José Bengoa

La comunidad sublevada


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las condiciones actuales, significa allí donde cabe confiar en que las Fuerzas Armadas obedezcan a las autoridades civiles. Las revoluciones no son respuestas necesarias, sino respuestas posibles a la delegación de poderes de un régimen; no la causa, sino la consecuencia del desmoronamiento de la autoridad política. En todos los lugares en los que se ha permitido que se desarrollen sin control esos procesos desintegradores, habitualmente durante un periodo prolongado de tiempo, pueden producirse revoluciones, a condición de que haya un número suficiente de gente preparada para el colapso del régimen existente y para la toma del poder.

      Hannah Arendt. “Condiciones y significado de la revolución”

      El populismo latinoamericano ha sido eficaz en servir de suavizante a la desigualdad estructural. Desde las haciendas rurales hasta los gobiernos populistas se han basado en el clientelismo, el compadrazgo, los regalos, los asados de tijerales en las construcciones, que hasta hoy son un ejemplo. Tienen todos ellos por objetivo ser una suerte de compensación de las desigualdades y construir una conciencia —por cierto falsa pero eficaz— de integración social.

      Los economistas especialmente y quienes opinan de estos asuntos (“opinólogos”) consideran que el concepto de abuso se relaciona fundamentalmente con el ingreso mínimo vital. Están, a mi modo de también opinar, totalmente equivocados. Creen además que se solucionan los problemas mediante más bonos y dineros regalados. Igualmente errados a mi modo de ver.

      El abuso es una razón entre el tener y el ser; entre el ostentar y el vivir. Cuando una sociedad se vanagloria del ostentar, por ejemplo de ser los jaguares de América Latina, no tiene alternativas, ya que se han prendido todas las luces y sobre todo las fogatas.

      La patria de los hacendados

      “La patria de los hacendados” es la que está siendo cuestionada y quizá llegando a su término, con esta rebelión sociocultural en lo fundamental, que critica las bases en que se construyó en Chile la sociedad y el Estado. Hoy por hoy, es la patria de quienes se han encerrado o atrincherado en los “faldeos cordilleranos” de la ciudad de Santiago, con sus barrios hipercuidados, con los temores a los robos y portonazos, con sus colegios, universidades, malls; es decir, un mundo que reproduce la idea hacendal de autonomía e independencia. El sueño de la hacienda fue la autosuficiencia, y en su interior tenía pulpería, iglesia, escuela básica (primaria se la denominaba), a veces incluso un lugar de esparcimiento y fiestas, y sobre todo un cepo en donde se encerraba a los ladrones y bandidos. Las rejas rodeaban las casas y los guardias protegían el sueño de los patrones y sus familias de los bandidos que pululaban en el imaginario asustado de los dueños.

      El barrio alto chileno ha ido concentrando a toda la clase alta del país. Las oligarquías propietarias de regiones, con excepciones que hay que anotar, tienen casa o departamento en el barrio alto, donde pasan parte del tiempo, vive parte de la familia y sobre todo los hijos e hijas van a los colegios y universidades de élites.

      El comportamiento político de estos barrios se ha visto con extrema y preocupante claridad en las elecciones del nuevo proceso constitucional. En el primer caso fueron las tres comunas que en Chile se pronunciaron por el Rechazo a cambiar la Constitución. Luego votaron por “su gente” y finalmente ejercieron su “derecho a veto” en una elección suplementaria (segunda vuelta), en que mostraron una gran disciplina político-electoral desconocida hasta hoy. Son los herederos de la vieja hacienda.

      La hacienda rural fue además el prototipo de esta relación edulcorada por el clientelismo y la religión de relaciones interclasistas aceptadas a la fuerza. La precarización del inquilino, su miseria material era suplantada por el favor patronal, el servilismo en las relaciones y el traspaso de responsabilidades al personal de vigilancia. La oligarquía en el Estado seguirá los mismos patrones de conducta, delegando la represión a los capataces.

      En Chile además el domino oligárquico se nutrió de la “sangre derramada de la élite criolla”, siendo los “Héroes de la Concepción” el caso simbólico central, en que murieron en ese pueblito del altiplano un grupo de jóvenes y adolescentes hijos de la clase alta santiaguina. Esa imagen que en un momento tuvo una convocatoria general al conjunto de la población, que fue un llamado a construir una patria para todos, decayó de tal suerte que en una noche de trasnoche un grupo de jóvenes fascistas subió al cerro San Cristóbal y en un acto de antorchas y banderas nazis subdesarrolladas dieron su vida por el dictador Pinochet en el lugar conocido hasta hoy como Chacarillas. Hoy día esas acciones patrioteras no tienen sentido ni significado positivo, y, por el contrario, han perdido toda fuerza y quedado solamente como un cuento kitsch.

      El Estado chileno se fundó en la estructura de la hacienda comandada por un señor/patrón y con la subordinación de las mujeres, en particular de las mujeres de los sectores campesinos y populares. Hacerse hombre, como en la película “Julio comienza en julio”, era ir a una casa de prostitución y tener relaciones sexuales con una “china”, o simplemente agarrarla por el campo. Producto de esto último prolifera la cantidad de niños “huachos” en Chile, situación que ha sido bien contada por Gabriel Salazar y otros autores, y no es siquiera necesario profundizar en ello.

      Las clases medias del siglo XX remedaron —ciertamente con excepciones— esta figura patriarcal. No hubo grandes diferencias entre la derecha, centro e izquierda que adoptaron el mismo patrón cultural.

      El señorío patriarcal llegó a su exaltación con la dictadura militar: mundo de autoridades masculinas, de hablar campechano e incluso prostibulario (la televisión estatal nunca ha mostrado más abiertamente el mundo revisteril, como parte de un mundo violento, grosero y represivo que en la década de los 80…).

      Las políticas en favor de las “jefas de hogar” no criticaron la matriz patriarcal.

      El patriarcalismo (“hacerse hombre”) repudia todas las formas de ser de la masculinidad, de la diversidad sexual, etc., muchas veces con violencia homofóbica…

      Asistimos a una despatriarcalización de la sociedad chilena (con serias consecuencias de femicidios como reacción).

      Hay una crítica, a veces iracunda, a las élites que gobiernan y han gobernado el país. Y no es menor. Esas élites en términos generales son las mismas de siempre, abuelos con los mismos nombres y apellidos, padres ocupando puestos públicos y apareciendo continuamente en los medios de comunicación, e hijos y descendientes en colocaciones privilegiadas. Se juega a las “sillas musicales” en que se cambian de la vida política a la económica con muy poco esfuerzo y en forma natural. Y ese síndrome de élites privilegiadas permeó absolutamente a buena parte de la Concertación de Partidos por la Democracia, que durante treinta años ha gobernado el país. No es demasiado difícil percibir que una persona que tenía el puesto de controlador de los sectores eléctricos por ejemplo en un gobierno, a su término, pasa a ser directivo de una empresa eléctrica. Lo mismo se da en casi todos los sectores.

      Pero quizá lo que provoca más ira es la injusticia de la justicia. En los años pasados se descubrieron numerosos casos de “colusión” entre empresas, por ejemplo farmacéuticas que acordaban precios muy subidos a los remedios o —un caso grosero por lo que significa— empresas que producen el papel confort (como se llama en Chile al papel higiénico, es decir el papel con que las gente se limpia las partes innombrables). Se coludieron de la manera más ridícula, siendo descubiertos en bar de mala muerte, con celulares antiguos para no ser detectados, etc. Uno de los “ladrones del confort” pasó luego a ser el presidente de la sociedad que es dueña del club de fútbol más popular del país, Colo-Colo. Uno de los pillados en el abuso de los remedios, la colusión de las farmacias, fue premiado como directivo de la empresa de cobre estatal, Codelco. Y así se puede ver en decenas y cientos de casos, que son ampliamente conocidos por la gente joven especialmente a través de las redes, ya que los medios masivos abiertos por lo general no hablan de estas cosas. No nos cabe mucha duda de que se trata de un abuso manifiesto.

      Esas personas por lo general poseen apellidos históricos en el país, de gran ascendencia hacendal. Son los descendientes de los “Señores y Rajadiablos”