Rosa Castilla Díaz-Maroto

El frágil aleteo de la inocencia


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me estoy fabricando yo sola en la cabeza! Rechazo mis locos pensamientos y me pongo en busca de las publicaciones donde aparezca moda para ejecutivas e incluso perfiles más demandados de estas. Así paso toda la tarde y parte de la mañana del martes, leyendo artículos y buscando en las revistas de moda.

      ¡Dios que fatalidad!

      No me puedo creer la comedura de tarro que tengo con la dichosa presentación. No he podido pegar ojo en toda la noche y me siento agotada. Sigo sin tener claro qué es lo que me voy a poner ni cómo me voy a peinar. Siempre se ha dicho que una imagen vale más que mil palabras y ese efecto es el que quiero conseguir y no tengo ni idea de cómo voy a conseguirlo…

      ¡Ya lo tengo! Andrea, mi infalible amiga seguro que está dispuesta a ayudarme.

      —No tengo ni idea de lo que me voy a poner.

      —Vale, relájate un poco, Marian. Todo va a salir bien ¿de acuerdo?

      Suspiro.

      —Eso espero.

      —Ante todo, debes ser tú misma, eso es primordial y no te debe dar miedo.

      —Pero me da miedo.

      —Si has conquistado al señor Carson puedes estar segura que vas a conquistar a Alan.

      —Quizá sea muy diferente a su padre.

      —Si ese hombre se siente tan orgulloso de su hijo como me cuentas… no puede ser tan diferente a él.

      —Eso es lo que pienso… pero…

      —No hay peros, Marian. Eres una profesional como la copa de un pino y así es como debes comportarte.

      —Tienes razón pero los nervios me carcomen, es importante para mí dar buena impresión.

      —Y lo conseguirás.

      Respiro profundamente varias veces antes de proseguir con la conversación.

      —Sí, respira, respira, es la mejor manera de calmar los nervios —ríe al observar como tomo aire.

      —¿Te ríes de mí, mala amiga?

      —No mujer… pero si me viera en tu misma situación… —se mofa.

      —Tú mófate.

      —Anda tonta… ¿Qué tienes pensado ponerte para la presentación?

      —He pensado en un vestido con levita, ese que tengo en color café con leche.

      —No, te veo mejor con dos piezas. Ese vestido realza demasiado tu figura y no debes centrar la atención en tu cuerpo, la atención debe de estar centrada en tu personalidad. ¿Qué trajes te has llevado?

      —Tengo dos trajes con pantalón, tres con falda y cinco vestidos.

      —Debes mostrar que eres una mujer de verdad. Un traje pantalón… —pone cara de estar buscando las palabras adecuadas en su mente—, es demasiado informal, es mejor falda, pero una falda discreta justo por debajo de las rodillas y no muy ajustada; tampoco debe ser un traje de color oscuro y tampoco de color vivo.

      —Me lo pones difícil. He traído el traje en color crudo que me regalaste, ese que tiene el tejido tan suave y que lleva algo de Lycra.

      —Ok, genial. Se adapta a la perfección a tu cuerpo sin marcar demasiado tus formas. La chaqueta es lo suficientemente larga para que tape tu bonito trasero… puedes estar segura de que te echarán más de un vistazo.

      —Tú siempre tan perspicaz.

      —Sabes que estoy en todo —presume.

      —Ya.

      —¿Te llevaste la camiseta de punto de seda de color marrón? Esa que es de tirantes anchos.

      —Sí.

      —Es perfecta. Te pondrás tan nerviosa que pasarás calor en algunos momentos… Ya sabes que no debes quitarte la chaqueta bajo ninguna circunstancia, solo debes permitirte desabrochar los botones cuando el momento lo requiera. No muestres tus brazos ni tus maravillosas protuberancias.

      —¡Qué graciosa!

      —Tía, tienes un señor cuerpazo, pero es algo que a él no le tiene que llamar la atención; le tiene que interesar tu sencillez y tu saber estar.

      Resoplo agotada de escuchar tanta exigencia.

      —No te pongas zapatos con tacón muy alto, ponte unos que sean cómodos. Te vas a poner nerviosa, ¡madre mía!, parece que te estoy viendo y no me gustaría que te tambalearas sobre ellos al andar.

      —¡Graciosilla, eso ya lo había pensado! —asiento con la cabeza.

      —Perfecto. Y ahora tu peinado, un sencillo recogido con algunas puntas sueltas dándole un aire relajado a tu rostro ya que bastante tensa vas a estar.

      —Desde luego voy a estar tensa, más que los cables de acero de un puente.

      —Y como siempre… maquíllate como sueles hacerlo, natural.

      —Gracias, Andrea. ¡No sabes cuánto me estás ayudando!

      —Solo tienes que ser tú misma, es la mejor tarjeta de presentación que puedes tener. Todo lo demás… sobra.

      Después de los sabios consejos de Andrea hablo con Carlos y por último con mi madre. Todos me desean lo mejor en mi presentación en Carson & Carson.

       CAPÍTULO 10

      El señor Carson y Bryan acuden puntuales a recogerme en el hotel.

      Bendito miércoles, espero caer bien a todos y en especial al jefazo.

      El señor Carson pone cara de satisfacción al verme montar en el todoterreno. Bryan me guiña disimuladamente un ojo a través del retrovisor interior. Sé positivamente que me desea lo mejor.

      —Buenos días, señorita Álvarez. Está usted encantadora esta mañana —me muestra una de sus mejores sonrisas.

      Yo no puedo evitar sonrosarme ante su comentario. Sé que no espera menos de mí. Tengo la impresión de que los acertados consejos de Andrea van a causar el efecto deseado.

      —Buenos días, señor Carson. Bryan.

      —Buenos días, señorita —rápidamente le lanzo a través del retrovisor una mirada inquisitiva. Bryan ha captado al vuelo su significado.

      —Marian. Ha llegado tu momento.

      Bryan pone en marcha el vehículo hacia la oficina.

      —Sí, señor.

      —¿Nerviosa?

      —Confieso que un poco.

      —Caerás bien, puedes estar tranquila. Tienes aptitudes para seducir en poco tiempo a toda la compañía. No te subestimes, hazme ese favor. Estás a la altura para continuar aquí tu labor de asistente y quien sabe… si se abre a tus pies un gran futuro.

      —Lo estoy deseando —contesto con timidez.

      El trayecto hasta la empresa se me hace eterno y los nervios me tienen atenazada, me cuesta respirar. Todo mi cuerpo se tensa y mi cabeza no para de darle vueltas a mi ineludible presentación. El señor Carson no es tonto, percibe mi estado de nervios y no para de animarme durante el camino.

      En escasos minutos nos encontramos en el 1004 de 14th Street North West. Observo resignada mi destino. El edificio de cristal se alza imponente a mi derecha. Esta vez no lo voy a ver por fuera como hice con Anne hace dos días. Esta vez voy a estar dentro de sus entrañas.

      Bryan entra en el garaje del edificio y aparca en una de las ocho plazas donde pone “reservado“. No hay ningún vehículo aparcado en las restantes plazas reservadas y si en el resto de plazas del