Luis González de Alba

Los días y los años


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comunista, conciencia de la clase obrera, seguro tendrían fuerza en muchísimas escuelas y que, aunque no admitíamos a la cned como organización, seguro obtendrían la representación de innumerables escuelas, cosa que nos daría mucho gusto. Y se vieron los resultados, ¿verdad? ¿Cuántos delegados eran del pc?

      –Pues no lo sé –dijo Pablo–. Yo llegué cuando ya estaba formado el Consejo.

      –No, no te hagas, ¡cómo no vas a saber cuántos «peces» había en la cnh!

      –Ni siquiera supe que hubiera peces.

      –Bueno pues, ¿cuántos miembros del pc?

      –No estoy seguro.

      –A ver, piensa. Éramos en total unos doscientos veinte; ¿serían treinta?

      –No, por supuesto.

      –Entonces veinte, diez...

      –Unos diez o algo menos.

      –¿Diez?

      –Menos.

      –Eran cuatro o cinco, y de ésos la mayoría renunció después de lo que hizo el partido en noviembre, cuando los «peces» que no habían sido detenidos se dedicaron a romper las huelgas y a justificar la intervención del Ejército con el aplauso de todo el partidito, que los apoyaba con desplegados y felicitaciones.

      –¿Por qué el partido? ¡El partido no hizo nada! ¿O qué sólo quedaron comunistas en el cnh? Las decisiones, hasta donde yo sé, las tomaba el Consejo en pleno y no sólo los delegados comunistas.

      –Por favor, Pablo, quieres decir «los delegados miembros del partido», porque eso de llamar comunistas sólo a los del partido es una trampa de ustedes, pues de ahí se puede llamar anticomunista a quienes lo atacan.

      –Pues, si acaso hay comunistas sin partido…

      –¿Tú crees que no? Eso sí está hecho.

      –Como quieras. Yo pienso que no. Pero lo que quiero decir es que, en todo caso, la responsabilidad fue de todos.

      –Pero principalmente de ustedes, que son la vanguardia de la clase obrera y que habían tomado fuerza dentro del Consejo desde la aprehensión de los que aún estamos aquí.

      –En primer lugar, no me incluyas en ese «ustedes». Yo, para entonces, estaba aquí en el bote contigo, y en segundo no sé a qué te refieres con tus críticas al partido. Tal parece que el Movimiento se acabó a partir de tu aprehensión; pues no lo sabía.

      –No a partir de que nos aprehendieran, sino cuando ustedes tomaron la dirección, hechos que se dieron juntos.

      Gilberto había escuchado la última parte de la conversación con expresión de rencor, sin intervenir para nada.

      –Ya me voy. Cada que vuelvo a oír los «argumentos» que presentaron en noviembre se me revuelve el estómago. Milagro que no has hablado de que la vuelta a clases fue para «reorganizarse»…

      Al salir Gilberto se hizo un silencio embarazoso. Esperé a terminar el café.

      –Es que no entiendo por qué ustedes pretenden…

      –Dejemos eso, Pablo. No tiene sentido volver a lo mismo. Tenemos más de un año discutiéndolo cada vez que de alguna manera tocamos el tema. Ustedes como todos los partidos comunistas, juegan su papel y lo hacen muy bien, por lo mismo no estaremos nunca de acuerdo.

      26 de julio de 1968 en cu

      No, no iríamos a la manifestación. Estábamos sentados en el «aeropuerto» de la Facultad, llamado así porque allí aterrizan toda clase de pájaros. Eran las cinco de la tarde y todos los pasillos estaban atestados; en las escaleras el congestionamiento era mayor. ¿Por qué? estábamos hartos de las manifestaciones del partido, limpias, bidestiladas, inodoras, insaboras e insípidas. Pues entonces que hiciéramos la nuestra, respondió el «militante». Junto a mí alguien le mentó la madre. Eso no está bien, dijo Escudero. ¡Y por qué no! Enrique parecía molesto por la observación de Escudero. El «militante» desapareció: era el único que conocíamos en Filosofía, donde los grupos políticos eran muy reducidos y sin una línea precisa de acción, como no fuera un vago izquierdismo. El Comité Ejecutivo no asistiría a la manifestación ni había hecho propaganda, nos habíamos limitado a respetar los carteles de la cned y la Juventud Comunista. Pues porque no, porque no está bien que los insultes. No dejábamos de sentirnos molestos por no haber organizado un acto propio para celebrar el aniversario de la Revolución Cubana, pero sólo en el último momento habíamos decidido no asistir a la manifestación organizada por el pc. Sería como siempre, dos veces al año: una por Vietnam y otra por Cuba: la glorieta de la scop como punto de partida, Niño Perdido, San Juan de Letrán. Aquí se programan siempre porras a Vallejo al pasar frente al sindicato de ferrocarrileros y mueras a los «charros»; poco antes el programa dice: rumor de que Siqueiros ha llegado, y después: alerta con los provocadores. Al llegar a la Torre Latino el programa dice: vuelta a la izquierda, parada frente al Hemiciclo a Juárez, mitin sin provocadores, mueras al imperialismo, vivas a Cuba (o a Vietnam, según el caso), silencio en torno a México. A las seis dijimos: ahora van los muertos a los «charros», Siqueiros ya llegó. Tampoco entramos a clase, nos sentíamos un poco culpables. El partido celebraba el 26 de julio, aunque fuera con su peregrinación usual, ¿y nosotros? Hubiéramos podido organizar otra si todos los grupos políticos nos hubiéramos puesto de acuerdo, pero no lo habíamos hecho: ya era tradicional asistir a la manifestación del partido y tratar de imponer consignas propias, en los mítines algunas veces se repartían algunos golpes.

      Por entonces, el sectarismo de los grupos políticos se había agudizado, las subdivisiones se multiplicaban. El por, grupo supuestamente trotskista, iluminado por el pensamiento de un tal J. Posadas, daba gritos porque Fidel Castro había mandado asesinar al Che; según ellos el Che era «trojkista inconsciente», la «j» de «trojkista» la tienen todos los miembros del por y la sacaron posiblemente de J. Posadas, el mítico fundador y profeta. Los maoístas de la Liga Espartaco se subdividían una vez por mes, o con más frecuencia cuando les era posible. Los «troskos» de la revista Perspectiva Mundial… seguían sacando la revista. José Revueltas, fundador de la Liga Espartaco, y posteriormente expulsado de ella, sostenía la nueva tesis de la «democracia cognoscitiva» en sustitución del leninista centralismo democrático, pero aún no estaba claro qué era aquello de la «democracia cognoscitiva»; en torno al nuevo concepto se formaría un núcleo encaminado a… etcétera. Los grupos «político-culturales» demostraban su rotundo fracaso en la tarea de integrar equipos de trabajo con formación ideológica consistente; la «lumpenización» hacía estragos entre la izquierda «amplia» que había cobrado fuerza después de la huelga de 1966: a un activismo que rindió frutos entre la base estudiantil, pues hizo posible una mayor politización de los estudiantes, no siguió la formación ideológica de la dirección, ni de los nuevos elementos reclutados. Pronto los grupos «político-culturales» se quebraron por un punto que siempre han tenido débil: se acabaron de convertir en receptáculo de intrigas y resentimientos porque la actividad política era casi inexistente. Los «espartacos» y otros maoístas pedían el revertimiento de los grupos estudiantiles sobre las organizaciones obreras y los sindicatos «charros» como única tarea para un estudiante revolucionario; el olímpico desprecio por los problemas educativos o simplemente estudiantiles se desprendía de todas sus tesis. Y mientras los estudiantes revolucionarios hacían mítines a la salida de las fábricas, comían con obreros y discutían con ellos los problemas sindicales, no era posible afrontar con seriedad ningún problema universitario. Las autoridades daban las soluciones que creían convenientes y la izquierda las aceptaba porque para cambiar el carácter de la Universidad era necesario cambiar primero el sistema social; los grupos o individuos que no aceptaban esa tesis eran «pequeñoburgueses», «grillos» y «estudiantilistas».

      De la Facultad no había salido ningún contingente para participar en la manifestación.

      –¿Y no es hoy también la del Poli? –pregunté.

      –Sí –respondió Roberto Escudero–. No sé por qué la habrán permitido hoy, será