de las guerras justas, su profunda admiración por el barroco, su predilección por los pliegues y umbrales como mecanismos de cuartear las distribuciones convencionales, al igual que sus lúcidas contribuciones interpretativas sobre la fotografía y el cine, haciendo de la estética un campo inescindible de la filosofía.
El capítulo II se ocupa de la común aproximación efectuada por Walter Benjamin y Carl Schmitt en relación con el temprano Romanticismo alemán, situándola como el primer frente donde los dos quizá más influyentes autores originarios de la atmósfera intelectual de Weimar habrían de cruzarse en un entramado muy denso, compuesto por estratégicas proximidades y hondísimas diferencias. El revolucionario mesiánico y el contrarrevolucionario apocalíptico encontraron en ese pensamiento de crisis surgido entre las épocas del Clasicismo y la modernidad, en el despunte del siglo precedente, así como desgarrado entre los abismos de la Revolución y las certezas de la Restauración, una cesura que merecía la pena escudriñarse. Mientras que el primero encontraría en los románticos un impulso al que siempre permanecería de alguna manera fiel, haciendo de las contribuciones románticas de la ironía, el fragmento y la incomprensibilidad elementos de su propia obra, Schmitt, desde una óptica y sensibilidad completamente opuestas, hallaría en ellos uno de sus tantos blancos de crítica implacable, considerándolos como un desgraciado episodio de la historia política e intelectual solo comparable al protestantismo y la misma Revolución francesa. Desde la atalaya de este precoz y primerizo encuentro resulta posible calibrar el profundo sentido dramático de los posteriores entrecruzamientos ocurridos entre ambos, como la carta elogiosa que Benjamin le dirigiera a Schmitt, las anotaciones de su diario respecto de este y la tardía obra del jurista sobre la figura de Hamlet, donde por primera y única vez lo citaría de manera póstuma.
El capítulo III es una glosa al texto reputado como el más esotérico, abstruso y difícilmente inteligible de los que Benjamin escribiera: el prólogo a su fracasada tesis doctoral, El origen del drama barroco alemán. La desmesura filosófica de este, su liquidación de los marcos teóricos vigentes en la época, su provocadora inspiración neoplatónica, la audacia de los conceptos acuñados, la innovadora lectura de un género considerado hasta entonces no solo como inferior, sino incluso despreciable y el anarquismo coronado de las múltiples líneas de fuga esbozadas convierten este proemio en uno de los más fascinantes documentos en la historia intelectual europea. No solo era la deliberada y consciente quema de naves de todo auspicio a una probable carrera profesoral, que le hubiese deparado una modesta seguridad en medio de la lacerante incertidumbre económica del país, sino la bofetada más sonora que quizá jamás se haya propinado al sistema universitario reputado como el ejemplo mundial. Los estudiosos de Benjamin a ambos lados del Atlántico han minimizado el alcance de lo que estuvo en juego en esta radical puesta en cuestión de la academia profesoral, justamente en el rechazo al aspirante a formar parte de su selecta membresía. El concepto evaluador negativo del profesor Hans Cornelius a la tesis del estudiante fue el equivalente anticipado de la encomendada detención y confiscación de sus archivos, que la Gestapo intentara en su contra escasos años después, la cual solo resultó infructuosa gracias a la presteza de la huida emprendida. En este sentido, su enfrentamiento con el nazismo había comenzado cuando este último era apenas un marginal grupúsculo político que husmeaba en las cloacas periodísticas y folletinescas alemanas a la búsqueda de despojos míticos y místicas fraudulentas que pudieran servir de ropaje a sus abyectas maquinaciones. Lo adicionalmente perturbador del rechazo académico lo constituyó la circunstancia de haber sido Max Horkheimer, su futuro patrón en el Instituto de Investigación Social y corresponsal amigo, quien sirviera en calidad de doctorando, bajo la tutela de Cornelius, como garante del concepto proferido por este. Una radical revisión de este episodio a la luz de la singularidad del proemio, dando cuenta de sus implicaciones políticas, es lo intentado en esta minuciosa reconstrucción de los diversos factores que allí se pusieron en juego.
La formación de la obra teórica de Walter Benjamin es indisociable de los círculos, grupos y cenáculos artísticos e intelectuales que proliferaron en la Alemania de Weimar, respecto de los cuales mantuvo una estimulante confrontación hecha tanto de fecundas incitaciones como de implacables enfrentamientos y fulminantes rupturas. Su infinita capacidad de seguir atentamente los múltiples frentes de la densa vida intelectual en las dos décadas iniciales de la primera democracia en su país fue proseguida en el exilio con no menor intensidad en una continua ampliación de su perspicaz mirada. Dar cuenta de este proceso que fuera la verdadera praxis o taller de su trabajo filosófico constituye la centralidad del capítulo IV. La línea fractal de esta relación dialéctica se inicia en medio del movimiento juvenil, se prosigue con la admiración inicial experimentada respecto del poeta Stefan George y la implacable polémica que sostuviera con la poderosa e influyente hueste de sus seguidores y amigos, cuya empresa de refundación mitologizante de la Alemania secreta, como la llamaran, fue la ocasión de sus textos críticos más vitriólicos y lúcidos; continúa en su relación con el llamado círculo místico, el cenáculo de Max Weber en Heidelberg, sus intercambios con los surrealistas y la herejía cismática nucleada en torno a Bataille al otro lado del Rin, la facción clásica de los escritores franceses y, finalmente, el complejo vínculo que lo uniera con Adorno y el Instituto de Investigación Social, una tortuosa relación confeccionada de amistad y rivalidad, pero ominosamente enturbiada por asuntos personales y una dependencia laboral de la que pendió su propia subsistencia material. El contenido teórico de su errabundaje a través de los sistemas planetarios configurados por estas agrupaciones —y la metáfora astronómica es exacta, pues se trataba de luminarias alrededor de las cuales orbitaban sus epígonos al modo de astros más o menos cercanos, ejerciendo una poderosa fuerza gravitacional en medio de la constelación intelectual weimariana— es el que intenta destacarse con toda rotundez en el contenido de estas colisiones en las que Benjamin, si bien flexionó su trayectoria, terminó por continuar su propio periplo con acrecida autonomía y radicalismo. Esta lectura sugiere nuevas maneras de comprender el proceso de su formación filosófica, descubrir su aguda capacidad de detectar las mistificaciones protofascistas alojadas en la poética iluminada que embriagaba entonces las masas lectoras y relievar las profundas discrepancias que opusieron su propia concepción filosófica y política a la profesada por el conjunto de la Escuela de Frankfurt, tanto en vida como póstumamente. La opinión reinante sobre la directa filiación de aquella con el pensamiento de Benjamin es, pues, colocada radicalmente en cuestión.
La relación crítica entre Walter Benjamin y Henry James se redujo a la lectura que aquel realizara del unánimemente considerado más célebre de los relatos de fantasmas de la literatura universal, Otra vuelta de tuerca, y a la escueta consignación de esta obra como uno de los libros incluidos en su lista de lecturas, que Benjamin llevara con esmerado cuidado desde su época berlinesa. Sabemos, por una doble referencia en su correspondencia, que su lectura le fue recomendada por Gretel Karplus, quizás la amiga más leal y constante que tuviera, en una carta dirigida desde Nueva York, cuando este se encontraba en precarias y angustiosas condiciones materiales de existencia. En una misiva posterior cruzada desde París a Nueva York, Benjamin dejó constancia de la honda impresión causada por la lectura, afirmando que se trataba de una obra con un contenido sobrecogedor y expresando la ensoñación de poder abordar algún día su interpretación crítica en asocio con su corresponsal y el marido de esta, Adorno. El capítulo V explora las probables razones o las intuiciones que llevaron a formular uno de los juicios más elogiosos jamás otorgados por él, para, a partir suyo, intentar una lectura del relato de James desde los postulados críticos que Benjamin había desarrollado de manera ejemplar en su insuperada aproximación hermenéutica a Las afinidades electivas, la novela tardía de Goethe, cuya comprensión dominante se modificara por entero a partir de su ensayo. Con tal propósito se pesquisan en la obra de James y en autores que lo influyeron los tres ejes que sirvieron para la construcción del relato: los fantasmas o espectros, el ambiguo e inquietante papel desempeñado por las institutrices y la temática del sacrificio del infante. Ello posibilita abordar la obra en cuestión como una pequeña y magistral suma de estos motivos asperjados, a modo de factores dramáticos, en buena parte de su extensa obra, pero puestos ahora en función de develar una refinada estrategia de imposición visual que la narradora sin nombre, utilizada por James, ejerce sobre sus pupilos y sobre el propio lector para finalmente conducir al homicidio