Este culto, que lo es todo como contenido de la religión, procede a martillear la conciencia de la deuda y de la culpa para finalmente incorporar al mismo Dios en la culpa y en la deuda.

      Si bien en el ensayo no se explora este poder inusitado de martillear en las conciencias, poder que el culto de la religión capitalista adquiere por medio de su carácter doblemente eterno y ubicuo, ello sí anticipa toda una inmensa veta de refinamientos teóricos posteriores sobre el desciframiento de la configuración de los modos de percepción y de las estrategias implementados por el capitalismo mercantil en trance de mundialización. Situado en esta condición, el destino o el futuro de la religión capitalista no pasa ni por su eventual reforma, pero tampoco por su negación o su repudio, puesto que se encuentra en la esencia de su condición de movimiento religioso el mantenerse hasta el fin, es decir, hasta