la ruta, los portugueses se dedicaron a elaborar un plan bien estructurado que incluía la construcción de fuertes y factorías en las costas de Malabar así como el envío anual de convoyes para mantener un flujo constante de mercancías a Europa y de tropas a Asia. No fue muy difícil para los portugueses, que contaban con mejores embarcaciones y armamento, deshacerse de sus rivales musulmanes en el Océano Índico. El encargado de llevar a cabo esta misión fue Alfonso de Albuquerque, quien, para 1510, dio un golpe decisivo a la resistencia árabe al tomar la ciudad de Goa, y, para 1511, el golpe final al tomar el puerto de Malaca, desde el cual podían interceptarse todas las flotas musulmanas que pasaran por la bahía de Bengala. Con el Océano Índico en su poder, los portugueses se lanzaron a China (llegaron en 1513) y establecieron desde Macao una enorme red comercial que abarcaba Asia y Europa.
En los fuertes, los oficiales europeos no intervenían en asuntos ajenos a sus deberes militares y las comunidades hindúes y musulmanas eran gobernadas por sus propios soberanos. Es curioso que, a pesar de que tenían una técnica superior y ejércitos mejor preparados, los portugueses nunca intentaron, como tampoco lo hicieron en África, conquistar Asia. Pero si no intentaron conquistarla tampoco la convirtieron al modo de vida europeo, porque en este caso resultó ser mayor el obstáculo cultural: mientras que el ideal de vida europeo se encarnaba en la lucha, la acción, la idea de progreso, el cambio y la búsqueda de lo novedoso, los orientales despreciaban el esfuerzo, reverenciaban la tradición, desconfiaban de lo nuevo y tenían un enorme respeto por las fuerzas naturales exteriores al ser humano.
América
Aunque el Príncipe portugués Enrique, “El Navegante”, no sólo había patrocinado expediciones a África con la India en mente como fin último, sino que además había apoyado viajes por el Atlántico hacia el oeste que, si no llegaron más allá de las islas Azores, plantearon la posibilidad de descubrir nuevos territorios, el descubrimiento de América le estaba reservado a ese escrupuloso y exacto navegante que había pasado ocho años en diferentes cortes haciendo gestiones para ver realizado su sueño de viajar a Las Indias: Cristóbal Colón. Su viaje de ida contó con el favor de los elementos y, por eso, después de treinta y tres días de navegación tranquila, tocó tierra en el actual territorio de Bahamas; pensó que San Salvador era una isla exterior del archipiélago que formaba Japón, pero los sucesivos viajes de él y de otros navegantes pusieron en duda que los territorios descubiertos fueran parte de Asia. Cansados de un proyecto que no producía ventajas comerciales y sí problemas de administración, los Reyes Católicos retiraron su apoyo a Colón, que murió en 1506 frustrado, aunque con bastantes riquezas.
Más tarde, entre 1499 y 1501, Américo Vespucio realizó dos viajes en los que descubrió la mayor parte de la costa atlántica de la América del Sur y se dio cuenta de la continuidad de un territorio que indicaba la existencia de un vasto continente. La importancia de este descubrimiento fue la causa de que con el nombre de Américo se bautizara al continente.
Fue más o menos hasta 1520 cuando los viajes de los exploradores completaron el panorama del planeta para los europeos. En las tres décadas siguientes, no contentos con saber cómo estaba formado el planeta, los europeos se dedicaron a establecerse en los “nuevos” territorios y a explotarlos en su beneficio. La rapidez con que los soldados españoles se apoderaron de los territorios americanos no se debió únicamente a la superioridad de su tecnología, sino a su habilidad para aprovechar las debilidades de los indígenas y para crear alianzas con los grupos sometidos. La habilidad mostrada por Hernán Cortés durante la conquista de México para mantener unidos a sus hombres, para salvar todos los obstáculos prácticos que se le presentaron y para obtener el apoyo de los mismos indios en su lucha contra los aztecas fue después imitada, aunque con menos éxito, por otros conquistadores, entre los que destacó Francisco Pizarro en el Perú.
El Imperio Otomano
En todo este impresionante movimiento de expansión, sólo los turcos constituyeron un obstáculo y un peligro para los europeos. Con una fuerza que había comenzado a manifestarse desde mucho tiempo antes, los turcos consolidaron, durante el siglo XVI, sus posesiones en África del Norte, en Asia y aun en Europa. Solimán I, “El Magnífico”, guió a su pueblo a un apogeo que, en la primera mitad del siglo XVI, llegó a abarcar entre sus dominios el Mediterráneo entero. Cada año salían de Constantinopla flotas turcas que ejercían la piratería en el mar y asolaban cuantas poblaciones quedaban a su paso. Sobre todo España se vio afectada durante esta época al ver mermados con frecuencia los suministros de alimentos, mercancías y tributos que le llegaban principalmente de Italia.
Arte y pensamiento
El arte renacentista
Esencialmente laico y vinculado a la vida cotidiana, el arte del Renacimiento buscó la exaltación de todos los sentidos. Como surgía de un nuevo sentimiento y de una nueva percepción de la forma, adquirió el aspecto de los modelos clásicos. El tema principal era el ser humano, cuya belleza física fue destacada en grandes dimensiones y en formas atléticas, incluso cuando se trataba de representar a Dios, a las vírgenes y a los santos. Las formas angulares del Gótico fueron sustituidas por otras redondeadas que evocaban sensualmente la plenitud de los frutos maduros y las carnes opulentas. Era un arte que tenía como fin último la creación de un mundo superior y perfecto que exaltara la dignidad humana y por eso se basó en la razón, buscó la armonía como un sistema de proporciones y perspectivas, y aspiró a ser percibido como un todo lógico, es decir, ordenado, simétrico y regular, en donde el espacio era adaptado a las necesidades humanas.
El nuevo arte apareció abruptamente en la ciudad italiana de Florencia, hacia 1425, cuando el genial joven Masaccio (Tomasso Guidi) pintaba en la capilla de Santa Maria Novella unos frescos vigorosos sobre la Trinidad en los que mostraba, por primera vez desde la antigüedad, nuevos objetivos artísticos al plasmar un espacio tridimensional sobre la superficie plana mediante el uso de la perspectiva matemática, técnica recién descubierta. Por medio de la perspectiva, las figuras pintadas en tamaño real convergen en el espacio desde el cual se sitúa el observador.
Hacia 1500, cuando Leonardo Da Vinci tenía 48 años, Miguel Ángel Buonarotti, 25, y Rafael Sanzio, 17, los artistas italianos habían desarrollado ya una serie de estilos armoniosos que maravillaban y admiraban a toda Europa, estilos que derivaron de la aceptación, por parte de los patronos y los artistas, de los valores clásicos, puestos a su alcance por el movimiento humanista. Fue esta ejemplificación de los ideales humanistas a través del arte lo que provocó que el Renacimiento fuera atractivo para el resto de Europa, no por su influencia griega y romana, sino porque estaba exquisitamente adaptado a la idealización de la belleza humana y al embellecimiento de la vida pública y privada.
Fuera de Italia, el Renacimiento se desarrolló de manera desigual y en concordia con las características propias de cada país. En Alemania, por ejemplo, aunque no existía una tradición basada en los modelos clásicos como la italiana, la obra de Alberto Durero fue a la vez la excepción y la culminación del arte renacentista. Su contacto con el arte italiano ocurrió en los dos viajes que realizó a Italia en 1494-95 y 1505-07. Los contemporáneos de Durero, sin embargo, no pueden situarse dentro del Renacimiento. Matthias Grünewald, que ha sido descrito como el «maestro de la pintura anti-clásica», hizo énfasis en el poder expresivo del color, más que en las técnicas empleadas por los artistas italianos. También Lucas Cranach, “El Viejo”, Albrecht Altdorfer y Wolfgang Huber partieron del color en su búsqueda de la expresión pictórica.
En Francia, el Renacimiento pasó por varias etapas que se denominarían con los nombres de sus reyes. La primera etapa ocurrió durante el reinado de Francisco I y se caracterizó por la aparición de formas decorativas renacentistas situadas en la estructura del Gótico medieval. Ejemplo de este estilo es el castillo de Blois. A partir de la segunda mitad del siglo XVI, los detalles arquitectónicos propios del Medioevo fueron desapareciendo para dar lugar, ya a finales del siglo, a edificios que se caracterizaban por la simetría de todas sus partes y por los adornos escultóricos esparcidos por sus fachadas.
España también conoció varios períodos en su arte renacentista. El primero, que apareció en la primera mitad del siglo XVI, fue el plateresco, llamado así por la semejanza entre su finísima decoración y la de los orfebres. También en esta época se