Delia Colmenares

Confesiones de Dorish Dam


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mejor. Siento rubor, siento que las mejillas me arden y siento frío en mis manos y en mis pies por la vergüenza de que todos ustedes estén atentos a lo que hablo, a mis palabras tan simples, pero es que me han abrumado con el aplauso por mis bailes que no me queda otro remedio que dar las gracias como pueda. Que me disculpen los señores poetas y literatos, que bien quisiera, si estuviera en mí, enseñarles cómo palpita de emoción en estos momentos mi joven corazón.

      Nuevos aplausos estallaron en la sala mareante de lujo y esplendor. Una voz débil y afeminada exclamó:

      —Sea bienvenida y admirada, Dorish, la que profesa el culto a Terpsícore. Regocijémonos y bebamos que el tiempo huye y hay que vivir embriagados de algo como dijo Baudelaire.

      —Bravo, valiente, poeta, adelante, improvise unos versos a Dorish —dijo una voz ronca.

      —Maestro, me obliga a algo que yo deseo vivamente, pero que ahora no lo podría hacer como lo anhelo.

      —Anda, muchacho, es una fiesta de artistas. Aquí no hay jurado que dé premio y que por ello haya que tener miedo. Aquí no somos esos señores académicos que en su estupenda vanidad andan poniendo puntos y quitando letras al lenguaje para hacer rabiar a los otros, a los no académicos.

      —Magnífico. Maestro, me ha alentado, voy a inspirarme, pero antes que abran las bocas los sátiros y me den vino. Yo amo a Baco que da la alegría y el fuego, porque el vino da impulsos para todo.

      Las bocas de los sátiros se abrieron y parecían cintas rojas y doradas los chorros de vino que de ellas salían. El poeta niño, grácil y pálido, con los ojos negros como abismo y la mirada vaga, después de apurar varias copas de licor y de derramar una de ellas sobre su ropa, parándose de su asiento (¡Oh! Poeta memorable, pálido poeta clásico con rostro de mártir) con voz temblorosa describió hermosamente los bailes:

      A DORISH DAM

      ¡Oh! Dorish Dam, yo quiero creer que tú has vivido

      de reina de las danzas en el numen de Dante

      cuando iba dando a su comedia el colorido

      de su admirable Infierno torvo y espeluznante.

      Tú has tenido que estar en sus cerebraciones,

      en el vaivén de ideas diabólicas cuando

      pensaba a su Beatriz entre extrañas pasiones…

      Tú has tenido que estar en su Infierno, danzando,

      y, por eso, tú tienes ese algo inimitable

      de exótico y de bello de una mujer de Sueño,

      que comprende del ritmo de la línea inestable,

      del secreto de la geometría de Ensueño.

      Y si no fuese así, no serías la hermosa

      princesa enamorada de múltiples bellezas

      que nadie como tú, sultana deliciosa,

      nos las enseñas con adorables rarezas…

      Y es el milagro: Anitra, danza desconcertante,

      todo un bello poema de amor grande y fiero.

      Pero ofreciéndole oro como si fuese amante

      Y ella bailando loca con su alegre pandero.

      ¡Oh! Rubinstein. ¡La alegre bacanal tentadora!

      Qué bien que te interpreta la sabia danzarina

      embriagada en la fiesta... ¡Dorish Dam pecadora

      en la gran bacanal roja, exalta y domina!

      Y está qué misteriosa, supremamente triste

      en esa Muerte de Asa: supremamente bella…

      En esa Muerte de Asa, trágica padeciste;

      la palidez tenías de solitaria estrella.

      Místico Buccalossi. La danza del Incienso

      Dorish envuelta en humo muy triste se lamenta

      hecha sacerdotisa pide a su Dios inmenso

      aplaque su amargura que es tan honda y cruenta.

      ¿Y la linda muñeca de linda porcelana?

      La muñeca costosa, de frágil figurita;

      bailando el dulce vals, se hizo una filigrana...

      Si tú supieras cómo te pones de bonita.

      Marcha fúnebre la danza que cuenta de la muerte.

      Danzarina siniestra, desfalleces qué bien

      que causas el dolor, que causas daño al verte...

      Y para qué más. ¡Oh! Dorish divina.

      Si mis versos quisieran convertirse en diamantes,

      yo los arrojaría por tus pies bailarina

      con el fervor del más bueno de tus amantes.

      Cuando acabó de leer los versos, el poeta me entusiasmó tanto, que corrí hacia él y lo abracé por algunos momentos. Los demás convidados al vernos enlazados nos hicieron una rueda para contemplar tan bello como conmovedor cuadro. Enseguida, uno a uno, fueron a abrazarlo. Cómo quedaría el pobre muchacho de tantos fuertes estrujones. Como un gran homenaje, lo llevaron en hombros por toda la sala. Luego, todas las mujeres que había en la fiesta fuimos donde él llevándole muchas flores que deshojamos sobre su sabia testa quedando el suelo cubierto de pétalos.

      En la mesa las bandejas humeaban. De pronto, la Baronesa grita con irónica sonrisa:

      —Camaradas: de todo un poco. Un momento poesía, otro momento prosa. Así podemos continuar viviendo por los siglos de los siglos.

      Todos volvimos la mirada hacia ella para ver lo que pasaba.

      —¿No miran cómo humean las bandejas? Aquí la prosa, vengan. Se nos ha servido pichones. Esto es algo delicioso.

      —Vale un Perú esa Baronesa —dijo un viejo filósofo—. Vamos a sentarnos y apoderarnos de los pichones. Se vayan a volar para burlarse de nosotros.

      Y el viejo fue el primero que corrió a su asiento y, entusiastamente, comenzó a comer el pobre pichón. Yo lo miraba, seguía atenta sus movimientos. En su rostro, terriblemente ajado, se dibujaba una sonrisa de satisfacción. ¿Sería por el placer de encontrarse reunido únicamente con artistas o sería el placer de la deliciosa y blanda carne del fino animalito alado?

      Quién sabe. Sería como penetrar lo íntimo de las almas para convencerse de lo que adentro pasa.

      Súbito, Doretta Panini, cantante de ópera, irónicamente dijo en voz baja, cerca al oído del joven teólogo Dominico:

      —Habrá sufrido usted terriblemente de vernos comer a estos pobres animalitos. Usted que es tan piadoso. Su amargura se revela en las tristes miradas que da a los platos de los convidados. Usted opina que no se les debe de matar y mucho menos comerlos. Pregúntenle al filósofo sobre si es bueno o malo comer el ave que guste al paladar, poseer lo que a uno le place y mirar lo que a los ojos parece bello. Usted, Dominico, no puede negar que le gusta lo bello porque hace rato que mira a Dorish. El don de aquella mujer debe de atraerle, el don de la belleza y el don de ser toda alma y armonía.

      Ei joven Dominico se ruborizó; yo aún más que él. ¿Qué significaba aquella malicia de la cantante para con el teólogo? Mi cerebro trabajaba demasiado en aquella fiesta. ¿Así son las reuniones entre los artistas? Me preguntaba. Tal vez, yo no las conocía. Esta es la primera vez que asisto a una de ellas. Hay ratos en que me encuentro aturdida. Cada sorpresa es un nuevo conocimiento de la vida para mí, a pesar de que en el tiempo que conozco a la Baronesa me ha enseñado bastante del mal de ella, pero veo que hay muchas cosas que ignoro aún. Mas ¿por qué la cantante la ha tomado con el joven teólogo? ¿Tendrá celos? ¿De quién? Pero ¿por qué? ¿Acaso a Dominico le he interesado? A mí él, sí. Es tan suave y sereno… Habla poco y