Rosa Castilla Díaz-Maroto

El frágil aleteo de la inocencia


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sé y me siento agradecido por ello. Tu determinación fue crucial a la hora de la rápida recuperación de mi padre, si no fuese por ti… ¡quién sabe cómo estaría él ahora!

      —No piense en eso, él está aquí y fuera de peligro.

      —Pero pienso que sin tu ayuda todo hubiera sido diferente.

      —Marian, ¿vienes a comer o piensas quedarte a charlar con Alan? —me pregunta el señor Carson con cierta reticencia. Vuelvo mi cabeza hacia él y veo que no parece gustarle lo que estamos hablando y trata de cortar la conversación.

      —Ya hablaremos —dice Alan ante el reclamo que me hace su padre. Acto seguido se da la vuelta y se sitúa detrás de la mesa.

      Le observo… sigo sin ser capaz de moverme… creo intuir que nuestra conversación no acaba así, sino que queda algo más que decir por su parte… pero eso tendrá que esperar.

      Alan apoya las manos sobre la mesa e inclina su cuerpo sobre esta con la cabeza baja, de repente la levanta y me mira… su mirada oscura… me arroya como un tren de mercancías. Estoy convencida de que queda una conversación pendiente entre él y yo… y… esa idea me inquieta.

      ¡Dios, no sé qué hacer! No sé qué me quiere decir con esa forma de mirarme tan extraña. Decido poner fin al cruce de miradas que estamos sosteniendo y me doy la vuelta sin decir palabra. Me encamino hacia Rachel y el señor Carson que me esperan al otro lado de la puerta.

      La ducha me ha sentado de maravilla. Seco mi cuerpo con cuidado y me aplico una loción corporal con olor a vainilla.

      Retiro con la mano el vaho del espejo. Observo que tengo los ojos cansados, todavía no tengo bien regulado el sueño y me temo que esta noche no va a ser diferente, seguro que le voy a dar mil vueltas a todo lo ocurrido hoy. Menos mal que Rachel se ha comportado durante la comida, su padre me avisa entre risas de que tiene mucho peligro pero que esté tranquila que se va a portar bien conmigo. Lo cierto es que hemos conversado los tres muy animados. Rachel me ha hecho innumerables preguntas sobre las costumbres de los españoles. Es la única que no ha estado en España, Alan ha estado en varias ocasiones por trabajo. Parece que en el fondo nos hemos caído bien y ese hecho me satisface gratamente.

      Carlos.

      ¡Dios santo! No he tenido tiempo de pensar en él, ni siquiera le he llamado… necesito escuchar su voz. Sé que estará esperando ansioso a que le cuente mi desembarco en Carson & Carson.

      Me fijo en mi pelo mojado y pienso que será mejor secarlo un poco aunque esté cansada y sin ganas, así que peino con cuidado cada mechón. Cojo el secador de pelo que está en uno de los cajones de la encimera de los lavabos y comienzo a secarlo. Solo le quitaré un poco de humedad, no voy a perder más tiempo, tengo que hablar con los míos para contarles las nuevas novedades antes de que sea más tarde ya que aquí son las cinco de la tarde y en España más o menos las once de la noche.

      En la soledad de mi habitación medito sobre lo que me está cambiando la vida. No he tenido casi tiempo de reflexionar sobre ello… bueno… sí, alguna que otra noche de insomnio… pero muy por encima. Me lo tomo como si estuviera de vacaciones e intento disfrutar de lo diferente que es el día a día en esta ciudad. Tengo ganas de empezar a trabajar, pero eso debe de esperar por ahora, hasta nueva orden. Sonrío al recordar las palabras del señor Carson durante la comida: “estás de vacaciones hasta nueva orden, así qué disfruta de ello y no pienses más en el trabajo”.

      Durante la comida el señor Carson se ha referido al rancho que tiene en el estado de Virginia. Debe de ser, por lo que han descrito padre e hija, un lugar muy hermoso donde descansar y desconectar de todo. Me ha invitado a pasar el fin de semana allí junto a Rachel y quizá Alan. No ha aceptado un “no” por respuesta… así qué… no me ha quedado otra que aceptar. Pasar tres días con ellos en plan familiar no es algo que me entusiasme pero… no he tenido otra opción. He traído poca ropa cómoda para ponerme. He avisado a Bryan de que mañana iríamos a hacer algunas compras para el fin de semana.

      De repente, en la intimidad de mi habitación, se mezclan en mi mente las imágenes de Carlos y de Alan. Noto como el corazón se me encoge.

      ¡¡Carlos, Carlos, Carlos!! Resuena su nombre en lo más íntimo de mis pensamientos.

      Dentro de mí… es como si le estuviera traicionando… le recuerdo cálido y cercano… suave y ligero como el viento al rozar mis mejillas. Suspiro, cierro los ojos y le veo… Su sonrisa, sus enormes ojos negros, esa mirada penetrante y… sensual… su olor… Respiro hondo, mi pecho se hincha al respirar con vehemencia. Me siento culpable por pensar en… ¡No puedo dejar de pensar! La imagen de Alan… aparece perturbando mi pensamiento, se muestra cautivador, enigmático, frío, denso, controlador… tentador. Diferente, pero no sé hasta qué punto es diferente y lo que ello conlleva.

      ¿Quién me iba a decir a mí que algún día estaría dando vueltas a mi cabeza pensando en estos dos hombres?

      Si Andrea supiera la de cosas que se me pasan por la mente diría que no soy su amiga, que se la han cambiado. No soy capaz de pensar en uno así que… ¡¿cómo voy a ser capaz de pensar en dos?! Vamos, que no se lo iba a creer ni en broma, es algo que no es característico en mí sino todo lo contrario. No me atrevo a confiar mis pensamientos a Andrea por muy amigas que seamos. Estoy segura de que me soltaría un sermón de narices y por supuesto defendería a Carlos con uñas y dientes. Andrea es una cabeza loca… pero también sé que tiene los pies en la tierra aunque no lo parezca.

      Me siento en el sofá envuelta todavía en el albornoz.

      Sola.

      Me encojo de hombros y miro a mi alrededor, sola, en una ciudad extraña… en fin…. suspiro y relajo los hombros, a lo hecho pecho y a tirar para adelante, ¡no queda otra, Marian!

       CAPÍTULO 14

      Hace un tiempo magnífico. He comprado todo lo que me hacía falta para el fin de semana. Bryan ha sido una buena compañía, ha aceptado a regañadientes entrar conmigo en las tiendas y hasta hemos tomado café juntos, eso sí, no ha permitido que pagara. Es un caballero dentro de lo rudo que pueda parecer a simple vista, hay que conocerle… voy descubriendo día a día… a una gran persona. Está soltero y parece ser que sin compromiso. Me he permitido la impertinencia de preguntar por su familia… sobre si tiene esposa e hijos… ¡solterito!, qué pena… Parece un buen hombre, pero a lo mejor él está la mar de bien.

      Bryan es puntual como siempre.

      Son las nueve y cuarto de la mañana del viernes, llevo una maleta pequeña para pasar el fin de semana en el rancho. El señor Carson y yo vamos juntos en el coche. Me confirma que en dos horas y media más o menos estaremos en el rancho disfrutando del sol y de la tranquilidad del lugar.

      Me pone al corriente de que una familia cuida del rancho en su ausencia. Ellos viven allí y lo mantienen en perfecto estado.

      A lo largo del trayecto hablamos de lo bien que he caído a los diferentes responsables de la empresa, de cómo Alan ha alabado mi sencillez y saber estar, al igual que Rachel.

      El señor Carson aprovecha a atender algunas llamadas, mientras, yo disfruto del paisaje. Bryan me va contando en voz baja los diferentes sitios por los que pasamos a modo de guía; un detalle por su parte.

      Alan, posiblemente, llegará por la tarde al igual que Rachel.

      El señor Carson está impaciente por llegar al rancho. No quiere desvelarme cómo es, quiere enseñármelo él mismo.

      —Ya estamos llegando a Providence Forge. Providence es una localidad del condado de New Kent —dice el señor Carson volviéndose hacia mí.

      —El paisaje es precioso—aprecio.

      —Lo es todo el estado de Virginia, de norte a sur y de este a oeste. Es de una gran belleza, amo la tierra de mis antepasados—dice con rotunda determinación.