Rosa Castilla Díaz-Maroto

El frágil aleteo de la inocencia


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      —Cierto. Aparte de su trabajo habitual, tenía el añadido de procurar asistirte ante cualquier necesidad. Ha hecho un gran trabajo contigo. En Washington vas a estar igual de protegida o más.

      Veo en sus ojos aparecer de nuevo la amargura, hace que el corazón se me encoja. Hay algo en él que me intriga, es como si… ocultara algo y ese algo pugnase por salir contra su voluntad.

      —Me he sentido muy cómoda realizando mi trabajo. La seguridad en uno mismo es importante, saber que te apoyan, que te ayudan… es fundamental. El enfrentarte sola a cuatro ejecutivos hambrientos por sacar el mejor beneficio para ellos, la mejor tajada… tener que lidiar con ellos sola… Recuerdo los consejos que uno mis profesores me dio cuando me licencié: “Mucha calma, no muestres tus sentimientos, tus emociones, fría y calculadora, rostro impasible, mira a los ojos directamente sin pudor, sin miedo; muéstrate segura e implacable. ¡Ya tendrás tiempo más tarde de desatar los nervios!”

      —Buenos consejos. Y efectivos, diría yo.

      —Cierto —bajo la mirada a mi regazo.

      Una azafata de la tripulación se acerca al señor Carson y le comenta algo al oído. Este sonríe.

      —Bien, Marian. Queda algo más de una hora para aterrizar. Me encantaría seguir hablando, pero tengo que hacer algunas llamadas para cerciorarme de que está todo a punto para nuestra llegada, así que si me disculpas… voy al despacho.

      —Señor. ¿Necesita que le ayude? —le pregunto muy dispuesta.

      —No jovencita, no es necesario. Disfruta ahora de las vistas desde las alturas, lo tengo todo controlado.

      —Como quiera, señor.

       CAPÍTULO 2

      El señor Carson se encierra en el despacho que se encuentra en la cola del jet. Mientras, decido coger una revista de viajes que hay en una especie de expositor colocado debajo de una de las ventanillas que tengo delante. Me ayudará a pasar un buen rato. Hojeo un poco por encima una publicación, observo que son lugares privilegiados del norte de América donde solo unos pocos tienen acceso.

      Cuando termino de ver esos lugares magníficos, observo cómo el personal de la tripulación se afana por dejar todo a punto para el aterrizaje. Una de las azafatas, Claudia, me ofrece algo de beber antes de que aterricemos.

      —No gracias, Claudia. No te molestes.

      —No es ninguna molestia —me dedica una imponente sonrisa—, aún hay tiempo si desea tomar algo.

      —No es necesario.

      —Como quiera.

      Se retira.

      La verdad es que no se me está haciendo largo el viaje. Todavía queda más de media hora para llegar a mi destino. Dejo la revista de viajes y la cambio por otra de sociedad, la hojeo sin ganas dejándola de nuevo en su sitio. Me acomodo en el asiento y me limito a disfrutar de las vistas como me ha recomendado el señor Carson. No me da miedo volar, me resulta una experiencia interesante. El cielo está totalmente despejado, sobrevolamos tierra, sobrevolamos el estado de Virginia. Su paisaje es extenso y verde. El aeropuerto Washington-Dulles se encuentra en ese estado y es nuestro destino.

      La verdad es que estoy emocionada. Cierto ronroneo recorre mi estómago haciéndome presa de los nervios y de la intriga más arrolladora. Me queda muy poco para pisar “el nuevo mundo“. Me dan ganas de patalear de exaltación por mi eminente aventura, pero debo tranquilizarme y respirar hondo.

      —Marian —oigo la voz del señor Carson tras de mí—. ¿Preparada?

      —Creo que sí, señor —giro la cabeza hacia él, le recibo con una sonrisa al llegar a mi lado.

      —¿Alguna pregunta o duda?

      —De momento no, señor.

      Me guiña un ojo mientras toma asiento.

      —Ya está todo dispuesto para tu aventura americana.

      No puedo reprimir una ahogada carcajada.

      —¿Aventura americana?

      —¡No me digas, Marian que no es toda una aventura la que vas a vivir!

      —Desde luego, señor —no puedo detener una ilusionada risa—. Va a ser toda una aventura.

      —¿Lista? —me insiste con su mirada divertida.

      —Lista —digo segura de mí misma con una sonrisa.

      —Será cuestión de pocos minutos que tomemos tierra.

      Me doy cuenta de que la tripulación se prepara para el aterrizaje. Claudia se acerca a nosotros y se asegura de que estemos bien abrochados a nuestros asientos y de que todo esté donde debe de estar. Seguidamente ella toma asiento en su puesto y nos sonríe mientras lo hace.

      El aterrizaje ha sido perfecto. Al acercarme a la puerta de desembarque diviso tres todoterreno negros alineados en la pista con los cristales tintados. Tres chóferes se encuentran junto a ellos a la espera. Al pisar el suelo del “nuevo mundo” una chispeante y ligera euforia empieza a recorrerme el cuerpo.

      —Señorita. Aquí comienza su aventura americana. —me dice el señor Carson que se encuentra ya a los pies de la escalerilla del jet.

      Piso con mis dos pies suelo americano.

      —Ya lo creo —respiro profundamente. Huele diferente, el aire es ligeramente cálido y hace una temperatura muy agradable. Es primavera, la mejor época del año.

      —Irás en el tercer coche. Bryan te conducirá al hotel. Quiero que descanses. Estaré en contacto permanente contigo —se acerca a nosotros el chófer del todoterreno que está situado entre los otros dos. Me entrega un móvil y un portafolio—. Este será el teléfono con el que estaremos en contacto —me lo ofrece.

      Me doy cuenta que es ultra moderno, de color negro, muy fino, extraplano. Tiene un tamaño aproximado al Samsung Galaxy S4. Solo dispone de un botón lateral. El señor Carson se da cuenta de que me he quedado pasmada al verlo.

      —Alan diseña móviles. Es un muchacho inquieto. Le atraen las nuevas tecnologías, de hecho hacemos cuantiosas inversiones en ese sector.

      —¿Es un diseño suyo?

      —Un prototipo —dice orgulloso—. Ya te contaré, nos tiene a todos surtidos de sus grandes genialidades. Tienes que apretar el botón lateral.

      Lo aprieto.

      Se ilumina rápidamente la pantalla y aparece la imagen del edificio Carson & Carson en Washington.

      —Es táctil, funciona por reconocimiento de voz o de huella dactilar. Puede medir tu temperatura corporal e incluso el ritmo cardíaco entre otras de sus muchas prestaciones.

      —Vaya... Interesante —me sorprendo.

      —Ya te irás familiarizando con él. Alan te puede poner al tanto de todas sus posibilidades. Tienes grabados los teléfonos de la policía, urgencias y demás. También los de nuestros chóferes, el de mi hija Rachel, el de Alan y el mío. El de nuestras residencias también. Bueno Marian, mañana nos veremos. Te esperaré a las nueve de la mañana para desayunar en tu hotel. Tengo que presentarte a alguien. Sobre todo descansa. Esta tarjeta American Express sustituye a la que tenías en España para los gastos extras de empresa y no se te olvide, que si necesitas cualquier cosa o tienes alguna duda, no dudes en llamarme.

      —Muy bien, señor —cojo de entre sus dedos la tarjeta—. Entonces hasta mañana a las nueve en punto que estaré con usted —le sonrío.

      Me dirijo al tercer coche.

       CAPÍTULO 3