José Bengoa

La comunidad sublevada


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se reproduce la pobreza por generaciones y generaciones. Los bisabuelos en el campo, en el peonaje, inquilinaje, en la miseria rural. El abuelo que migró en los años cuarenta a las poblaciones miserables de las orillas de Santiago. Los padres que salieron a trabajar de muy jóvenes en la construcción y así continúa la reproducción sin cesar. Hace 10 años, del liceo de la comuna de Tirúa solamente un solo egresado había ingresado a la universidad: uno solo. Esas son castas. Situaciones sociales inamovibles.

      Podríamos decir por lo tanto, para concluir este párrafo y esta idea, que lo que estamos viviendo en estos días es la crítica más violenta a la sociedad de castas chilena. A esta sociedad de las castas ocultas.

      Un modelo teórico

      El centro de esta propuesta teórica, “la revolución de las expectativas crecientes”, era el siguiente, en una versión por cierto libre y personal: cuando hay un período muy largo de crecimiento económico, sea cual sea su carácter, se produciría una suerte de dinámica social ascendente. Las expectativas dormidas por la certeza de no poder cambiar la situación de vida, económica, social, de participación, en fin, ni siquiera en los hijos despiertan. Hay sociedades en que la mayoría vive en la subsistencia y hay una cierta evidencia aprendida de que esa situación no cambiará radicalmente. Sus padres y abuelos fueron campesinos por ejemplo, y probablemente los hijos y los nietos lo serán. Eso se asume y surgen muchas veces culturas de la sumisión y aceptación, en las que, además, las religiones juegan un papel central en esos casos, como hemos anotado en este texto. Vivimos en un valle de lágrimas, se dice, y se espera que “la movilidad social ascendente” se produzca exclusivamente en el más allá, en el cielo. Ahí recién seremos todos iguales, hijos de un mismo Padre. Pero cuando comienza a haber cambios económicos profundos, modernizaciones, transformaciones y por largo tiempo en la sociedad, esas mismas personas, amplios sectores sociales, inician un proceso lento pero sostenido de crecimiento de las expectativas. Quizá si el crecimiento es desigual el fenómeno puede ser más fuerte aún. Por cierto que son los sectores medios los que mayor exposición tienen a estas transformaciones. Quienes han vivido por mayor tiempo en la pobreza poseen un mayor escepticismo. Esa es la primera parte de la ecuación.

      La segunda es que las expectativas crecientes dibujadas en un plano de doble entrada son como una diagonal que saliendo del punto cero, el vértice inferior, se desplaza recta hacia un punto imaginario infinito. Rompiendo con la rutina de lo repetido por generaciones, las expectativas no tienen por qué tener límites: ¿Y por qué no? Es el núcleo reflexivo de las expectativas crecientes…, ¿o por qué no yo?, más preciso aún. El fenómeno, de indudable carácter democrático, penetra al conjunto de la sociedad y se transforma en un fenómeno colectivo. Esta recta, deberíamos agregar, es y ha sido la base de todas las transformaciones democráticas en todas las sociedades. Estas expectativas tienen que ver no solamente con lo económico, sino principalmente con lo igualitario, con la ciudadanía; con la participación. Sociedades de castas donde las masas empobrecidas no tienen expectativas más que parciales y acotadas a lo posible son, por lo general, de muy bajo nivel de ciudadanía y de alto nivel de explotación. Esa es la segunda parte.

      En Chile, según el cuadro que presentan los profesores de la Universidad de Chile Félix Ordóñez e Ignacio Silva, ocurrió una curva casi idéntica a la señalada de Davies, como se ve en el gráfico adjunto.64 Los autores denominan al fenómeno “brecha recesiva” (barras de color gris en el gráfico), lo que no es muy diferente a lo que venimos discutiendo.

      Por cierto que estas prevenciones de los economistas críticos y de sectores empresariales afectados no son de conocimiento generalizado, pero se reflejan en disminución de la dinámica de empleo, de los salarios, etc., elementos recesivos en una sociedad que por más de dos décadas estaba acostumbrándose a un crecimiento económico sostenido. Sin ser ni mecánicos ni economicistas, cabe poca duda de que es un elemento subterráneo del malestar generalizado, de las movilizaciones, en fin, de lo que ha ocurrido en estos años en el país.

      Es por ello que la tercera parte de la ecuación se pregunta acerca de lo que ocurre en situaciones de ruptura del proceso de crecimiento exponencial señalado. Allí la diagonal de las expectativas sigue derecha hacia el infinito y la curva del crecimiento o se achata y/o comienza a descender65. Ahí se produce un “hiato”, que en un primer momento es aceptado, ya que siempre hay un trecho importante entre realidades posibles y expectativas. Pero llega un momento en que se abren ambas líneas, el gap (brecha) intolerable de Davies; esto es, una diferencial, una “brecha”, entre expectativas y posibilidades reales de concretarlas que la sociedad no soporta. A medida que crecen las economías —y si crecen deformes es peor—, este “hiato” se puede hacer cada vez más profundo. Bueno es señalar en este momento que estos fenómenos son de una alta complejidad simbólica. Son representaciones colectivas y no son reductibles a cifras. Un ministro de Hacienda puede mostrar “que crecemos” más que cualquier otro país de América pero ni es creído y quizá exacerba el gap intolerable.

      Fuente: Félix Ordóñez e Ignacio Silva, artículo citado.

      La conclusión, o primera derivada de la ecuación anterior, señalaba que en ese momento, en ese espacio virtual, pero también real e histórico, se producirían con más facilidad disturbios sociales o revoluciones sociales. Muchos otros autores, como Charles Tilly, han tratado de complejizar más este fenómeno y sobre todo quitarle su carácter fuertemente psicologista. Por ejemplo, va a depender ese gap intolerable de la memoria colectiva (Hallwachs) de esa sociedad, como lo analizamos en el capítulo segundo de este libro; del peso que ha tenido el desarrollo anterior (path dependency); de la existencia o no de actores sociales y políticos constituidos, como ya lo analizaba Trotsky al evaluar la revolución de 1905 (en su obra 1905: Resultados y perspectivas); de las ideologías y fortalezas de los movimientos sociales (Touraine), en fin, una multiplicidad de hechos que han analizado las ciencias sociales.

      Esta teoría tiene cierta base empírica o por lo menos así se lo ha pretendido. Hay estudios que han mostrado que los procesos revolucionarios, tanto en la historia larga de la modernidad como en América Latina, no se han producido en períodos de depresión económica, sino por el contrario en momentos de auge y crecimiento. En esos períodos se produce una mayor confianza en la acción pública. Comparaciones entre altas tasas de ocupación y acciones colectivas son reales. Los trabajadores tienen más confianza en que no perderán sus trabajos. En cambio la situación contraria es muy común: altas tasas de desocupación inhiben la acción colectiva.

      La segunda derivada, que es más compleja, señala que en muchos de estos casos las explosiones sociales comparten, por un lado, el objetivo de obtener el logro de esas expectativas insatisfechas y, por otro lado, la conciencia de que para hacerlo se debe cambiar el conjunto de la ecuación. En particular cuando se percibe que la curva del crecimiento económico nunca logrará alcanzar o a lo menos ponerse en paralelo con la de las expectativas. El gap intolerable es por lo tanto la fuente subjetiva de las propuestas radicales de cambios estructurales. Es lo que se afirma normalmente. Con este modelo económico no se llega a ninguna parte… esto es, no se pueden satisfacer las expectativas creadas por el propio crecimiento económico. En este punto no estamos diciendo nada demasiado diferente de lo que Carlos Marx avizoró para el capitalismo: la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas —el crecimiento económico— y las relaciones de producción —la situación de empobrecimiento de las clases sociales, la ausencia de participación en los beneficios de las personas y grupos en una sociedad— provocaría las condiciones revolucionarias y la caída del capitalismo.

      Y la tercera derivada, mucho más discutible, pero interesante y determinante en los estudios sobre el cambio social, desde la Revolución Francesa hasta hoy, es que este fenómeno explicaría por qué los procesos revolucionarios, al no poder satisfacer las altas expectativas, rápidamente pasan de una primavera en la que “florecen mil flores” a un período marcado por la necesidad de autoridad de modo de contener