José Bengoa

La comunidad sublevada


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es necesario señalar que el comportamiento espacial histórico de la clase hacendal ha sido la autosegregación. Las “casas de hacienda” se fueron transformando en la zona central del país en verdaderos castillos amurallados. El Huique por ejemplo, la gran hacienda de los Presidentes de Chile, de los Errázuriz, Echeniques, etc. Tiene una entrada de altas rejas terminadas en puntas de lanzas (“las que les arrebataron a los indios”, según la imagen notable de José Donoso) y altas murallas de “adobe sentado” de fuertes dimensiones. Los patios interiores forman un enorme espacio cercado por tapiales y sobre todo segregados totalmente del resto de la hacienda. A ese espacio solamente podían ingresar los campesinos promovidos: el mayordomo que tenía su casa en el interior de ese espacio; los jardineros que entraban con el permiso del administrador obviamente, las mujeres de la cocina, en fin, el personal doméstico. ¿Cuál era el temor de los hacendados? Se ha especulado mucho sobre ello. Los bandidos, se decía. Los campesinos alzados, se podría pensar. Más bien había una mala conciencia de que la relación de dicha familiar en la hacienda (“formamos una gran familia, mis niños”, decía la señora del propietario) no era tan real. Parece que la dominación era frágil.

      Esa idea culposa de la élite hacendal la ha conducido a dos fenómenos concomitantes. La endogamia es el primero y la segregación territorial es lo segundo. Allí han tratado de recuperar la estética hacendal: pastos, rejas, casas con tejas coloniales cuando se puede, mucho árbol; es decir, un ambiente urbano/rural en lo posible. La endogamia ha sido estudiada y es de evidencia para la mayor parte de los observadores, y la segregación se ha expresado de manera abierta en la última elección plebiscitaria en que se preguntaba si se quería o no cambiar la Constitución de Pinochet. Las comunas de Las Condes, Vitacura y Lo Barnechea fueron las únicas del país (con excepción de una de la alta cordillera altiplánica) en que ganó la opción “rechazo”, en una expresión grosera de la segregación, de la lejanía de esas élites con el resto del país. Pero allí viven los retoños de las viejas élites hacendales, más quienes se han acercado a ellas y se han contaminado con sus costumbres.

      Esa élite es fundamentalmente conservadora en el mejor y clásico sentido de la palabra. Su favorita palaba es “no”. Frente al divorcio dijeron que no, ante el aborto dijeron que no, ante el matrimonio homo-parental, que no, y así frente a todo lo que propone la modernidad ciudadana dicen que no. La llamada modernidad se ha quedado en las cosas, en los celulares, pero no ha penetrado en las mentes y mucho menos en la cultura. El cura y escritor Ignacio Valente, al parecer bibliotecario de la Universidad de los Andes, dijo públicamente que en esa biblioteca no estaban o no se prestaban los libros de Federico Nietzsche, lo que provocó más de alguna risa en la población de más abajo.

      En esos “faldeos cordilleranos” están los colegios de esas élites, sus universidades, su estadio de fútbol, sus hospitales más afamados —esto es, las mejores clínicas, los hospitales militares—, sus escuelas y residencias principales. Es el poder que no se ha movido en el país en siglos quizá y que se sigue segregando como en las antiguas “casas patronales”. Esa es la patria de los hacendados.

      Abuso multisistémico

      Por razones del carácter teórico principalmente de este capítulo y por economía de espacio, no haremos referencia detallada a los abusos de carácter de género y sexuales, que como ya se ha afirmado son la base del contenido principal de la crítica a la concepción de la sociedad abusiva, la comunidad abusada de la que estamos hablando. El abuso etnorracial, seguramente, es el que sigue en importancia al de género y se acumula en una dualidad de alta capacidad movilizadora. Las banderas mapuches flameando en la cumbre de la estatua del general Baquedano, ya lo hemos dicho, es una expresión clara de este concepto. El abuso etario ha sido la otra arista de alto grado de movilización: por una parte, el movimiento NO+AFP que protege a los viejos de las pensiones de hambre a las que esta sociedad perversa los somete; y, por otra, el abuso infantil, en que el caso del Servicio Nacional de Menores (Sename) ha sido expresivo y dramático. El abuso sobre los niños y viejos resulta insoportable para buena parte de la sociedad. Y por cierto que está el abuso económico, el trato a las grandes fortunas, las diferencias en el pago de impuestos, las ganancias desmedidas, las colusiones que se repiten hasta la saciedad y que no son condenadas por la administración de justicia.67

      A diferencia de los movimientos sociales propios de la esfera exclusiva de la producción, estos son multisistémicos; esto es, al mismo tiempo, antirracistas, antipatriarcales, antidepredadores del medio ambiente; es decir, anti todo tipo de situaciones consideradas abusivas.

      Estos nuevos movimientos socioculturales son partes de un relato de alta complejidad multisistémica. El mismo individuo puede ser feminista, antirracista, pro indigenista, ecologista, etc., y podría salir a marchar con la misma convicción en cada una de esas convocatorias.

      Quizá allí está la mayor diferencia con los movimientos sociales que surgen de las experiencias del trabajo alienado. Esta ha sido en la historia la fuente de los movimientos contestarios de la clase obrera centralmente. Son movimientos colectivistas en que la solidaridad intraclase es fundamental.

      En cambio, el abuso es también un fenómeno generalizado y colectivo en ese sentido pero que se aplica en forma individual: cada sujeto comprende de un modo específico y diferenciado el abuso a que es sometido por la sociedad y el Estado. Desde el abuso sexual que conduce a la crítica feminista y el abordaje de género, a el abuso étnico y racista que desplaza el conflicto ya no desde un tema exclusivo de tierras usurpadas sino a una concepción mucho más amplia de territorio, y el abuso medioambiental (las zonas de sacrificio, como expresión monstruosa de aceptación de la degradación), que conduce a la crítica ecologista, y así podemos continuar, por ejemplo, con la demanda de mejores pensiones que grafica esta dualidad de modo extraordinario: se pide un aumento sustantivo del bono o pilar solidario que el Estado debe entregar, pero se prefiere que este quede colocado en la cuenta de ahorro individual.

      En definitiva, podríamos aventurar que la alienación en el trabajo, como un conjunto de significados y sentimientos, conduce a la formación de movimientos sociales propiamente tales, y que este otro conjunto de sensaciones que rodean el concepto de abuso, por su parte, conduce a movimientos de carácter cultural, de crítica cultural muchas veces de las bases mismas de la sociedad.

      Los primeros son de carácter más orgánico institucional y los segundos, por su misma naturaleza, son inorgánicos y críticos de la institucionalidad.

      Resumiendo, señalemos que el abuso se ha transformado en el eje de contradicción de las sociedades que pasan al capitalismo tardío.

      La cultura del abuso se ha impuesto en la historia de Chile y no siempre hubo conciencia de aquello. Por largos períodos, los sistemas de subordinación funcionaron a la manera hacendal/patriarcal, por una parte, en los campos de la zona central, y de modo colonizador y discriminador etnorracial en las zonas indígenas del país, especialmente en La Araucanía, y mediante la combinación compleja de garrote y zanahoria ciclos de reconocimiento y ciclos de represión de demandas y organizaciones del trabajo obrero minero y fabril. Al desaparecer el trabajo productivo como centro organizador de las demandas sociales (no es que no exista pero no las organiza), y ser reemplazado por un modelo que le otorga al consumo infinito y desmedido un sitio predominante en la sociedad, en sus sistemas de integración social, se ha roto ese esquema de subordinaciones y aparece por tanto la imagen de la insubordinación; esto es, una nueva conciencia en que se manifiestan todos los abusos históricos de la sociedad chilena en este caso.

      EL RECONOCIMIENTO APARECE EN ESTE TIPO DE CONTEXTOS CULTURALES COMO EL INICIO DELA INSTALACIÓN DE UN NUEVO ORDEN. LOS ABUSADOS QUE TIENEN CONCIENCIA DE ELLO NODEJARÁN DE MOVILIZARSE POR LOS MEDIOS MÁS DIVERSOS, INCLUYENDO LOS VIOLENTOS, HASTA QUE EL ABUSO Y LOS ABUSADORES NO DEJEN DE SERLO. ESA ES NADA MENOS LAUTOPÍA QUE ESTÁ EN JUEGO.

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