Agustín Rivero Franyutti

España y su mundo en los Siglos de Oro


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la evangelización o para festejar a los virreyes y enfatizar un orden jerárquico.

      El libro se lee casi como un diario de los acontecimientos más importantes, pero, al estilo de Samuel Pepys, también incluye abundantes datos curiosos y amenos. Por mencionar algunas: cuándo el grano de café fue introducido a Europa desde Arabia, cuándo se introduce la caña de azúcar en Brasil o cuándo se envía el primer cargamento de chocolate de Veracruz a Sevilla; productos que cambiaron los hábitos alimenticios de la sociedad de aquella época (la creación de cafeterías donde se realizaban tertulias de índole política, social y literaria). Herencia que sigue vigente hoy en día. ¿Cuántos tomamos un cafecito camino al trabajo, con o sin azúcar, o un chocolate caliente en una tarde lluviosa? ¿Con o sin la leche, cuyo origen es de la vaca europea, introducida a las Américas por los primeros conquistadores? De lo que era un producto local ya se convirtió en un producto de consumo mundial y parte de una empresa capitalista. Asimismo, el libro hace mención a la invención del reloj de bolsillo y la máquina para tejer. De la última invención no se podía imaginar cómo dio inicio a la revolución industrial.

      La cronología incluye información de países como Francia, España, Rusia, Japón, Irlanda, Escocia, los Países Bajos y la expansión europea; no sólo de España. Hace mención a instituciones que regían la vida de los imperios y sus colonias y el monopolio mercantil: la Compañía de las Indias Orientales, la Compañía Holandesa de las Indias Orientales y el Consejo Privado. Los imperios europeos se despliegan en el nuevo mundo con las rivalidades económicas, políticas y de supremacía entre España, Francia, Inglaterra, Escocia y Holanda. Menciona cómo establecieron medios de control que determinaban el futuro de la identidad de las colonias españolas, por ejemplo, la fundación de la Casa de la Contratación en Sevilla, el Consejo de Indias, el Tribunal de la Inquisición, los Virreinatos y sus consiguientes Virreyes y los festejos que se realizaban para su llegada. Menciona la fundación de las imprentas, la Real Audiencia, la Universidad, el Cabildo o Ayuntamiento, símbolos de autoridad, cuya herencia sigue vigente en México. La herencia de la época colonial perdura, la cual, a la vez, viene de una mentalidad medieval. No obstante, nos hace cuestionarnos sobre la formación de la identidad nacional, en el siglo XIX, en México, y sobre la representación de la colonia en la novela de la nación incipiente en donde, por ejemplo, en El Periquillo Sarniento, publicado en 1816, se caracteriza la época colonial como oscura, supersticiosa y corrupta, algo que se repite a lo largo del siglo XIX. No obstante, el estudio de Agustín nos hace repensar cómo se ha representado la época colonial. Es decir, hay una necesidad de revisar los textos históricos y cuestionar las nociones de identidad nacional. El trabajo que presenta Agustín, con todas sus anécdotas y hechos concretos, nos hace desmentir las nociones de la creación de un Estado-nación o una comunidad imaginada a partir del siglo XIX. Queda claro que nuestra identidad como mexicanos se basa no sólo en lo prehispánico, sino también en la parte relegada/denigrada de la época colonial y en la perduración de estructuras políticas y religiosas que tienen su origen en Europa y su traslado a la Nueva España: instituciones como el Ayuntamiento y el afán de la evangelización. El pasado colonial perdura hoy en día, en particular su estructura administrativa y escrita, y el valor jurídico que se da a la escritura y los papeles.

      En su estudio acerca de las influencias literarias en la imaginación de los primeros conquistadores y los libros que sí llegaron a las Américas, Irving A. Leonard argumenta: «El estudio de la Europa de aquellos tiempos [Siglo XVI] revela que crueldad, intolerancia e inmisericordia eran características de la vida social, religiosa y económica de todo el Continente». (21) y que estas debilidades del ser humano se extendían por alta mar hacia tierras americanas. Se puede argumentar que toda Europa contribuyó al Nuevo Mundo y esto nos remite a otra empresa expansionista, esta vez del siglo XIX, al explorar, poblar y explotar los espacios en blanco en África. Esto es lo que ocurre en El corazón de las tinieblas, escrito por Joseph Conrad (en sí, de triple nacionalidad) y publicado en tres entregas en 1899. Novela que recrea la expansión europea, esta vez en África, en el llamado reparto por África a partir del 1885, en donde los espacios en blanco en los mapas se van llenando de los colores de los países europeos, cuyos motivos eran supuestamente la filantropía y la educación de los nativos, pero cuyos propósitos reales era el comercio y la explotación de los recursos naturales (caucho y marfil) para fines lucrativos, a través de las Compañías. La representación de la Compañía (que se desdobla en una repetición ominosa) y sus integrantes en la novela, no sólo representa una Compañía, sino que llega a representar a todas las Compañías, de diferentes naciones europeas, que iban a África. Conrad describe a Kurtz, el enigmático colonizador que recurre a “métodos erróneos” con la población nativa, como un producto de toda Europa: “All Europe contributed to the making of Kurtz”, parecido a lo que ocurre en el Nuevo Mundo con influencia de Europa. En una visión pesimista de la historia y de su ciclo repetitivo, el mismo Conrad, en un ensayo con fecha de 1903, compara a los colonialistas belgas con los conquistadores españoles.

      El pasado constantemente revive en el presente. En la cronología se hace mención a la Conspiración de la Pólvora, de 1605, en contra de James I de Inglaterra y VI de Escocia, cuando un grupo de católicos planean hacer estallar el Parlamento en Londres el 5 de noviembre, fecha en que los miembros de parlamento se iban a reunir; intento fallido porque uno de los conspiradores los delata. El intento despertó el sentimiento anticatólico. Los integrantes son ejecutados el año siguiente, incluyendo a uno que se llamaba Guy Fawkes. Hasta el día de hoy se conmemora este hecho al fabricar un muñeco, tamaño humano, hecho de paja y ropa vieja, que representa a la gente no deseable o no popular, originalmente el Papa o el demonio (así como en México se hace la quema del judas, que a últimas fechas se le da la imagen de políticos no deseados), para quemar la efigie en una fogata el 5 de noviembre con la rima «Remember, remember the 5th of November, The Gunpowder Treason and plot; I know of no reason why Gunpowder Treason Should ever be forgot». Con un juego de palabras, los niños piden dinero para el “Guy”, el tipo y el nombre de uno de los conspiradores. Es una tradición que se está perdiendo o transformando, pero, como bien nos dice la rima popular, no se olvidará el pasado, y esta antología de los Siglos de Oro nos recuerda precisamente la importancia de tener una memoria histórica que nos haga pensar en nuestro propio origen e identidad, no como algo inventado por parte de la comunidad imaginada a principios del siglo XIX, sino como algo que se ha acumulado desde siglos atrás, entre países en formación, diferencias lingüísticas, de territorios disputados, de compartir los gustos por la música, la literatura, la comida, la pintura y arquitectura, entre otros.

      Lo de Guy Fawkes es una tradición que sigue viva a través de la oralidad y la repetición de un ritual, pero, a la vez, sigue siendo objeto de una tradición literaria pero visual, que también nos remite a otras épocas: cuando las novelas iban acompañadas de apoyo visual para ayudar a los iletrados. La continua reinvención de la historia se podría pensar en la película V for Vendetta, basada en una novela gráfica de Alan Moore, que retoma los intentos fallidos de Guy Fawkes, en donde se ve cómo se va reinventado y/o reescribiendo la oralidad, hechos históricos, tal como los primeros descubridores lo hicieron dentro de su marco de concepción medieval, inmersos en sus propias concepciones e influencias literarias, en donde siempre existe una nueva manera de narrar el presente, pero dentro de un marco conceptual de un pasado europeo y a la vez mitológico.

      Agustín nos invita a compartir los escenarios, los personajes y los protagonistas de los Siglos de Oro. Al recorrerse el telón cobran vida los hechos, y nos invita a visualizar el escenario del los Siglos de Oro, tanto en Europa como en el Nuevo Mundo, como un tablero de ajedrez, cada quien en su papel, su posición, su ganancia o pérdida. Nos hace repensar las relaciones entre los países europeos, entre imperios y sus colonias, entre los vencidos y vencedores. Sus pasados son unidos, no tentativamente sino de forma intrínseca, por una historia compartida, por la religión, las guerras o revoluciones, por compartir una lengua o una dinastía. Es decir, se comparte el teatro de los Siglos de Oro de forma mundial.

      En el juicio en contra de María Estuardo de Escocia, en 1586, en donde la condenan a la muerte, advierte: «Remember that the theatre of the world is wider than the realm of England». Así nos recuerda Agustín en España y su mundo en los Siglos de Oro. Da vida a los fantasmas y los espíritus que deambulan por los escenarios del gran teatro del mundo que es más amplio que el