tenían sus manuscritos que extraviarse» (p. 8); por eso, a continuación el noble español incitaba a sus lectores a escudriñar en los conventos otros manuscritos o libros raros.
Con el escrito de Juan Pérez Caballero entramos en un terreno que es proprio de Enrique Dupuy, esto es, el análisis de los informes comerciales entre España y Japón.96 Estos informes, por cierto, atestiguaban una escasez de intercambios de la que Dupuy siempre se lamentó: en efecto, en las estadísticas aportadas por Pérez Caballero, España y Portugal ocupaban posiciones muy bajas, aunque en Japón estuviese aumentando la demanda de productos occidentales. «España, que aparecía como exportadora el año 1886 por un importe de 1.717 yens, en el año que examinamos no ocupa ningún lugar», mientras Filipinas ocupa en 1887 el decimo séptimo puesto (sobre los veinte recogidos) entre los países que exportan hacia Japón (p. 327). Vuelve de nuevo la habitual exhortación a la «japonización» como vía de salida del inmovilismo español de aquellos años (cf. § 13): el mercado japonés, que ha sabido innovarse en tan breve periodo de tiempo, es el «ejemplo que debería ser imitado por España» (p. 327).
En las estadísticas, la posición de España como país exportador a Japón mejora si sumamos las exportaciones de Filipinas a las de España: esta cifra «en conjunto supera a la italiana y le corresponde el décimo lugar entre los países importadores a Japón» (p. 328). Sin embargo, se trata de un consuelo meramente contable. Aunque España posea «productos que pueden entrar con ventaja en la concurrencia general» y «una colonia vecina que debería servir como depósito para el comercio con Oriente», en 1886 las exportaciones españolas a Japón habían disminuido: «Realmente es de lamentar el descuido de nuestros comerciantes, así como que las líneas de navegación nacionales no abarquen los dos imperios asiáticos, con los que debieran vivir en íntima relación las islas Filipinas» (p. 329).
Los datos aportados por Caballero deberían servir para mostrar cuál es «la magnitud del negocio que se abrirá a nuestro decaído comercio» (p. 329), pero al mismo tiempo subrayan la distancia entre las potencialidades comerciales y la realidad. «En un comercio de cerca 100 millones de yens, España y sus colonias solo se interesan por 173.000 pesos. La proporción es excesivamente pequeña». Además, el débil crecimiento de 1888 «se debe a Filipinas», y no a la península (p. 332).
A la política española se le recrimina el desinterés en las comunicaciones directas con Japón desde España, o al menos desde Filipinas. La legación española continua reclamando el «inmediato establecimiento de una línea española directa», pero la inercia del Gobierno central y del filipino deja el campo libre a una compañía inglesa que instaurará una línea directa entre Manila y Yokohama: «Con la instalación de dicho servicio pierde nuestra marina mercante, y ¿por qué no decirlo? por abandono, un buen negocio que de derecho le correspondía» (p. 338).
Para dar un fundamento concreto a las perspectivas comerciales que ha ido apuntando, Pérez Caballero examina con detalle cinco potenciales productos de exportación que España podría enviar a Japón. Mercurio: España es el primer país exportador a Japón de este mineral, y con poco esfuerzo podría también absorber la cuota estadounidense, que está en segundo lugar. Azafrán: España ha bajado al tercer lugar, «pero que pase antes Francia, prueba tan solo lo descuidado que tienen a Japón nuestros comerciantes»; de hecho, la casa francesa se aprovisiona directamente en Alicante «más bien por propia iniciativa que por indicaciones de los recolectores españoles» (p. 394). Jerez: «artículo de porvenir en este Imperio», que de momento está siendo distribuido por los ingleses (que a su vez lo importan desde España) y que sale perjudicado por las «falsificaciones alemanas, americanas y francesas» (p. 335), cuya mala calidad es denunciada por casi todos los autores. Vino común: «por el momento la situación no puede ser más precaria para nuestros intereses» (p. 337), porque los vinos españoles constituyen el 1% de las importaciones japonesas, superadas en número de encargos por las francesas, americanas, alemanas, inglesas, italianas y portuguesas. Corcho en tapones: pese al potencial de la exportación, también el corcho español llega a Japón por medio de los comerciantes ingleses, franceses y alemanes.
Después de este cuadro deprimente, la Segunda Parte (pp. 346-362) examina los productos filipinos que mejor podrían ser exportados a Japón,97 sobre todo si el comercio lo proveyesen los mismos españoles o los filipinos, y no las empresas extranjeras. Sin embargo, mientras no se instituyeran líneas de comunicación directas, estas posibilidades teóricas no se podrían traducir en empresas comerciales concretas.
El etnólogo austro-húngaro (más exactamente, bohemio) Ferdinand Blumentritt (1853-1913) enseñó en el instituto de Leitmeritz (hoy Litoměřice, en la República Checa) y es más conocido en Filipinas que en Austria, porque mantuvo estrechas relaciones con el héroe nacional filipino José Rizal (1861-1896).98 De Rizal tradujo al alemán dos libros de crítica social (entrando así en fuertes tensiones con la Iglesia y con el Gobierno colonial español) y Rizal le dirigió en 1896 su última carta desde la cárcel antes de ser ejecutado. El contacto entre los dos había comenzado diez años antes, en 1866, cuando Rizal –que a la sazón se encontraba en Heidelberg estudiando medicina– envió un libro a Blumentritt, porque este conocía el tagalo, la lengua más extendida en el archipiélago filipino. De hecho, Blumentritt era considerado uno de los mayores expertos sobre Filipinas en su época, aunque no hubiera visitado nunca el archipiélago.
Los lejanos orígenes sudamericanos de su familia (que había dejado Sudamérica por Austria después de la batalla de Ayacucho, en 1824) le llevaron a interesarse por el imperio colonial español y en particular por Filipinas, donde un lejano antepasado había sido alto funcionario. Sus numerosas obras abordan la etnografía y las lenguas filipinas,99 poniendo de relieve un interés preponderante por el movimiento independentista del archipiélago, pero no en sentido antiespañol: «Los filipinos no quieren otra cosa más que ser españoles, españoles y siempre españoles; piden la asimilación de su país con la Madre Patria»; y por asimilación entiende «la introducción de las reformas liberales» (sobre todo en la enseñanza, la reforma obstaculizada por el clero) y «la representación del Archipiélago en las Cortes».100
A este etnógrafo originario de Bohemia se han dedicado estudios específicos, incluso en época reciente.101
En la época Meiji las potencias europeas competían entre sí a la hora de enviar fuerzas navales a los puertos japoneses, tanto para demostrar su propia fuerza, como para obtener lucrativas comisiones por parte de un país insular que estaba construyendo a marchas forzadas su propia marina militar y mercante. De hecho, una de las fuentes de Dupuy sobre este tema es el escrito de Hilario Nava y Caveda, inspector general de Ingenieros de la Armada.102
Nava explica el desarrollo naval de Japón como parte del contexto de la modernización nacional generalizada:
Me propuse, pues –escribe Nava y Caveda–, presentar un bosquejo de las fuerzas militares y de los establecimientos navales, y a él en un principio se limitaban las Noticias [es decir, el escrito de Nava y Caveda aquí examinado]; pero para apreciar debidamente su importancia es preciso, a mi juicio, presentar a la vez una reseña de las fuerzas productoras del país (p. 13).
Por consiguiente, las noticias generales sobre la geografía física, humana y política de Japón, con especial atención a sus puertos, ocupan la primera mitad del ensayo (pp. 3-108), mientras que la segunda mitad examina en detalle el ejército y la marina tanto militar como mercante.
Aquí volvemos a encontrar la extendida consideración según la cual Filipinas podría servir para relanzar el comercio español con Japón, dando así «alimento a nuestra marina mercante, tan falta de flete en todas partes» (p. 11). En cambio, el comercio se produce «por el intermedio de terceros pabellones» y «se observa con pena que no aparece un solo buque de nuestra marina mercante entre aquellos que han frecuentado aquellos puertos» (p. 12), es decir, aquellos que ya se habían abierto al comercio internacional. De hecho, España fue uno de los últimos estados en estipular un tratado comercial con Japón, ratificado solo el 8 de abril de 1870 (p. 11).
El texto presenta una forma híbrida, ya que las noticias civiles de carácter general ocupan