Sergio Hernández Roura

Edgar Allan Poe y la literatura fantástica mexicana (1859-1922)


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esos años pertenece otra empresa, también de Ignacio Cumplido, El Álbum Mexicano (1849) y La Ilustración Mexicana (1851-1855); este último fungió como órgano publicitario del Liceo Hidalgo, asociación que continuó las labores de la ya mencionada Academia de Letrán, y cuya fundación ha sido considerada como el parámetro para delimitar el final del primer Romanticismo mexicano (Miranda Cárabes, 1998: 20).6

      El triunfo de la Revolución que comenzó en Ayutla (1854) dio fin a la era de Santa Anna (Díaz, 2000: 591) al que siguió una pugna generada por las reformas de la Constitución de 1857 que suponía la vulneración de los privilegios y propiedades de la Iglesia, además de que decretaba la libertad de enseñanza y la libertad de culto (Díaz, 2000: 593). Durante ese periodo, conocido como la Guerra de Tres años, Juárez promulgó las Leyes de Reforma, basadas en la separación de la Iglesia y el Estado y la reinstalación del gobierno trajo consigo la consolidación de la Reforma.

      Con el apoyo de Francia, el grupo conservador recibió el 12 de junio de 1864 en la Ciudad de México a Maximiliano de Habsburgo, proclamado Emperador de México el 10 de abril en el Castillo de Miramar, en Trieste, Italia. Para sorpresa de sus partidarios el nuevo monarca intentó gobernar de acuerdo a principios liberales. Su gobierno no duró mucho ya que las presiones de Francia sumadas a la apatía y a la oposición interior convencieron a Napoleón III de retirar a sus tropas. Maximiliano, animado por los conservadores, no abdicó y se puso al frente de sus tropas. Tanto él como sus generales fueron juzgados y ejecutados en Querétaro el 19 de junio de 1867, culminando así el triunfo liberal.

      A este episodio bélico siguió el periodo conocido como la República Restaurada, casi una década de reconstrucción en la que imperó la idea de que “hacían falta la cultura, la lucidez, la experiencia política y demás virtudes de los letrados” (González, 2000: 641). En esos años aparecieron modernas vías de comunicación, la línea telegráfica; la restauración de viejos caminos, la apertura de otros, se retomaron las obras del ferrocarril México-Veracruz (González, 2000: 650). Sin embargo, “los planes de orden económico (atracción de capital extranjero, supresión del sistema de alcabalas, ensayo de nuevos cultivos y técnicas agrícolas, e industrialización) fueron ejecutadas en dosis mínimas” (González, 2000: 650). A la libertad de prensa se agregó la de enseñanza, así como su carácter gratuito, que poco a poco tomó un cariz positivista, nacionalista y homogeneizante (González, 2000: 651).

      La estabilidad favoreció que los escritores abandonaran los fusiles y en su lugar tomaran las plumas. En este contexto tuvo lugar la aparición de la revista El Renacimiento (1869) y, con ella, la del segundo Romanticismo mexicano, “una época de transición, en la cual las inclinaciones realistas coexisten al lado de un persistente impulso romántico, hasta que el realismo, finalmente, se impone” (Brushwood, 1998: 183-184). En dicha publicación Ignacio Manuel Altamirano hacía un llamado a la concordia.

      Esta publicación se constituyó en representante de un cambio fundamental: al carácter más espontáneo del primer Romanticismo, siguió un programa bastante claro elaborado por Altamirano, “una doctrina estética inspirada en sus ideas liberales” (Carballo, 1990: 23).

      Como ha señalado Huerta (1990: 2-3), el cuento también se transformó durante la República Restaurada y en buena medida es producto de esta época. Se suscitó la emergencia de un grupo de escritores dedicados a este género, “cuentistas menos agrestes y más de invernadero, menos espontáneos y más artistas” (Carballo, 1990: 23), caracterizados por tener una mayor conciencia de la creación y comprender que “no se trata[ba] ya de contar, sino de saber contar” (Carballo, 1990: 24). En este periodo comenzaron a publicarse algunos de los textos más importantes del género fantástico en el México del siglo XIX. En estas obras se percibe el ensanchamiento de la subjetividad de los autores y la coexistencia de las conquistas del primer Romanticismo combinadas con las nuevas tendencias estéticas. Las aportaciones del costumbrismo, como una manera de representar a la sociedad, el relato de corte anecdótico y los cambios experimentados por la leyenda sirvieron a los escritores para atisbar en lo desconocido. La estabilidad posibilitó el desarrollo de un concepto hegemónico de realidad que se irá fortaleciendo con la adopción del positivismo como ideología de Estado y, además, traerá consigo el afán de, si no intentar derrumbarlo, cosa que ocurrirá materialmente con la Revolución de 1910, al menos sí ponerlo en duda.

      Con la adopción de la estética realista, la subjetividad romántica abandonó el pasado y los espacios exóticos para adoptar escenarios y ambientes cotidianos; esto permite comprender por qué los escritores de ese momento asimilaron en particular las concepciones de lo fantástico atribuidos a E.T.A. Hoffmann y a Edgar Allan Poe, y por supuesto a la recepción de obras de esta tradición.

      Al respecto de su arribo a tierras mexicanas, al que he dedicado otro estudio, es posible destacar dos casos interesantes de recepción selectiva que tuvo Ignacio Manuel Altamirano y José María Roa Bárcena.

      En lo que concierne al primero, quien conocía a Hoffmann y bordeó su concepción de lo fantástico, es destacado el papel que tienen como desencadenante de la acción de Clemencia (1869), una de las novelas de corte nacionalista más importantes del siglo XIX (Gutiérrez de Velasco, 2006: 369), “El corazón de ágata” y “La cadena de los destinados”, dos de los cuentos de Hoffmann. Si bien no responden al género fantástico, permiten observar la concepción que Altamirano tenía de este autor.

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