Rosa Castilla Díaz-Maroto

El frágil aleteo de la inocencia


Скачать книгу

mucho tiempo libre para desarrollar el proyecto —dice con tristeza.

      Observo sus facciones, sus gestos… ¡Dios! No se puede ser más atractivo. Me lo comería; pero me parece que eso no va a poder ser más que en mi imaginación. No hay nada peor que quedarse con las ganas…

      —Me cuesta decir adiós —le digo nostálgica—tengo que hablar con la loca de Andrea.

      —A mí también me cuesta —dice torciendo el gesto.

      —Cuídate Carlos. —Le mando un beso que deposito en la palma de la mano y lo soplo para hacérselo llegar a mi chico— ¡Espero que te llegue!

      Cierra los ojos y entreabre los labios. ¡Qué mono!

      —Recibido —susurra.

      —Parecemos dos críos —río con ganas.

      —Desde luego. Dos críos ñoños.

      —Te veo mañana.

      —Hasta maña.

      ¡Uuuf!

      Trato de no pensar en Carlos, no ha sido lo que esperaba pero el verle me ha recargado las pilas y a la vez me ha dejado triste y lánguida. Voy a ver si mi querida amiga Andrea me levanta mi malparado ánimo.

      Ahí está Andrea, mi querida pelirroja y peligrosa amiga, su enorme sonrisa me levanta el ánimo.

      —¡Loca!

      —¡Marian! ¡Hola aventurera!

      Veo como hace pucheros.

      —Andrea, no hagas pucheros, por favor… ¡Qué cansina eres!

      —Solo quería saber si te conmuevo, ¿no te da pena dejar a tu amiga sola? —abanica las pestañas rápidamente mientras pone cara de niña buena.

      Me exaspero. Están todos empeñados en que lo pase mal.

      —¡Síííí… me conmueves! Sabes que me gustaría muchísimo que estuvieras aquí.

      —¿Has hablado con Carlos?

      —Sí y… ¡uff!… Me duele estar lejos de él —recuerdo su mirada mientras cierro unos instantes los ojos—, esto va a ser duro Andrea. Nuestra despedida… no fue una despedida normal, no esperaba esa ausencia suya. Se negó totalmente a responder a mis mensajes, ni siquiera fue a despedirse de mí al aeropuerto. Me lo prometió. Dijo que nos veríamos antes de mi marcha. ¿Sabes lo que eso ha supuesto para mí?

      —Vamos amiga, Carlos… bueno ya sabes… no se lo tomó muy bien pese a todos tus esfuerzos por amortiguar el duro golpe que iba a recibir. No puedes culparle. Entiendo que debió hablar contigo antes de tu marcha. Poner… simplemente las cosas claras entre los dos y no dejar en el aire vuestra relación. De todos modos… tú sabes tan bien como yo que no va a renunciar a ti. No. Él te adora, debes darle una oportunidad.

      —Sabes que soy sensata. Por supuesto que le comprendo. Comprendo su rabia y su dolor. No puedo olvidarme de él, no puedo dar carpetazo a lo nuestro.

      —Me alegro por los dos, me tranquiliza oír tus palabras. Me reconforta saber que su reacción no ha despertado en ti ningún tipo de rencor.

      —No puedo ser rencorosa con él.

      —Pero bueno chica, anímate. Con todas las cosas que te esperan… ¡Si fuera yo… estaría encantada de la vida! Claro que yo… no cerraría ninguna puerta a nada, ya me entiendes… sin ataduras, libre y dispuesta a todo lo que se me ponga por delante. Sobre todo a los retos… tu jefe… Alan.

      —Andrea… ya sé que tú no cierras las puertas a nada, hace falta que te recuerde a Luis…

      Infla los mofletes de aire y lo suelta de golpe.

      —Vale. Tocada y hundida.

      No deja de hacer gestos raros con la cara, está pensando cómo justificarse; seguro.

      —No me voy a justificar por lo de Luis… no tengo manera alguna de hacerlo. ¡Está bien! Cometí un nefasto error, lo reconozco. Después de hablar contigo sobre lo que pasó entre vosotros… fui poco sensible respecto a ti y me equivoqué.

      —Menudo error amiga.

      —Desde que estuvo en casa… no he querido hablar contigo del tema.

      —Soy consciente de ello, Andrea. Lo dejé a tu criterio. Ya sabes lo que Carlos y yo opinamos de ese tipo. Bien es cierto que llevaba mucho tiempo sin molestarme directamente. Siempre llegaba a mis oídos algún que otro comentario que hacia él a gente de mi entorno, ya sabes, gente conocida de la universidad.

      —A mí también me han llegado rumores, pensaba que solo eran eso, rumores.

      —Los rumores crecieron cuando Carlos y yo comenzamos a salir por primera vez. En ocasiones, compañeros de la facultad le advirtieron de que no se le ocurriese hacerme nada malo y, sobre todo, que no se entrometiera en la relación.

      —Menos mal que hizo caso ¿no?, porque Carlos no le iba a dejar pasar ni una.

      —Carlos sabía de sus tonterías y como no se atrevía a acercarse a mí, estaba tranquilo. En cuanto lo dejamos, dejó de soltar tonterías y pareció pasar de los dos.

      —Hasta que volvisteis… y para colmo aparezco con él.

      —Andrea, eres mayorcita para saber con quién estás o con quién debes estar. Siempre te digo abiertamente que eres un tanto ligera. Luis fue un fallo garrafal. ¿Qué viste en él?

      —Sigo sin entender que se me pudo pasar por la cabeza. Sí te puedo decir que me pareció cambiado, su físico por ejemplo: su aspecto parece más cuidado, ha mejorado en ese sentido. Me resultó diferente a lo que pensaba cuando, tomando un café, se sentó delante de mí y me invitó a un segundo café. Su trato fue exquisito, pese a mi reticencia a querer mantener una conversación con él. No entiendo cómo me supo convencer y llevarme a su terreno, porque mira que tengo tablas, aunque de nada me sirvieron… Me dejé engañar por su aparente amabilidad y sensatez.

      —Tiene muchas tablas, más que tú.

      —Ya, ya… no me recuerdes que soy una ingenua.

      —¿Sigues viéndole?

      —Para nada. Dos largos meses comiéndome la oreja ese granuja, creyendo que el muchacho había cambiado. ¡Estúpida! Él sabía que habíais vuelto, seguro y quería bombardear vuestra relación.

      —No puede hacerlo. Ya no.

      —Ignoré tus sentimientos, Marian.

      —Déjalo estar. Olvídalo.

      —No lo puedo olvidar.

      —Hazlo entonces por mí.

      —Ok. Y… cambiando de tema… —dice con voz sugerente y a la vez cargada de notable curiosidad— Alan Carson. No has contestado.

      —No puedo contigo —río sin poder escapar de su perseverante curiosidad— ¿Qué pasa con él? ¿Qué pasa con mi jefe? —frunzo el entrecejo. ¡Siempre está pensando en lo mismo! Se alegra que Carlos y yo nos hayamos reconciliado por decirlo de alguna manera y ahora lo de mi jefe…

      Su mirada es perversa y pícara a la vez y espera una contestación por mi parte.

      —¿Ya le conoces en persona? —su voz se tiñe de sinuosa y explícita curiosidad.

      —No —digo con rotundidad—. Aún no le conozco. Supuestamente querida amiga… quiero informarte de que no le veré hasta el próximo miércoles —le contesto con áspera ironía.

      —Vaya. Quería que me pusieras al día sobre él. Tiene que ser un tipo muy interesante.

      —Puede —contesto sin darle importancia.

      —¿Cómo es aquello?