Rosa Castilla Díaz-Maroto

El frágil aleteo de la inocencia


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corta trayectoria en la filial… vaya, entiendo que le ha tenido que poner al corriente sobre mí; es normal.

      No me salen las palabras del cuerpo así que solo soy capaz decir un simple “gracias”. Acojonada, es la palabra exacta que diría mi amiga Andrea. Estoy acojonada.

      —Marcia es la secretaria de Alan, es la persona en la que más confía y en la que tú debes también confiar. Cuenta con ella, te ayudará en todo lo que sea necesario —dice satisfecho.

      He de confesar que la arrolladora personalidad de Marcia me supera, me siento inferior ante ella y eso me molesta. No me siento tan especial como en algunos momentos me he querido creer o el señor Carson me ha querido hacer ver, me siento desilusionada, sufro repentinamente un bajón. Esa mujer irradia seguridad, profesionalidad, aptitud y madurez.

      Creo que cuento con esas cualidades, pero no irradio su seguridad… y de la madurez… es algo que me sigo cuestionando.

      —¿Ya conoces a Allison? —me pregunta Marcia sin soltar mis antebrazos—. ¡Vamos que me vas a coger cariño!

      —Sí, he tenido el gusto de conocerla.

      —Estupendo, ya sabes que cualquiera de las dos te podemos ayudar en lo que necesites.

      —Es gratificante y de gran ayuda saber que voy a tener tantas facilidades para trabajar. Es algo que les tengo que agradecer a todos.

      —Pequeña… tendrás ocasión de demostrar tu valía, vas a aportar mucho a esta empresa. Eres…—el señor Carson rebusca en su mente—valga la redundancia: un diamante en bruto.

      Su comentario me parece exagerado y me hace reír.

      Marcia me observa. Ella ronda los treinta y ocho años. Me mira como he visto mirar a las hermanas mayores de mis amigas a mis amigas; esa mirada de complicidad y de cariño que se le tiene a la hermana pequeña.

      Por fin me suelta y se aparta unos pasos de mí.

      ¡Uff! ¡Por favor, acabemos con esto de una vez, quiero morirme!

      —¿Alan está en su despacho? —pregunta finalmente el señor Carson.

      —Claro, por eso avisé a Allison.

      —Estupendo. Ya tendremos tiempo de charlar y de ponernos al día. Después de tanto tiempo tenemos muchas cosas que contarnos.

      —Claro que sí y eso que hemos hablado a menudo por teléfono y por Skype —sonríe ella.

      —Sabes que no podía dejar de estar al tanto de la recuperación de Tom y de Amy.

      —Lo sé y se lo agradezco infinitamente.

      ¡¡Vale ya!! ¡Vamos al grano que me va a dar algo!

      Tanto preliminar me está mermando la paciencia y la capacidad de contención nerviosa.

      El señor Carson se dirige a la puerta que se encuentra tras él. Ni siquiera me he fijado en la decoración de la oficina ni en el más mínimo de los detalles. Estoy tan nerviosa y bloqueada que solo he tenido los sentidos concentrados en Marcia y en el señor Carson.

      ¡Quiero morir!

      Lentamente y con el paso más firme posible que soy capaz de dar, me coloco tras el señor Carson. Él llama a la puerta con los nudillos, la abre y cruza su umbral. No se escucha nada, ni una palabra, el señor Carson me hace un ademán para que le siga. El corazón me late a mil por hora. Sigo sin escuchar ni una palabra, no oigo que Alan se dirija a su padre ni viceversa. Sigo caminando con notoria inquietud. Cruzo el umbral a la vez que veo a un hombre de pie al fondo del despacho, mirando a través de la enorme cristalera que ilumina toda la estancia. Es Alan Carson. En ese mismo instante se gira mientras habla por el móvil. Su mirada se dirige a su padre y rápidamente la traslada a mis ojos, deteniéndose en ellos un instante. El instante más largo e inquietante de mi vida.

      Serio, muy serio.

      Sus grandes ojos verdes me atrapan al instante, me retienen, me apresan, me bloquean, se apoderan de mi voluntad. No soy capaz de parpadear. Controla mi respiración. Sí… es un controlador nato, es como si me quitara el oxígeno y me dejara los pulmones secos, me deja tan solo el aire justo para no desvanecer. En una palabra: ¡increíble!

      ¡Qué manera de dominar! ¡Ja! ¡Qué esto me esté pasando es surrealista! ¿Cómo puede bloquearme de esta manera? Quizá es lo que creo que me está sucediendo y en realidad no es así, es tan solo… sugestión.

      Bello.

      Hermoso.

      Seductor.

      Atractivo.

      Cautivador.

      Viril.

      Dominante.

      Consigo parpadear a la vez que corto de raíz ese torrente de sinónimos que brotan en mi cerebro. Alan a su vez parece volver en sí y finaliza la llamada con…

      —Tengo que dejarte, ya te llamaré.

      Pero no deja de mirarme. Me cohibe.

      Su rostro serio, su mirada penetrante, su cuerpo erguido y la firmeza de sus lentos movimientos me están volviendo loca.

      ¡Menudo hombre!

      Sugestión, seguro que lo mío es pura sugestión y nada más.

      Veo asomar una leve sonrisa en sus labios cuando dirige de nuevo la mirada a su padre. Este sigue parado a mi lado y veo como le sonríe a la vez que se encamina hacia su hijo, abriendo los brazos de par en par para abrazarle. Alan hace lo mismo. Al caminar hacia su padre es como si me liberara, como si me diera permiso para seguir respirando sin su control. Mi cuerpo se relaja tras tanta tensión mientras mis pulmones parecen volver a la normalidad. Observo su cara mientras se encamina a los brazos de su padre. Su sonrisa es generosa y sus dientes blancos como el nácar. Me paro a recordar el instante en que nuestras miradas se encuentran. Me ha parecido algo más mayor de los treinta y dos años que tiene, pero al ver como su rostro cambia a cada instante mientras avanza hacia su padre, me hace ver todo lo contrario, me hace ver a un niño desvalido que necesita de su padre y cuando se fusionan en tan deseado y esperado abrazo, el corazón me da un vuelco. El abrazo es tan efusivo y tan íntimo que me veo obligada a desviar la mirada. Es un momento entrañable. Bajo la cabeza mientras mis nerviosas manos se juntan, miro la punta de mis pies, recuerdo el buen consejo de Andrea:

      “No te pongas zapatos con tacón muy alto, ponte unos cómodos“.

      Menos mal que le he hecho caso; me está pasando factura tanta tensión.

      Me siento incomoda. Trato de no escuchar las palabras de cariño que se dedican padre e hijo.

      ¡Qué momento señor y yo aquí en medio!

      —Marian.

      Me sobresalto.

      —Señor.

      Levanto la cabeza lentamente. Les miro. Mi cuerpo parece ralentizarse, que traicionero… y vuelta a empezar… no entiendo que me sucede pero se me corta la respiración cuando miro a Alan. Los dos se vuelven hacia mí mientras uno de sus brazos pasa por detrás de la espalda del otro para no separarse. Alan parece otro. Su rostro parece más relajado y la sonrisa no ha desaparecido de sus labios, sus ojos se muestran alegres… ese rostro serio de hace unos instantes ha desaparecido.

      ¡Qué guapo!

      Viste traje azul oscuro con una casi imperceptible raya diplomática de color más claro, camisa azul cielo y corbata de rayas en diferentes tonalidades de azul. Su pelo es castaño, ligeramente ondulado y peinado hacia un lado al estilo de Matt Bomer. Sus almendrados ojos verdes, sus espesas pestañas y sus cejas perfectas hacen de él un hombre muy interesante. Su boca… ¡Qué boca, madre! Sus labios carnosos, rosados y sensuales son capaces de arrebatar el aliento a cualquier fémina. Su nariz es recta y su mentón ligeramente cuadrado. ¡Gracias a Dios que no va a