José Bengoa

La comunidad sublevada


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complejo aún es observar que las solidaridades populares son cruzadas. Hemos seguido por las redes varios funerales de personas consideradas héroes, habiendo sido catalogadas por la policía y el Ministerio del Interior como delincuentes o directamente narcotraficantes. Lo que llama la atención es la masividad de esos funerales, los que van acompañados de disparos (incluso de ametralladoras) de fuegos artificiales, de música muchas veces. Se los entierra como héroes tanto a quienes han muerto en enfrentamientos, como aquellos que como varios casos han muerto de la peste actual. Hay sin duda categorías ético-morales y códigos de conducta muy serios y estrictos. A los que han cometido femicidios y sobre todo a los que han violado niñas o niños pequeños no se les perdona. Un caso brutal ocurrió hace poco en que un delincuente acusado de violar a varias mujeres de modo bastante brutal pasó a la cárcel. El primer día que fue sacado al patio lo mataron de una cuchillada. Nadie supo nada, al igual que el famoso Fuenteovejuna lo hizo.

      La revolución de las expectativas crecientes

      Cuánto querrá el dios del cielo

      que la tortilla se vuelva

      En los años sesenta numerosos intelectuales hablaron de la “revolución de las expectativas crecientes”. Mi profesor de antropología social, Ismael Silva Fuenzalida, había estudiado en Estados Unidos donde la denominada “Curva de Davies” era muy famosa y la aplicó para varios casos latinoamericanos. Sus trabajos son sin duda interesantes a la luz de lo que ocurre hoy día. Hemos hecho algunos estudios empíricos, no todos los que quisiéramos, en diferentes partes del país con estas ideas en los últimos años. Se trata de comprender lo que los jóvenes de diversas situaciones aspiran.

      No podemos generalizar, pero en un espectro de mucha diferencia comprobamos un cambio profundo en el horizonte de expectativas de los jóvenes. En jóvenes de poblaciones de Santiago se ha producido un cambio en la percepción puramente de “falta de oportunidades”. Las culturas juveniles suburbanas de hasta hace 10 años eran cerradas. No se vislumbraba alternativa y el horizonte era exclusivamente de “patear piedras”. En los últimos años, los estudios muestran una mayor ambigüedad. Se continúa con claves propias de un subsistema cerrado y en torno del cual hay que fortalecerse, pero al mismo tiempo se percibe con algún grado de contradicción que, con un golpe de suerte, se podría transitar a una situación educacional promisoria. En los últimos 10 años se ha perforado la sociedad de castas existente en Chile, en especial la sociedad de castas urbanas. El “Lalo” de los Panteras Negras de Huamachuco, con sus canciones duras y cerradas, no interpreta en forma completa ni compleja las situaciones contradictorias que se han abierto fruto de la “revolución de las expectativas crecientes”.

      En los pequeños pueblos, con diversas tesis62 se ha estudiado el cambio en las expectativas de los jóvenes. No son expectativas desatadas e ingenuas, pero sí contienen una alta intención de salir de la situación en que han vivido sus padres. Todas y todos los jóvenes consideran obviamente que hay que concluir la enseñanza media y que hay que pasar a la universidad. Hay un porcentaje que se autolimita a los institutos técnico-profesionales, pero la aspiración generacional es de salir del pueblo, estudiar y ser profesionales.

      El caso de la juventud mapuche es quizá el de mayor transformación en los últimos años. Colaboran a ello las becas indígenas y diversos apoyos para los estudios superiores. Hasta hace 10 o 15 años, en especial las mujeres mapuches jóvenes tenían como salida del campo el trabajo doméstico en las ciudades; parecida era también la situación campesina. Esta aspiración colectiva ha ido cambiando de un modo radical. No es que muchas jóvenes no se vean obligadas a buscar trabajo doméstico, pero la aspiración generalizada es continuar con los estudios a nivel superior incluso trabajando de empleadas domésticas para financiar esos estudios. El aumento exponencial de las matrículas de jóvenes mapuches en las universidades así lo demuestra y constituye el modelo aspiracional que posibilita la constitución de un imaginario claramente diferente. Si además se ha constituido el hecho de que no es contradictorio estudiar y ser mapuche, exponer su identidad en forma abierta, el discurso de las expectativas se multiplica.63

      En jóvenes campesinos y sobre todo en jóvenes campesinas hace años se abrió un camino de salida de la situación rural o pueblerina, vía integración a las Fuerzas Armadas. La importancia social, en cuanto prestigio, de la alternativa mujer carabinera, mujer militar, mujer incluso gendarme no ha sido bien aquilatada en los estudios sociales. Esta imagen, que para una mujer joven de clase media urbana es inocua, para una joven de un pueblo como San José de la Mariquina es de un atractivo increíble. En ese pueblo tuvimos oportunidad de realizar un estudio en que la totalidad de las niñas de cuarto medio aspiraban a presentarse a esas plazas. Todas ellas veían con terror no alcanzar la “altura”, esto es el tamaño, exigido por las instituciones militares.

      Las familias se ilusionan. Se hacen partícipes de esta “revolución de las expectativas”, muchas veces a pesar del escepticismo de los más viejos. Estos saben de sobra que muchas veces la ley de la vida es que los hijos sigan las huellas de sus padres y que la sociedad chilena se ha caracterizado siempre por la falta de expectativas, la ausencia de movilidad social, la sociedad de las “castas escondidas”. “Todos somos iguales, pero no todos somos iguales, mi Señor”, se dice en el campo.

      Quizá el cambio ocurrido en las expectativas, es una hipótesis, de los últimos 10 años, por poner un período, no solo ha comprendido a las clases medias (medias medias) y medias altas, sino que también ha abarcado a las clases medias bajas, sector altamente amplio y difuso de nuestra sociedad. Sectores calificados por los analistas de mercados como “bajos” han ingresado en estas dinámicas ascendentes de expectativas crecientes, tanto para ellos como para sus hijos especialmente.

      La educación superior ha sido una palanca tanto para provocar ese proceso, como para satisfacerlo de una manera parcial, muchas veces frustrante, la mayor parte de las veces mentirosa. Es lo que explica que en ciudades intermedias del país hayan florecido, o más bien crecido como callampas (muchas de ellas venenosas), decenas de sedes universitarias de dudosísima calidad, institutos profesionales, vendedores de ilusiones; esto es, un mercado de ofertas imaginarias que tiene en estos sectores un público adicto. Porque la mayor parte de estos sectores no tiene siquiera la alternativa de competir en “las grandes escuelas”, las “grandes ligas” de la educación chilena, y deben contentarse con esas instituciones que no exigen puntajes de ingreso, que cobran a su antojo y venden todo tipo de promesas, muchas veces no cumplidas o imposibles de cumplir.

      Es por ello que la revuelta estudiantil es lo que asoma del iceberg, por decirlo con una imagen conocida. Es la expresión de un fenómeno societal, se podría decir, mucho más extenso, más complejo, más duro también. Es la crítica a la “sociedad de castas chilena”.

      Las sociedades de castas justamente son aquellas en que las expectativas no son ni crecientes, ni insubordinadas. Gracias a la represión, a la convicción religiosa, a diversas otras formas de manipulación, cada casta considera que el destino le otorgó un lugar en la sociedad y que sus hijos seguirán, a veces honestamente y con dignidad, en el mismo lugar designado. Son sociedades conservadoras. Las élites se reproducen en sus propios espacios; construyen lazos matrimoniales y comerciales; se protegen, se apropian de los símbolos de la patria, de la religión: son los “mandarines” y “brahmanes”. Por su parte, los dalits, nombre hindú para designar a los “parias”, están fuera del sistema, marginados, se ocupan del trabajo físico, son los servidores. En todas estas sociedades conservadoras y de castas, las élites se ven en la obligación de preocuparse de los servidores, que no se lleguen a la inanición; la caridad en el mundo musulmán, la misericordia, es mucho más exigida incluso que en el mundo católico. La limosna es parte integrante de las sociedades de castas. Por ello “bajan” de sus aposentos a darles comida a los pobres, sabiendo que de esa manera los servirán mejor y ellos, misericordiosos, se irán a los cielos con mayor velocidad. Homo hierarchicus escribió el afamado antropólogo Louis Dumont. Una sociedad en que las jerarquías están claramente marcadas.

      Chile ha sido una sociedad altamente jerarquizada, una sociedad de castas ocultas. ¿A quién le puede caber duda? ¿Quién no se fija y no se ha fijado en los apellidos de los chilenos? ¿Alguien creerá que en Chile