En España, con el ascenso de Carlos V al poder, los reinos peninsulares y las colonias americanas se unieron dentro de un poder central, aunque algunas regiones conservaban sus características individuales y su organización propia. El proyecto imperial absolutista de Carlos V se fundaba en un triple principio: la ordenación mundial, la concordia entre los hombres y la defensa de la fe católica. Este último principio se convirtió, bajo el reinado de Felipe II, en el eje de la monarquía española, que, de haber sido europeísta y abierta, se volvió hermética a las dos grandes fuerzas que surgían en ese momento –el racionalismo filosófico y la burguesía capitalista– y se aisló del resto de Europa.
La guerra
La guerra en el siglo XVI fue una consecuencia natural del individualismo renacentista que empujaba al soberano de cada región a fortalecer su territorio para destacarlo sobre los demás, siempre y cuando tuviera el poderío económico y bélico que se lo permitiera. Con frecuencia, la diplomacia, invento de los venecianos del Quattrocento, era el instrumento empleado para debilitar a los países enemigos mediante funcionarios que residían en dichos países y que, además de informar a su soberano y negociar para él, eran espías, con redes de informantes, y promotores de causas subversivas. Estos diplomáticos debían tener la sangre fría para asegurar una cosa y hacer inmediatamente la contraria, y la astucia para asegurar el éxito de su misión.
Fue Carlos VIII de Francia quien, al invadir las regiones italianas a finales del siglo XV y principios del XVI, cambió la naturaleza de la guerra en Europa. La artillería francesa, por primera vez montada sobre vehículos móviles, disparó tal cantidad de cañonazos que fue destruyendo las murallas de los italianos. Éstos, para proteger sus fortalezas, comenzaron a recubrir sus muros con tierra para amortiguar los impactos de las balas de cañón y construyeron caminos parapetados en lo alto de los muros para facilitar el ataque y la huída. Los cañones, antes reservados al ataque urbano, se llevaron a los campos de batalla, lo que obligó al enemigo a abandonar sus posiciones protegidas y a quedar a merced de la infantería. También en esta época empezó la combinación de fuerzas (caballería, infantería y artillería) que caracteriza a la guerra moderna. Importantísima fue la adopción de armas de fuego manuales –como al arcabuz– que, por ser más fáciles de manejar y más eficientes en la batalla, fueron sustituyendo al arco y a la ballesta.
En el mar las cosas también cambiaron mucho. Mientras que la galera llegaba a su apogeo a principios del siglo XVI y ya no evolucionaría, el navío siguió mejorándose hasta el ocaso del siglo: se le agregaron mástiles y velas de varios tamaños y formas, lo que hacía segura la navegación incluso en tempestades. La galera era una embarcación abierta, con una plataforma más ancha en la parte superior, que apenas rebasaba la superficie del mar y que era adecuada para la navegación sin viento; llevaba a los soldados listos para el abordaje de otras naves y para la lucha cuerpo a cuerpo, y tenía pocas piezas de artillería. El navío, por el contrario, sobresalía mucho sobre el nivel del mar, tenía altos castillos en la popa y en la proa, llevaba muchas piezas de artillería de diferentes tamaños para disparar a distintas longitudes y estaba hecho para impedir el abordaje. Esta disposición de las embarcaciones cambió la naturaleza de la guerra naval: de ser una lucha de infantería sobre el mar (en las galeras), se pasó, con los navíos, mediante la agilidad de movimientos y el fuego de la artillería, a la eliminación del enemigo con todo y sus naves. Este hecho quedó demostrado con la derrota de la Armada Invencible (1588), cuando las galeras españolas fueron abatidas por el mal tiempo y por los cañonazos de los navíos ingleses.
Europa domina al mundo
La expansión europea
Después del fracaso de las Cruzadas, los europeos observaron cómo los árabes se expandían por el mundo. Para el siglo XV, los europeos ya habían pasado de atacantes en Oriente a defensores de sus territorios a causa de la amenaza de los turcos, la última y quizá la más peligrosa oleada del Islam. La rivalidad con los árabes pronto se convirtió para los europeos en acicate de su propia expansión: hallar rutas que por el este comunicaran directamente con Asia fue una prioridad para Europa en su afán de restar poder a los turcos, que se enriquecían con el comercio de productos orientales.
En esta tarea de expansión, el Príncipe Enrique de Portugal, apodado “El Navegante” por los historiadores ingleses, fue el precursor indiscutible. Desde la corte que había fundado en el rocoso promontorio de Sagres, a la que atrajo a los principales marinos, cartógrafos, astrónomos, fabricantes de barcos e inventores de instrumentos para la navegación de la época, patrocinó expediciones a la costa occidental de África que tenían inicialmente el objetivo de descubrir nuevos territorios. Con el tiempo, ese objetivo se transformó en la necesidad de encontrar un paso hacia la India por el sur del continente africano.
También el desarrollo de la tecnología durante el siglo XV permitió que los europeos se lanzaran a los océanos con éxito. El primer factor de importancia fue el estudio de la geografía y de la astronomía, que se aplicaron directamente a la navegación para que, una vez perdida de vista la costa, los navegantes pudieran saber en qué punto del océano se hallaban, según coordenadas que ya se podían calcular, y trazaran así su ruta. Otro factor esencial fue el mejor diseño de embarcaciones, que llegaron a ser más rápidas y maniobrables a finales del siglo XV, gracias, sobre todo, al perfeccionamiento de la carabela, que llevaron a cabo los portugueses después de haber estudiado las naves árabes. Casi todos los grandes descubrimientos de esta época y de principios del siglo XVI se hicieron a bordo de carabelas. El desarrollo de las armas de fuego fue el tercer factor determinante en la expansión europea. Cuando lograron superarse los problemas que planteaba el vaciado de los metales, la regulación de calibres y la fabricación de proyectiles hechos a base de metal, piezas de artillería se introdujeron en las embarcaciones –primero en los castillos y después en los costados de las naves– para apoyar el fuego de los ballesteros y los arcabuceros contra los ejércitos que estaban en la cubierta de las naves enemigas.
África
Hacia 1440 las exploraciones portuguesas en África comenzaron a dar frutos: oro y esclavos negros, que a veces eran instruidos para servir como intérpretes en expediciones posteriores. El comercio de esclavos se extendió rápidamente y por eso los portugueses construyeron un fuerte en la isla de Arguim, primera factoría comercial de los europeos fuera del su continente. Toda esta actividad exploratoria y comercial disminuyó muchísimo con la muerte (1460) de Enrique, “El Navegante”. Pero con el ascenso al trono de Juan II (1481), Portugal recobraría su brío explorador. Juan II emitió un decreto que prohibía a toda nave que no fuera portuguesa navegar por la costa de Guinea, so pena de acabar hundida o ser capturada, y ordenó la construcción (1482) de un segundo fuerte en Elmira, que sería la capital para las exploraciones y el comercio en África. Los descubrimientos hacia el sur continuaron hasta que en 1487 Bartolomé Díaz llegó más allá del Cabo de Buena Esperanza y preparó el camino para el increíble viaje que diez años después realizaría Vasco de Gama y que se coronaría con la llegada a la India en 1498.
África significó para los portugueses un medio para lograr su principal interés, el dominio de Asia, y quizá por eso nunca llegaron más allá de la franja costera. Se contentaron con establecer fuertes y factorías, y con tímidos intentos para evangelizar a una civilización (la negra) que sólo llegaron a conocer superficialmente. Las probables razones para este tipo peculiar de colonización fueron geográficas (el sol intenso y las altas temperaturas, las tempestades desérticas de arena, las enormes extensiones de espesa vegetación, las especies animales peligrosas) y culturales: el interés predominante de los europeos por el comercio, el intento de poner un cerco al Islam, la avaricia y la corrupción de los colonos europeos y la falta de interés, por parte de los misioneros, en las creencias de los nativos.
Asia
Los portugueses pronto se dieron cuenta de que el anunciado arribo de Cristóbal Colón a Oriente era un error y de que ellos debían persistir en su intento si querían ser los primeros en llegar de verdad a la India. Con ese propósito, prepararon la flota que comandaba Vasco de Gama. El viaje de Vasco de Gama fue el más largo hecho hasta entonces en alta mar por una embarcación europea, pues dio la vuelta al continente africano por el Cabo de Buena Esperanza, tocó después varios