Mario Giuseppe Losano

El valenciano Enrique Dupuy y el Japón del siglo XIX


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retomó sus anotaciones para completar el libro sobre Japón iniciado y suspendido en varias ocasiones. Lo cierto es que el momento era propicio para una iniciativa editorial semejante, porque la victoria de Japón sobre China había avivado el interés general por Japón. Con esta nueva publicación106 Dupuy se proponía difundir el conocimiento de Japón entre los españoles y, en particular, llamar la atención del Gobierno sobre un estado asiático que había entrado en el grupo de las grandes potencias: en efecto, España necesitaba reforzar sus relaciones comerciales con Japón, pero necesitaba también guardarse de él para tutelar las islas Filipinas. En el anterior libro de 1877 había dicho que «el Japón era un ejemplo, y podría llegar a ser un peligro»; en 1895 –tras su victoria en la guerra sino-japonesa– Dupuy constataba que «el ejemplo continúa, el peligro ya ha llegado, y será mayor cada día» (EJ: 10).

      Al igual que el diplomático portugués Wenceslau de Moraes,107 también Dupuy sentía que Asia estaba liberándose del yugo colonial y que el ejemplo japonés podía ser contagioso: «Más peligrosas que las armas del Mikado han de ser las ideas que irradien de un país asiático constitucional, tan cercano a nuestra preciada colonia; de un país orgulloso por sus progresos, ebrio por su triunfo, y con una población que ya no cabe en las islas que puebla» (EJ: 11).

      A su modo de ver, España debería al menos haber sacado ventaja de la expansión económica japonesa. Sin embargo, en Japón «no había en mi tiempo ni un solo comerciante español» (EJ: 23). Los consumos japoneses se habían occidentalizado y los occidentales apreciaban los productos japoneses, pero «en todas esas operaciones no interviene ni un barco, ni una casa española» (EJ: 23). La crítica de Dupuy se dirige a «nuestros comerciantes e industriales que no saben más que pedir protección al Estado, y ni saben ni quieren aprovecharse de la protección y protegerse a sí mismos» (EJ: 25). «El espíritu aventurero» (que hoy llamaríamos emprendedor) de los siglos de los grandes descubrimientos sobrevivía casi únicamente en el pueblo que emigraba hacia tierras desconocidas: «Todavía hay valor en la masa del pueblo para lanzarse a lo desconocido; pero falta por completo en las clases educadas, que no quieren correr más aventuras que las de la política» (EJ: 24). En conclusión, Japón había abierto sus puertos y comerciaba con todo el mundo, y Dupuy quería contribuir a que España despertara de su apatía, apuntando hacia un mercado próspero que se encontraba al alcance de la mano gracias a las islas Filipinas: su libro aspiraba a ser un «grano de arena para ese gran edificio» que es «la regeneración de la patria» (EJ: 26).

      Estudios sobre el Japón es un libro compuesto: de hecho, en 1895 se publicaron «páginas que fueron redactadas hace veintiún años [es decir en 1874], y que hace más de diez estuvieron preparadas para la imprenta» (EJ: 10): en efecto, el prólogo de los Estudios es de 1885 y el epílogo de 1895.108 La naturaleza informativa del libro se revela también en los siguientes capítulos: «Un poco de geografía», «Algo de historia» y «Las dos religiones». Sus aproximadamente trescientas páginas constituyen las tres cuartas partes del libro, pero hoy tienen un valor puramente histórico, porque nos dicen cómo veía Japón un español culto de finales del siglo XIX.

      En cambio, la última parte del libro presenta un interés particular porque recoge las anotaciones de un observador directo de la modernización japonesa, constituyendo así un libro dentro del libro: La transformación del Japón. 27 años de Meiji.109 Efectivamente, se trata de una obra en sí misma: Dupuy se había propuesto concluir su libro con la descripción de la misión Iwakura,110 «misión tan numerosa, compuesta de personajes tan considerables», que «abría una nueva era, a cuya aurora asistí en los dos años más importantes por los qué ha pasado la maravillosa transformación del Imperio del Sol Naciente» (EJ: 298). Pero en abril de 1895 la guerra sino-japonesa había terminado con la victoria de Japón, de manera que, por primera vez en la historia, este país sustituía la milenaria preponderancia china en Asia oriental. «La guerra actual –escribe Dupuy– abre, no solo para Japón, sino que para toda Asia, un nuevo período que ha de tener gran influencia en la historia de Europa»; por consiguiente le sería imposible «imprimir estos estudios sin añadir un capítulo en el que, brevemente, se reseñe la vida de ese pueblo en estos últimos años» (EJ: 298). La documentación proviene de las notas tomadas por Dupuy en 1874 durante su estancia en Japón, así como de las informaciones y publicaciones obtenidas por sus colegas japoneses durante su estancia en Estados Unidos.

      Mientras los Estudios están ordenados cronológicamente, el añadido de 1874 está estructurado por temas y proporciona una fotografía del Estado japonés tal y como se encontraba a principios de la época Meiji. Esto constituye un unicum en la literatura española sobre Japón, dado que fue escrito por un testigo directo que atesoraba los conocimientos técnicos necesarios para comprender los problemas tanto de las relaciones internacionales como de las reformas institucionales de la época Meiji. Además, los intereses personales y los deberes diplomáticos llevaban a Dupuy a interesarse por los aspectos económicos de los estados en los que ejercía. Nacieron así dos obras suyas: una sobre la seda, durante su estancia en Japón (§ 10), y otra sobre los vinos, con ocasión de la Exposición Universal de Chicago (§ 12).

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