no hay que olvidar que ya en febrero de 1981 (aunque a propósito de materia de administración local) el Tribunal Constitucional sentenció que «autonomía no es soberanía[…] en ningún caso el principio de autonomía puede oponerse al de unidad», remitiendo precisamente al artículo segundo.127
En mi opinión, un problema de fondo es que el patriotismo constitucional se sustenta sobre un modelo teórico que distingue entre la nación «cívica» o «política» pura frente a la «cultural», que ha sido objeto de numerosas críticas por parte de la historiografía de estudio de las naciones y los nacionalismos. Difícilmente podría concluirse que la Constitución de 1978 está exenta de estos contenidos culturales, como prueba su premisa lingüística (asimétrica simbólicamente y de facto) de la obligación de todos los españoles de conocer el español, pero no las demás lenguas españolas.128 De hecho, más allá de los ámbitos autonómicos, el Estado no asume ninguna responsabilidad en la protección o fomento de las demás lenguas, solo un vago «respeto» (el Instituto Cervantes es un ejemplo de las dificultades en este sentido).129 Cabe recordar que no se trata de olvido alguno, pues una enmienda presentada por Socialistes de Catalunya en el Pleno del Congreso el 5 de julio de 1978, que habría incluido que «los poderes públicos pondrán los medios para que todos los residentes en los territorios autónomos conozcan la lengua respectiva y garantizarán el derecho a usarla», fue rechazada.130
Además, cabe plantearse si lo que ha estado en juego en el debate sobre el patriotismo constitucional no es sino la existencia de una «cultura política nacional» común. En este sentido, parece que no se trataría solo de la aceptación de la Constitución (puesto que esto es algo que, aunque en grados distintos, ya comparten PSOE, PP e IU) frente a los cuestionamientos (así por parte del nacionalismo vasco, al menos de manera simbólica), sino de compartir una lectura de la idea de nación. Tal vez simplemente ello no sea posible, pues la definición de la idea de nación en España es y debe ser objeto de pugna pues las distintas culturas políticas trasladan sobre ella anhelos y aspiraciones (así como temores) que no pueden ser clausurados.
EPÍLOGO: DE IMPLÍCITOS Y EXPLÍCITOS
¿Cuántos implícitos hubo en la redacción de la Constitución española? ¿Cuántos reconocimientos previos de lo que nunca apareció en su redactado? Sin duda, la preexistencia de España, de la nación española. Pero también de los «derechos históricos» (o sus efectos fiscales al menos) de la Generalitat de Cataluña o de la Monarquía, por ejemplo. Todos ellos fueron refundados en la propia Constitución, pero no por ello fueron menos previos. Nacionalidades fue la manera de denominar a unas naciones sin Estado –y en concreto Cataluña y el País Vasco– (y que a efectos constitucionales debían seguir siendo sin Estado, excepto el español) necesariamente preexistentes (como la propia nación española), pues en caso contrario no tendría sentido su uso y su distinción respecto a la región (aunque esta pudiese ser igualmente preexistente, por cierto). Pero se optó por no plasmar este hecho, por ello la Constitución no es plurinacional. ¿O sí lo es? ¿Fueron o no fundantes de la legitimidad constitucional? ¿Acaso el reconocimiento de la autonomía en la primera redacción del artículo segundo no significaba exactamente eso?
La resolución de la cuestión española en la Constitución estuvo marcada por la coyuntura del proceso constituyente y es absurdo pretender minimizar este hecho. La búsqueda de la estabilidad institucional de un proceso efectivo de democratización, en medio de una tormenta de amenazas antidemocráticas, explica, sin ningún género de dudas, su desarrollo. Pero no puede ser una hipoteca y menos aún una coartada para cerrar nada de lo que quedó, necesariamente, abierto, en construcción.
La izquierda española y los nacionalismos periféricos entraron en la carretera constitucional con unas propuestas de federalización más o menos claras que solo se cumplieron en parte y no de manera explícita. La derecha española (excepto la no democrática) consiguió a bout de souffle frenar aquel impulso y canalizó un modelo de descentralización, eso sí, más profundo de lo que nunca creyó conceder. Pero la «insoslayable unidad» se salvó. ¿Qué efectos va a tener primar ese horizonte como ultima ratio de cara al futuro, al presente?
En el verano de 1979, mientras se debatía la aprobación del Estatuto de Cataluña, el portavoz socialista, Alfonso Guerra, dijo: «estamos dando un paso importante para la concreción, la realización de Cataluña como una identidad nacional», y aludió abiertamente a la «necesaria aspiración de identidad nacional de los catalanes».131 Unas palabras que, ciertamente, no ha vuelto a repetir en años posteriores.
*El autor participa en el proyecto HAR20011-27392 del Ministerio de Economía y Competitividad.
1Defender que el principal obstáculo para el federalismo en España es la actuación de los nacionalismos catalán y vasco es una afirmación históricamente indefendible. Véase, sin embargo, A. Elorza: «El laberinto nacional», Claves de Razón práctica, 230, 2013, pp. 8-19.
2S. Juliá: Historias de las dos Españas, Madrid, Taurus, 2004, p. 462.
3L. García, I. Grande: L’invent de l’espanyolitat, Fundació Catalunya Estat, Barcelona, 2012.
4L. Moreno: La federalización de España, Madrid, Siglo XXI, 1997, pp. 125 y ss. F. Moral: Identidad regional y nacionalismo en el Estado de las autonomías, Madrid, CIS, 1998, pp. 45-54.
5Véase el capítulo de Klaus-Jürgen Nagel en este mismo volumen.
6F. J. Llera: «Las identidades», en S. del Campo, J. F. Tezanos (dirs.): España siglo XXI, vol. 2. La política, Madrid, Biblioteca Nueva, 2008, pp. 678-679.
7F. Archilés: «Melancólico bucle. Narrativas de la nación fracasada e historiografía española contemporánea», en I. Saz, F. Archilés (eds.): Estudios sobre nacionalismo y nación en la España contemporánea, Zaragoza, Publicaciones Universitarias de Zaragoza, 2011, pp. 245-330.
8Véanse algunos de los ácidos escritos de la década de los sesenta y setenta de J. Fuster: Contra el nacionalisme espanyol (a cura de J. Pérez Muntaner), Barcelona, Curial, 1994.
9Una nación que coincide, cabe añadir, con los límites de un Estado heredado aunque ha expulsado al olvido el alcance territorial del pasado colonial.
10X-M. Núñez Seixas: Patriotas y demócratas. Sobre el discurso nacionalista español después de Franco (1975-2005), Madrid, La Catarata, 2010, pp. 15-16.
11Ibíd., pp. 18-19.
12Al menos parcialmente en el sentido del concepto acuñado por M. Billig: Banal Nationalism, Londres, Sage, 1995.
13J. Muñoz: La construcción política de la identidad española ¿del nacionalcatolicismo al patriotismo democrático?, Madrid, CIS, 2013, pp. 44-50.
14R. Martín Villa: Al servicio del Estado, Barcelona, Planeta, 1984, pp. 175 y ss.
15S. del Campo, M. Navarro, J. F. Tezanos: La cuestión regional española, Madrid, Cuadernos para el Diálogo, 1977.
16R. Ninyoles: Cuatro idiomas para un Estado, Madrid, Cambio 16, 1977. Hacia 1976, solo un 56% de la población (por tanto incluyendo los territorios con lengua propia) se mostraba favorable a la cooficialidad de las demás lenguas con el español. Véase, J. Jiménez Blanco et al.: La conciencia regional en España, Madrid, CIS, 1977, p. 67.
17J. J. Linz: El sistema de partidos en España, Madrid, Narcea, 1974, p. 196.
18J. de Esteban, L. López Guerra: La crisis del Estado franquista, Madrid, Labor, 1977, pp. 133-135.
19D. McCrone: The sociology of nationalism, Londres, Routledge, 1998.
20A. de Blas Guerrero: «El problema nacional-regional español en la Transición», en J. F. Tezanos, R. Cotarelo, A. de Blas Guerrero (eds.): La transición democrática española, Madrid, Sistema, 1989, pp. 587-609. Más matizado en A. Quiroga: «Coyunturas críticas. La izquierda y la idea de España durante la Transición», Historia del presente, 13,