él puede asistir a tus concilios divinos y yo no?” La respuesta fue muy simple: Cristo (Miguel) tenía supremacía sobre Lucifer y fue honrado sobre Lucifer porque Cristo era un miembro de la Deidad, mientras que Lucifer era un ser creado. La Biblia deja muy en claro que Cristo es un Ser divino: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios” (Juan 1:1). Elena de White dijo que “Cristo el Verbo, el Unigénito de Dios, era uno con el Padre Eterno –uno en naturaleza, carácter y propósito–, el único ser en todo el universo que podía entrar en todos los consejos y propósitos de Dios”.28
El problema no era la pregunta de Lucifer. El problema radicaba en la motivación que lo llevó a preguntar. Fue el orgullo lo que motivó la pregunta de Lucifer. Ezequiel lo dijo claramente: “Se enalteció tu corazón a causa de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría a causa de tu esplendor” (Eze. 28:17).
Lucifer preguntó por qué Cristo tenía una posición superior a la suya ya que estaba celoso de Cristo y codiciaba la posición más elevada de autoridad sobre los ángeles. Como Isaías lo dijo, Lucifer quería ser “semejante al Altísimo” (Isa. 14:14). Elena de White dijo que, “codiciando la gloria con que el Padre infinito había investido a su Hijo, este príncipe de los ángeles aspiraba al poder que solo pertenecía a Cristo”.29 Ella también dijo que Satanás y los otros ángeles “se rebelaron contra la autoridad del Hijo”, y “Satanás sintió celos de Jesús”.30
Anteriormente señalé que Dios tiene la intención de que nuestro intelecto y nuestra razón controlen nuestras emociones. Pero según Ezequiel, Lucifer dio marcha atrás a esos dos. El orgullo por su belleza (emoción) le hizo corromper su sabiduría (intelecto).
Pablo dio consejo sobre este tema a los cristianos en Roma. Dijo: “Por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura” (Rom. 12:3). Imaginar que eres importante puede sentirse realmente bien. Sin embargo, ese es un pensamiento emocional, que es exactamente lo que Lucifer se permitió tener. Pablo aconseja: “Que piense de sí con cordura”. En otras palabras, ¡usa la cabeza! Deja que tu intelecto esté a cargo de tu autoestima. No permitas que tus emociones anulen su buen juicio. Ese es un consejo muy sabio para cada uno de nosotros hoy.
Desafortunadamente, Lucifer no se contentaba con reflexionar sobre sus sentimientos en su propia mente. “Salió a difundir el espíritu de descontento entre los ángeles”.31 El desafío de Lucifer a la autoridad de Cristo “despertó un sentimiento de aprensión cuando fue observada por quienes [ángeles] consideraban que la gloria de Dios debía ser suprema. Reunidos en concilio celestial, los ángeles debatieron con Lucifer. El Hijo de Dios [Miguel] presentó ante él la grandeza, la bondad y la justicia del Creador, y la naturaleza sagrada e inmutable de su ley”.32 Sin embargo, Lucifer rechazó el consejo.
“Pero la amonestación, hecha con misericordia y amor infinitos, solo despertó un espíritu de resistencia. Lucifer permitió que su envidia hacia Cristo prevaleciese, y se volvió más obstinado. El propósito de este príncipe de los ángeles llegó a ser disputar la supremacía del Hijo de Dios, y así poner en tela de juicio la sabiduría y el amor del Creador”.33
En el capítulo 2 señalé la evidencia bíblica de que Miguel es Cristo, y en el capítulo 3 obtuve la conclusión tentativa de que en su ambición de ser “semejante al Altísimo” (Isa. 14:14), Lucifer aspiraba tener la posición de Cristo, no la de Dios Padre. Elena de White confirmó esto cuando escribió que Lucifer permitió que sus celos por Cristo prevalecieran, volviéndose más firme en su decisión de disputar la supremacía de Cristo,34 y ella repitió el hecho muchas veces en varios de sus relatos sobre el origen del mal.35 Además, Lucifer no solo desafió la posición de Cristo mismo, trató además de conseguir que tantos ángeles como fuera posible se pusieran de su lado.
Dios interviene
El celoso desafío de Lucifer a la posición y la autoridad de Cristo finalmente se desarrolló hasta el punto de que Dios el Padre intervino para aclarar quién es Cristo realmente. “El Rey del universo convocó a las huestes celestiales a comparecer ante él, con el fin de que en su presencia él pudiese manifestar cuál era la verdadera posición de su Hijo y mostrar cuál era la relación que él mantenía con todos los seres creados [...]. Alrededor del trono se congregaron los santos ángeles, una vasta e innumerable muchedumbre”.36
No tenemos idea de cómo es el salón del Trono de Dios, pero debe ser enorme, porque Daniel vio “millares de millares” y “millones de millones” reunidos ante el Trono de Dios (Dan. 7:10; ver también Apoc. 5:11). “Ante los habitantes del cielo reunidos, el Rey declaró que ninguno, excepto Cristo, el Unigénito de Dios, podía penetrar plenamente en sus designios, y que a este le estaba encomendada la ejecución de los grandes propósitos de su voluntad. El Hijo de Dios había forjado la voluntad del Padre en la creación de todas las huestes del cielo, y a él, así como a Dios, debían ellas tributar homenaje y lealtad”.37
Imagina que tú eres Lucifer escuchando estas palabras mientras estás de pie entre esa enorme reunión de ángeles. Has desafiado la posición de Cristo y has reclamado igualdad con él. ¿Cómo te sentirías? ¿Qué estaría pasando por tu mente? “Los ángeles reconocieron gozosamente la supremacía de Cristo y, postrándose ante él, le rindieron su amor y adoración. Lucifer se inclinó con ellos, pero en su corazón se libraba un extraño y feroz conflicto. La verdad, la justicia y la lealtad luchaban contra los celos y la envidia”.38 Ponte en el lugar de Lucifer por un momento. Aquellos cuya lealtad habías buscado están dando su lealtad sincera a tu enemigo. Sin embargo, Dios el Padre ha hablado. Él ha revelado quién es realmente Miguel, de quien tú habías pensado todo este tiempo que era simplemente otro ángel como tú. Y te enfrentas a una elección: creer en Dios Padre o seguir tus propios instintos.
¿Alguna vez has experimentado un conflicto como ese, en el que tus deseos te arrastran hacia un lado, y la voluntad revelada de Dios te arrastra hacia otro? La respuesta es ¡por supuesto! Todos lo hemos vivido, si tomamos en serio nuestra relación con Dios y con Cristo. ¡Podemos entender exactamente lo que estaba pasando por la mente de Lucifer!
Elena de White continuó escribiendo que “la influencia de los santos ángeles pareció por algún tiempo arrastrarlo con ellos [a Lucifer]. Mientras en melodiosos acentos se elevaban himnos de alabanza cantados por millares de alegres voces, el espíritu del mal parecía vencido; indecible amor conmovía su ser entero; al igual que los inmaculados adoradores, su alma se hinchió de amor hacia el Padre y el Hijo”. Desafortunadamente, Lucifer otra vez “se llenó del orgullo de su propia gloria. Volvió a su deseo de supremacía, y una vez más dio cabida a su envidia de Cristo [...]. Él [Cristo] compartía los designios del Padre, mientras que Lucifer no participaba en los propósitos de Dios. ¿“Por qué -se preguntaba el poderoso ángel- debe Cristo tener la supremacía? ¿Por qué se le honra más que a mí?”39
El verdadero problema
El punto crítico aquí son las emociones de Lucifer. Se había enorgullecido de su belleza y de la alta posición que ocupaba como querubín protector que estaba junto al Trono de Dios. Después de todo, él, Lucifer, hizo importantes mandados para el Dios Todopoderoso, ¡el Anciano de días y el Creador de todo lo que existe! Él, Lucifer, era el querubín protector que estaba junto a Dios en su Trono. Él, Lucifer, estaba bellamente decorado con muchas joyas que estaban engastadas en oro. Cómo debió de hincharse su pecho al pensarlo. ¡Cómo debió de pavonearse al mirar su reflejo en el mar de cristal!
El orgullo es una emoción, y si se usa correctamente es una buena emoción. Completar una tarea difícil se siente bien, y debería ser así. Crear una obra de arte hermosa se siente bien, ¡y debería ser así! El éxito se siente bien, y debería ser así. Todos estos son motivos poderosos. Lucifer seguramente tuvo esta buena clase de orgullo durante años, quizá siglos o incluso milenios, antes de su caída. Y estaba bien. Dios nos creó para tener estos sentimientos satisfactorios acerca de nuestros logros.