Jorge Enrique Salcedo Martínez S J

Historias del hecho religioso en Colombia


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Reino que reside en la ciudad de Santafé, los cuales poco después, navegando para España, perecieron en la Costa de España, donde llaman “Arenas Gordes”.42

      El trato recibido por el padre Jerónimo de San Miguel hizo que los frailes que habían llegado con él abandonaran también el Nuevo Reino en 1550. Tras esta situación, Fray Juan de San Filiberto, segundo custodio, expresa que “hasta el presente no habían tenido ningún clérigo ni fraile que les hubiera informado sus conciencias sino unos idiotas y frailes apóstatas porque en este Nuevo Reino no hay sacerdotes que entiendan una palabra de gramática”43.

      Para julio de 1553 llega a Santafé el primer arzobispo de Santafé, el franciscano fray Juan de los Barrios, quien venía acompañado de cuatro religiosos de la orden: fray Francisco de Pedroche, futuro custodio, fray Bartolomé de Herrera, fray Esteban de Solís y fray Bartolomé de la Cruz. Ese mismo año el Capítulo General de la Orden reunido en el mes de mayo en Salamanca muestra su preocupación por los pocos frailes que tiene la custodia. No se sabe con precisión de una expedición liderada para este año, a pesar de la llegada de los siguientes frailes: fray Juan Bautista, fray Agustín de Santamaría, fray Bartolomé de Belalcázar y fray Hernando de Chávez. Es para febrero de 1561 cuando llegan nuevas expediciones francis-canas al Nuevo Reino, necesarias para el trabajo que estaba realizando la orden en las doctrinas, pues en un informe hecho por el arzobispo Barrios para ese año de 1561 declaraba que en la custodia solo había diez religiosos de la orden.

      Respecto a la expedición mencionada anteriormente, el 19 de febrero de 1561 se anuncia desde España, a la Audiencia de Santafé, el viaje del religioso franciscano fray Luís Zapata de Cárdenas, arzobispo de Santafé años después, como Comisario de un grupo de 50 religiosos de la orden, destinados al Perú y al Nuevo Reino. Dicha expedición zarpa el 26 de marzo de 1561 del puerto de San Lúcar de Barrameda; a su llegada a Santa Marta, desembarcan seis religiosos para el Nuevo Reino, que iban a incorporarse a la custodia de San Juan Bautista. Los religiosos eran: fray Pedro Aguado, fray Esteban de Asencio, fray Jose Maz, fray Pedro Lucas y tal vez fray Antonio de Maqueda y fray Antonio Muñoz.

      Un nuevo grupo de diez religiosos llegarían a la custodia en 1563, por pedido de la orden franciscana al Consejo de Indias en España; los nuevos frailes llegarían a las costas del Nuevo Reino en julio de 1564, emprendiendo el camino de Santafé el 28 de agosto de ese año. Para esta década no se registran más llegadas de religiosos al Nuevo Reino; incluso para 1567, cuando es erigida la custodia como provincia, no había en ella más de veinte frailes.

      La labor de los primeros franciscanos en el territorio neogranadino se vio dificultada por la hostilidad que ejercían contra los religiosos algunas de las autoridades civiles del Nuevo Reino, debido al trato que se daba a los indígenas, y por percances económicos, pues el sostenimiento de conventos, frailes y doctrinas requería de una suma de dinero considerable; muchos autores dan a entender que no es muy claro el límite jurisdiccional de ambos actores, el religioso y el temporal, teniendo en cuenta que tanto el cabildo civil como el cabildo eclesiástico en Santafé no respetaban sus límites de arbitramiento en el Nuevo Reino.

      LA DOCTRINA Y LA MISIÓN

      La labor que venían a desarrollar los frailes, más allá de implantar la religión de su majestad, consistía en el adoctrinamiento de los indígenas; como bien lo dice Sabaté: “abrazando el cristianismo el nativo puede librarse de la condena eterna en el infierno”; empresa ardua y difícil en estos años:

      Descorazonados y disgustados los religiosos, e impotentes para enderezar la situación de mal ejemplo, y sobre todo, la hostilidad que les oponían los Oidores y los colonos en general, sin conseguir sus propósitos pero sin abandonar su empeño, optaron por la vía de aglutinar en torno a sus conventos, a los niños hijos de caciques y principales.44

      Los conventos franciscanos entonces empiezan a configurar toda una serie de internados que estructurarían una labor doctrinal de base con los indígenas más pequeños, quienes serían propagadores de la catequesis entre sus comunidades. Entre los naturales adultos, no obstante, se presentaron varios inconvenientes por la raigambre “idolátrica” de estos y por la complejidad de su lengua. Fray Jerónimo de San Miguel, en carta al rey, expresaba el constante retorno de los indios a sus ritos a pesar de ser bautizados:

      […] si alguna ocasión les dan, por liviana que sea, dejan la conversión de los cristianos y se van a sus pueblos, volviendo a los nefastos ritos de sus idolatrías y hacen escarnio de lo que entre nosotros han visto, contrahaciendo lo que en las iglesias se hace y aplicándolo a la veneración de sus santuarios e ídolos.45

      Fray Pedro Simón expone que entre los diferentes métodos de adoctrinamiento no solo se utilizaba el internamiento de los hijos de los caciques, sino que a la vez

      […] todos los muchachos y muchachas, desde que comienzan a hablar hasta que se casan, se juntan en la plaza y puerta de la iglesia, o en el pasto de la casa del padre, una vez por la mañana, a hora de misa mayor, y otra por la tarde todos los días, y allí en alta voz se les reza y enseña toda la doctrina de memoria, haciendo que la digan y enseñen, cuando ya la saben, algunos de los muchachos mayores en presencia de los padres, que los están enmendando y guiando, si en alguna cosa faltan, enseñándoles también el catecismo por preguntas y todo lo perteneciente a todos los días de fiesta, en especial los que tienen obligación de guardar los indios, que son los de Nuestro Señor y Nuestra Señora.46

      El trabajo doctrinario se convirtió en la piedra angular de la presencia no solo de la orden franciscana, sino también de las dominica y agustiniana en el Nuevo Reino, como plantea fray Jerónimo de San Miguel:

      Por cumplir lo que vuestra real alteza nos tiene mandado acerca de la instrucción de los naturales, me pareció visitar toda esta tierra, lo cual he hecho, poniendo la doctrina evangélica por los pueblos anunciándoles el misterio de la cruz, destruyendo los lugares al enemigo de la naturaleza humana dedicados, edificando iglesias y en todas poniendo el trofeo de nuestra redención.47

      No obstante, los actos de sincretismo religioso empezaron a dificultar los nuevos procesos liderados por las órdenes, pues en la mayoría de los casos, por los menos en el altiplano cundiboyacense, muchas de las imágenes cristianas para los indios no eran más que una nueva representación de sus deidades autóctonas. Como muestra Fray Pedro Simón, a pesar de dichos inconvenientes, en esos primeros años de doctrina se “han convertido y baptizado, en todo el distrito de esta provincia que es el que tiene esta Real Audiencia de Santafé, más de ochenta mil almas”48.

      A pesar de los pocos religiosos que había en el Nuevo Reino, es en 1551 cuando se reparten los territorios para que tanto franciscanos como dominicos empiecen a administrarlas para la conversión de naturales. En el caso de la orden franciscana: “Entre las principales que a la nuestra le cupo, fue todo el valle de Evaque o Ubaque, de la banda del sur de esta ciudad, tierra doblasa y tan llena de naturales, que solo los indios mayores, gondules, eran más de diez o doce mil y la chusma innumerables”49.

      En el caso de las doctrinas en Tunja, las repartidas al convento franciscano de la Magdalena fueron “las del gran valle de Sogamoso, que hasta hoy permanecían así de principal y más principales pueblos de todo él, en donde comenzando luego la conversión de los indios les fue dificultosísimo y de incomparables trabajos la reducción a la fe”50.

      Es el sínodo convocado por el arzobispo de Santafé fray Juan de los Barrios en 1556 en el que no solo define la quema de los santuarios indígenas que se encontraran en el territorio, sino que a la vez precisa que para administrar los sacramentos se debía partir de la capacidad del buen cristiano de discernir lo que recibían, además de determinar la catequesis a implantar en las doctrinas y entre los grupos más jóvenes de indígenas:

      […] los niños irán a la misa después de la cual el sacerdote empezaba a recitar o a contarles, según escogiera, la cartilla del catecismo, y tras de haberles rezado algunas oraciones que aquellos debían memorizar, los despachaba a sus casas. Por la tarde “a la hora de vísperas” regresaban a las puertas del convento y el sacerdote les volvía a recitar la