Rosa Castilla Díaz-Maroto

El frágil aleteo de la inocencia


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agotada. Les mandaré un mensaje a todos y más tarde hablaré con ellos; cuando haya descansado. Carlos asalta mi mente apoderándose de todo pensamiento e intención de desconectar de él. Poderoso hombre que me tiene sumida en la más profunda inquietud.

      Suspiro pensando en qué hacer con Carlos. Si llamarle o dejar que sea él el que dé el paso… Lo cortés no quita lo valiente, le llamaré pese a todo. No puedo aguantar tanta incertidumbre… Necesito solucionar lo nuestro como sea. O estamos juntos… o queda zanjado donde él lo dejó. Sea lo que sea… dudo en quedar conforme con facilidad.

      Al entrar en la habitación observo que las maletas están colocadas en el sitio destinado para ellas. Toda mi ropa colocada y ordenada en el armario y cajones. ¡Qué placer no tener que preocuparme de deshacer y hacer el equipaje! Me quito los zapatos y el vestido. La cama la han abierto pensando seguramente que necesitaría descansar. Perfecto. Mando los mensajes, incluso a Carlos y me acurruco en la cómoda cama con la esperanza de recibir alguna respuesta suya.

      No entra luz por las ventanas, es de noche. Miro la hora en el reloj digital que hay sobre la mesilla, son las diez de la noche. ¡Uff, he dormido como una manta! Tengo ganas de bajar a cenar pero tal vez ya es tarde y han cerrado el restaurante… como tienen un horario tan distinto al nuestro…

      Llamo a recepción:

      —Hola soy la señorita Álvarez.

      —Dígame —una voz femenina resuena en el auricular— ¿Qué desea?

      —Me he quedado dormida y es muy tarde ¿Hay posibilidad de poder cenar algo? —mi voz suena soñolienta.

      —No se preocupe. Nuestro chef ha dejado orden de que le suban la cena en cuanto usted lo desee.

      —Gracias. Pero que sea dentro de media hora, por favor.

      —No se preocupe. Dentro de media hora la cena estará en su habitación.

      —Gracias.

      Me encuentro aturdida. Cuelgo el auricular con torpeza. Me froto la cara y los ojos.

      Me dirijo al baño tambaleándome. Me miro al espejo. Tengo ojeras… mi aspecto es un poco desastroso. Me sentará bien una ducha. Su cabina es circular con dos albornoces blancos colgados a su entrada. Me quito la ropa y me introduzco en la ducha. Pienso que me hace falta más un buen baño que una ducha pero… es lo que hay.

      Me envuelvo en el albornoz para secarme, cojo una toalla para que absorba exceso de agua de mi cabello mientras lo froto con la toalla. Veo en una estantería las zapatillas a juego con el albornoz, me las coloco en los pies mientras me ciño el cinturón de este a la cintura. Busco en los cajones del armario algo de ropa interior.

      Me aproximo al escritorio y veo la clave para conectarme a Internet. Es tarde, así que mañana calcularé bien las horas en las que puedo llamar a España ya que ahora estarán todos durmiendo. Cojo el móvil personal de mi bolso. Veo que tengo varios mensajes: mamá, Andrea… ninguno de Carlos. Los leo y les contesto. No puedo creer que… no sea capaz de…

      Suena en el móvil una nueva entrada de mensaje.

      Respiro hondo.

      Me duele pensar… ¡Es él!

      Con la mano izquierda cojo mi medio mundo y lo aprieto con fuerza entre mis dedos. Me da miedo leer su mensaje, me produce dolor saber que no le voy a ver en mucho tiempo. Me saltan las lágrimas, trato de detenerlas pero se apresuran a recorrer mi cara. El corazón me late a cien por hora.

      Llaman a la puerta.

      ¡Vaya casualidad, qué inoportuno! ¡No podían esperar unos minutos más!

      Es la cena.

      —Gracias. —Trato de disimular mi llanto.

      Un jovencísimo camarero con un carrito de comida espera que le deje pasar.

      —¿Dónde lo quiere?

      —En la zona de estar —le indico impaciente mientras busco un pañuelo de papel en mi bolso.

      Rápidamente sale de la habitación tras dejar la cena donde le he indicado.

      —Que le aproveche. Si lo desea puede llamar para que se lo retiremos.

      —Gracias.

      Cierro la puerta tras él y mientras pienso que será mejor dejar el mensaje de Carlos para después de la cena. Me quema la curiosidad… No quiero que después de las molestias que se ha tomado Gaizka preparando mi cena la deje sin tocar. Estoy segura de que si leo el mensaje… no quiero ni pensar que su mensaje no sea lo que espero… ¡Mi cabeza no deja de atormentarme!

      Gaizka me ha sorprendido con unas excelentes verduras al vapor de primero y de segundo unos finos escalopes de ternera con una salsa ligera y unas pequeñas patatas hervidas. De postre arroz con leche. Todo delicioso ¡cómo no! Picoteo un poco la comida sin tan siquiera tomar asiento. La sensación de hambre desaparece en cuanto pruebo algo. Miro el móvil una y otra vez tentada por la necesidad de saber que contiene el mensaje. No puedo con la incertidumbre, no puedo esperar más. Sea lo que sea necesito saber de él.

      Desisto en seguir comiendo. Totalmente decidida me siento en el sillón de lectura. No pierdo ni un segundo más y abro el mensaje:

      “Me alegro de que el viaje se haya dado bien, Volvoreta. Espero verte pronto a través de Skype o por lo menos escuchar tu voz”

      La emoción y saber de él conquista fugazmente mi triste corazón y reconforta livianamente mis inquietudes. Su hiriente lejanía es despiadada con mis sentimientos; ahora noto en mi interior cierta paz. Al menos… ya tengo una respuesta suya. Unas sencillas palabras tras ignorar cualquier intento por mi parte de llegar hasta él. De tratar de limar emocionalmente nuestras posturas. Como si se lo hubiese tragado la tierra, igual. Ninguna noticia suya, ningún intento por apaciguar la incertidumbre en la que estábamos sumidos los dos… —suspiro.

      Llamo a recepción para que recojan el carro de comida casi sin tocar. En cuanto se lo llevan me dirijo al baño. Cojo un cepillo de dientes de la bandeja que se encuentra sobre la encimera del lavabo con Bath amenities y me cepillo los dientes.

      Sumida en un mar de pensamientos camino hacia el sillón de lectura donde me siento de nuevo con aire cansino. Miro a través de la ventana el ir y venir de los coches sin mucho interés, no hay mucho tráfico. Cojo de nuevo el móvil y abro por segunda vez el mensaje de Carlos; como si tratara de hallar entre sus líneas algo más

      Tendido el puente entre los dos, solo queda dar los pasos correspondientes para unir de nuevo nuestros corazones. ¡Al menos eso espero!

      Enciendo el televisor para distraerme un poco. Es pronto para dormir. A los pocos minutos noto como se cierran mis ojos ganándome el sueño y el cansancio…

       CAPÍTULO 6

      Me he quedado dormida en el sofá entre pensamientos y sentimientos hacia Carlos. La televisión está encendida con el volumen muy bajito. Cojo el mando y la apago. Perezosa… introduzco los dedos entre mi pelo. Lo tengo aún un poco húmedo. Miro el reloj de mi muñeca: son las siete de la mañana, tengo tiempo suficiente para hablar con mi gente y arreglarme para desayunar con el señor Carson.

      Es toda una inyección de energía la que he sentido al hablar con mi madre y con Andrea. Necesito hablar con Carlos, me late fuerte el corazón en el pecho solo de pensar que voy a escuchar su voz. Tan solo deseo que esté receptivo y no me bombardee con su más que lacerante frialdad.

      Me tiemblan las manos al pensar que voy a hablar por fin con él. Me da miedo pensar… No sé cómo va a reaccionar o cómo voy a reaccionar yo en cuanto crucemos las primeras palabras.

      ¿Serán de reproche esas palabras?...

      Estamos tan dolidos los dos…

      Claro que sí.