Delia Colmenares

Confesiones de Dorish Dam


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alusión a la Primera Guerra Mundial o la mención al gobierno del presidente Augusto B. Leguía, y también la dedicatoria al historiador Jorge Guillermo Leguía (en el ejemplar que se conserva en la biblioteca de la Universidad de Wisconsin, Madison) permiten ubicar como fecha original de su publicación el año 1929, lo que la hace anterior a Duque la novela de José Diez-Canseco considerada la primera novela peruana de temática gay, publicada recientemente por la Editorial Gafas Moradas.

      La novela se presenta como un manuscrito que la bella Dorish Dam entrega a una joven escritora a la que conoció en un barco durante una travesía por el Pacífico de vuelta al Perú. En esos papeles, estructurados a manera de una confesión, la protagonista revela aspectos de la que ella llama su «vida infernal». Este proceso de contar su propia vida articula la novela como un bildungsroman.

      A contrapelo de la típica educación recibida por las jóvenes limeñas, la educación de Dorish es bastante laxa, en parte por su origen extranjero y en parte por su clase social. Sus padres, unos aristócratas ingleses fascinados con los viajes, dejan su cuidado en manos de una tía. Luego de este abandono, al alcanzar la mayoría de edad, la Baronesa de Solimán aparece en la vida de Dorish como una especie de maestra en la vida del hedonismo y el pacer erótico. La Baronesa convierte a Dorish en el centro de sus fiestas con intelectuales y artistas: «En una noche del mes de julio, la Baronesa daba en su palacio un banquete a la usanza romana, remontándose a la lejana época neroniana. En aquel banquete hubo derroche de los siete pecados capitales. Los convidados no pasaban de cien. No había uno solo que no fuera artista. Había poetas, pintores, músicos, bailarinas, dramaturgos, novelistas, etc.».

      La sexualidad ocupa un lugar primordial en estas Confesiones y su figuración recala en expresiones artísticas como la danza y la escultura. Confesiones de Dorish Dam es un hito en la representación literaria de las subjetividades lésbicas en el Perú. La representación de esta sexualidad participa de los imaginarios literarios de la época: una de las dos asume el rol pasivo y la otra el rol activo. Por otro lado, la protagonista también declara una visión fluida del deseo: «Que se amen como mejor les parezca. La forma es lo de menos»; y también siente que «todos se enamoran de mí, hasta las mujeres». Visibilizar este deseo del modo explícito en que lo hace, coloca a esta novela en una situación bastante transgresora para la época en el Perú y con muy escasos pares en América Latina.

      Dorish Dam, la protagonista, es una mujer aristocrática que transgrede diversas convenciones a las que estaban sometidas las mujeres peruanas a inicios del siglo XX: es una mujer independiente, que vive su sexualidad de la manera en que lo desea, de manera desbordada y decadente. Sin embargo, si bien el impulso del deseo parece acercar a la protagonista a una libertad irrestricta, tal posibilidad se ve constreñida en ciertos momentos por el discurso de la culpa religiosa del catolicismo. Esa constante tensión entre la libertad y el moralismo ponen en evidencia la complejidad de la situación de las mujeres y su experiencia de la sexualidad. Por otro lado, la libertad de la que disfruta depende en gran medida de su posición aristocrática. La voz narrativa es consciente tanto de aquella tensión, así como de esta posición privilegiada y presenta una serie de crónicas costumbristas de la vida limeña donde la clase alta será el objeto principal de su mirada crítica. La propia Dorish Dam declara en el epilogo de su manuscrito: «Seguramente habrá gente de la sociedad “dorada” que traten mis confesiones de perversas porque alcé el velo para mostrar la llaga y quité el guante blanco para enseñar la mano sucia. La verdad desnuda es chocante, no se soporta, pero lo perverso está en el hecho y no en lo que se dice. […] que yo anduve en el mundo de la gente “dorada” y desgraciadamente me contaminé de la podredumbre que tenía».

      Delia Colmenares era consciente de las reacciones que esta novela podía provocar. De ahí que Confesiones de Dorish Dam se inicia con una página titulada «Paréntesis» en la que figura una cita de Oscar Wilde: «No existen libros morales y libros inmorales. Hay libros bien escritos y libros mal escritos». Esta cita proviene de El retrato de Dorian Gray, texto de Wilde con el que estas Confesiones ejercerá un interesante contrapunto sobre las relaciones entre arte y moralidad. La estrategia de Colmenares al recurrir a la autoridad literaria de Oscar Wilde es explícita: intenta enfocar las lecturas de la novela en una perspectiva estética y tratar así de eximirla de cualquier juicio de valor moral. Sin embargo, la novela fue relegada al olvido de la crítica.

      En la segunda década del siglo XX, Lima apenas iniciaba su proceso de modernización, mientras que Confesiones de Dorish Dam está en sintonía con otras escrituras lésbicas de la época. Particularmente, en el año 1928 aparecen diversas novelas como El pozo de la soledad de Radcliff Hall, novela que fue considerada por muchos años como una referencia inevitable de la literatura lésbica; inicialmente fue objeto de cierta controversia por ser considerada inmoral. También destaca El almanaque de las mujeres, donde Djuna Barnes subvierte la historia patriarcal e introduce una manera distinta de pensar las relaciones entre mujeres. Ese mismo año se publica la maravillosa Orlando, novela de la gran escritora inglesa Virginia Woolf, dedicada a su amante Vita Sackville West. En esta novela, Woolf crea un personaje que cambia de sexo durante la historia y discurre sobre cuestiones como la situación de las mujeres, la sexualidad femenina y la creación literaria.

      Es poco probable que Delia Colmenares haya leído algunas de estas novelas mientras escribía las Confesiones, pero situarla en este contexto destaca su relevancia para la representación de sexualidades disidentes y pone en evidencia el olvido en que ha caído por tanto tiempo. Olvido del cual es rescatada, por fin, con esta nueva edición. Escuchemos estas Confesiones sobre la complejidad de sentir «por ella un algo raro que me atraía».

      Claudia Salazar Jiménez

      Nueva York, solsticio de verano 2021

      Paréntesis

      «No existen libros morales y libros inmorales. Hay libros bien escritos y libros mal escritos. La divergencia de opiniones que suscitan algunas obras de arte indica que estas son nuevas, complejas, vitales».

      Oscar Wilde

      «Confesiones de Dorish Dam es un libro sincero, triste, lleno de emociones y de ironías. Es un libro humano, demasiado humano, con grandes verdades y, por ello, un libro bello».

      Delia Colmenares

      Prefacio

      Vapor «Orcoma», alta mar, fecha, siglo XX.

      El capitán del barco «Orcoma», un inglés sumamente simpático y agradable, con el rostro y las manos tostadas por el sol y la brisa marina, me presentó una mañana, en alta mar, a Dorish Dam. La bella figura de esta mujer me llamó enormemente la atención. Diríase la sublime y diablesca creación de una estampa de Leonardo da Vinci. Había en sus ojos de un azul de horizonte algo extraordinario de vida y misterio.

      Elegantemente vestida con un traje de seda gris y una chalina de vivos colores en el cuello, y en su cabeza un flexible sombrero de lana blanca, Dorish Dam lucía morbosamente unos veinticinco años. Ni alta ni baja, delgada, de una palidez deliciosa y el cabello de un oro tenue. El perfil era griego y la boca vívidamente roja y diminuta. Su cuerpo fino y delicado, al caminar, lo inclinaba ligeramente hacia atrás con graciosa actitud y aristocrática elegancia. En sus manos blancas y finas ostentaba dos anillos: en el índice de la derecha tenía una grande esmeralda y en el dedo que se llama del corazón un purísimo diamante que daba multitud de tonos. Al darme la mano, más arriba de su muñeca, pude ver un finísimo brazalete de platino, un hilo de rubíes que parecía un hilo de sangre. Al darme la mano, tuvo una sonrisa de princesa y de cortesana que le dejaba lucir la admirable perlería de su dentadura.

      El capitán del barco interrumpió el miraje minucioso que yo hacía de Dorish Dam, y llamó su atención al prestarme su lente de larga vista para que viera una interesante lucha de ballenas y tiburones.

      Súbito, Dorish Dam me convida a sentarme en un sofá de mimbre. El capitán inclina la cabeza y se despide de nosotras. Le es urgente ir al puente, porque una imprevista neblina ha cubierto la clara atmósfera.

      Dorish, cruzando la pierna, me mira simpáticamente y enseguida añade con el educado timbre de una voz grata al oído: