Rosa Castilla Díaz-Maroto

El frágil aleteo de la inocencia


Скачать книгу

no te suponía tan joven —dice seria —y tan bonita.

      —Rachel, estás intimidando a Marian —le reprocha su padre—. Anda, no seas traviesa y pórtate como una señorita educada.

      Alan no aparta su mirada de mí. Me mira serio, parece estar esperando a que reaccione ante el ataque de Rachel.

      Decido mantenerme inalterable, solo observándola y sin dar pie a que siga atacándome. No le voy a dar ese gusto.

      —Esperaba que fueras más mayor y más… fea. Eres más llamativa de lo que imaginaba —me mira con ojos de pillina—, vaya, eres hermosa y delicada, si señor… Una delicia para cualquier hombre que se precie.

      —Por favor, Rachel.

      Se escucha por fin la autoritaria y firme voz de Alan.

      —Para de una vez, estás molestando a Marian.

      Esta se gira sobre sus pies y mira a Alan.

      —¿Qué pasa hermanito…? ¿No es cierto lo que digo?

      —Aquí lo único cierto es que estás diciendo un montón de tonterías y que Marian no se merece que le hables de esa manera.

      Alan me mira con gesto de preocupación por encima del hombro de su hermana. El señor Carson se muestra claramente molesto.

      —Marian, perdona a Rachel. No sé qué mosca la ha picado, no se lo tengas en cuenta—me pide el señor Carson.

      Yo les miro a los tres sin entender nada. No entiendo el comportamiento que están teniendo conmigo. El señor Carson no parece ni el mismo, ¿quizá Rachel es capaz de influir sobre los dos varones de forma negativa? ¿Es capaz de anular a Alan y al señor Carson?

      —Está bien… —se vuelve hacia mí—, solo estaba bromeando, te estaba tomando el pulso.

      Su cara se ilumina y una enorme sonrisa se extiende por su rostro, sus ojos se vuelven chispeantes, llenos de energía; una transformación total.

      —Perdóname, Marian —suspira—, tenía ganas de conocerte y de ponerte a prueba. La has superado con creces, ni te has alterado un poco. Esperaba que saltaras como un resorte. Como ya sabes soy Rachel y te doy mi más sincera bienvenida.

      Veo como se me acerca con la mano extendida.

      Yo… miro a ambos, padre e hijo. Mi rostro, estoy segura, muestra desconfianza y decepción.

      Finalmente Rachel se detiene a una corta distancia de mí y sigue ofreciéndome su mano. Yo dudo, esto me parece una broma pesada y peor me parece… que el señor Carson no haya puesto antes punto y final a la parodia de esta mujer. Decido estrechar su mano brevemente no sin antes lanzarle una mirada de desaprobación. Ella entiende a la perfección mi malestar y me pide con un gesto que la perdone.

      —Marian, Rachel, mi hija… es muy peculiar. Ambos —se refiere a Alan y a él— la conocemos muy bien. Temíamos que no te aprobara pero por su extraña forma de comportarse sabemos que le has caído de maravilla; aunque a ti no te lo parezca.

      Vaya… menudo consuelo y menuda forma de aprobarme… Estoy descolocada y confusa, pero bueno… ¿esta es manera de recibir a una persona? ¿La educación de esta gente dónde está? Y lo que me parece aún peor… ¿cómo el señor Carson permite que su hija tenga ese comportamiento conmigo? ¿Están locos o qué?

      —Rachel es muy peculiar —dice Alan— hay que dejarla, es un encanto te lo aseguro —me trata de tú a tú con una risueña e inocente sonrisa que aún no había descubierto en él—. Ahora puedes estar segura de que le gustas.

      —Sí, perdóname Marian. Creo que nos vamos a llevar bien pese a este primer encuentro.

      Tomo aire. Todos mis sentidos están en alerta. Me parece todo muy extraño y desconfío.

      —No entiendo la broma y menos la manera de dirigirse a mí, señorita o señora.

      Los tres se quedan extrañados ante mi reprimenda, utilizo un tono suave pero contundente a la hora de reprender.

      —Tienes razón —Rachel se apresura a dirigirse a mí conteniendo el avance de su padre, supuestamente dispuesto a mediar entre su hija y yo—. Sin duda no son maneras… pero… así soy yo… te pido disculpas. Te aclaro que soy señorita ya que no estoy casada —suspira después de aclararme su estado civil—. He de confesar que tengo un extraño sentido del humor, pero eso ya lo saben aquí los presentes —dirige la mirada a su padre y a su hermano—, cuando alguien me gusta… aunque la acabe de conocer, me gusta saber cómo respira. Vas a pasar mucho tiempo con dos de las personas que más quiero en este mundo y aunque pueda parecerte una loca te aseguro que estoy muy cuerda— su mirada delata la sinceridad de sus palabras.

      Sus argumentos siguen sin convencerme del todo. Para ella es un juego pero para mí…

      —Acepto sus disculpas.

      —Confío en que este hecho no empañe nuestra relación.

      Respiro hondo, suelto todo el aire de los pulmones y…

      —Seguro que no —respondo finalmente.

      —Está bien chicas, ¿qué tal si corremos un tupido velo y nos vamos a comer? —nos sugiere el señor Carson con entusiasmo.

      —Me encanta la idea papá —dice Rachel— Tenemos muchas cosas que contarnos.

      Acto seguido me busca con la mirada esperando que le diga algo.

      —La verdad es que tengo hambre —afirmo con una media sonrisa.

      Alan nos observa a los tres con una pose distante, como si la proposición no tuviera nada que ver con él.

      —Siento no poder acompañaros, tengo trabajo que hacer —me lanza una mirada llena de intenciones. Parece lamentar no poder acompañarnos.

      —Hijo…

      Alan pone el cuerpo tenso y el gesto grave.

      —Lo siento papá, pero es muy importante que deje zanjados algunos asuntos —su cara delata cierta preocupación. Apoya las manos a ambos lados de sus caderas y baja la mirada al suelo con gesto de verdadero fastidio. Parece ser que es primordial que atienda algunos asuntos sin demora.

      —Como quieras. Luego te veré.

      —De acuerdo —zanja la conversación.

      La verdad es que me da cierta tranquilidad saber que Alan no va a venir a comer con nosotros, bastante voy a tener con su hermanita… Espero que no me dé la comida.

      Mientras estoy reflexionando… padre e hija se dirigen a la puerta del despacho mientras yo me quedo paralizada mirando a Alan Carson. Su mirada perdida se encuentra en estos momentos buscándome y al fin sus cautivadores ojos verdes capturan los míos. Un delicado y suave escalofrío recorre mi espalda haciendo que mi cuerpo se yerga. Su forma de mirar… creo que estoy magnificándolo todo, cada gesto suyo, cada palabra, cada mirada, cada atención que tiene hacia mí creo exagerarla en la medida que la intimidad de mis pensamientos me permiten. Su mirada me retiene de manera extraña e incomprensible, pero ahí me tiene, en la intimidad de un tú a tú privado. Solos, él y yo, en un tortuoso y agónico silencio.

       CAPÍTULO 13

      ¡Malditos nervios!

      Aparto la mirada de Alan y mis ojos se pierden en la estancia sin mirar a nada en particular. Sigo paralizada ante él. Me mira como si me quisiera decir algo y no se atreviera; lo medita, se da su tiempo y…

      —Gracias —murmura

      ¿Gracias? ¿Por qué?

      —No entiendo.

      —Por cuidar de mi padre —sus sinceras palabras me conmueven.

      Respiro