Rosa Castilla Díaz-Maroto

El frágil aleteo de la inocencia


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casa es enorme, el salón inmenso. Tiene varios ambientes y el mobiliario también es de estilo colonial mezclado con estilo francés e inglés. Inés está impaciente porque pruebe la deliciosa limonada que prepara su madre, insiste en que me dé prisa.

      Todo el salón da al gran porche que rodea casi toda la casa, excepto la fachada principal.

      Desde luego la limonada estaba deliciosa. Todos son muy amables conmigo.

      Necesito estar un rato a solas, es mejor que suba al cuarto y coloque la ropa de mi maleta en el armario.

      María me colma de atenciones constantemente.

      Necesito hablar con Carlos, le extraño. La verdad es que tengo poco tiempo para hablar con él, tanta diferencia horaria lo complica. El rancho dispone de Internet, en cuanto tenga un momento hablaremos, al ser fin de semana es más fácil hacerlo. Tengo que arreglar lo de mi móvil privado con urgencia.

      Un pantalón pirata, una blusa fresquita, unas sandalias y un recogido informal para estar más cómoda… y listo.

      Han vuelto a abrir la puerta principal de la casa de par en par. Alcanzo a ver un vehículo deportivo de color negro delante de ella. Veo a Antonio montarse en él, seguramente va a aparcarlo.

      ¿De quién será?

      Una repentina ráfaga de aire fresco acaricia mis mejillas. Miro hacia el salón, las puertas que dan salida hacia el porche están abiertas y el fino visillo vuela. Cuando estábamos tomando la limonada no corría casi el aire, daba sensación de bochorno, el aire ha cambiado de dirección.

      Veo a contraluz acercarse la silueta de un hombre. Una misteriosa sensación se apodera de mí.

      ¡¡ Por Dios, qué no sea él!!

      Mi cuerpo tiembla como una hoja, hasta mi barbilla tiembla tan solo de pensarlo.

      Sea el que sea me está viendo y yo no sé hacia dónde ir, desconozco la casa. Me quedo petrificada sin saber qué hacer.

      Lleva las manos en los bolsillos del pantalón mientras camina hacia mí con un ligero balanceo. Se le ve relajado, no tiene prisa por cruzar el umbral y adentrarse en el salón. Él me ve a mí al igual que yo a él, a contra luz pero en cambio yo no me muevo. Parezco una tonta pavisosa ¡será posible!

      Poco a poco se adentra en el salón, pero sigo sin ver su rostro.

      ¡Maldita sea, qué aparezca alguien o me va a dar un soponcio!

      Nada de nada.

      Nadie.

      Es él.

      El corazón me late a mil por hora. No quiero que centre su atención en mí… pero ya es tarde. La luz va descubriendo su fisonomía poco a poco y paso a paso. La luz es caprichosa y me lo muestra como si fuese… un conquistador en busca de su conquista.

      Unos cómodos pantalones de color café con leche, una camisa de lino blanco arremangada hasta debajo del codo, calzado deportivo, cabello despeinado y un reloj deportivo de grandes dimensiones ceñido en su muñeca izquierda y todo un despliegue de… sensualidad camina hacia mí.

      Confirmado.

      Está lejos aún de mí… pero ya me tiene donde él quiere. O eso es lo que yo pienso… y estoy equivocada.

      ¿Acaso piensas qué ese hombre se ha fijado en ti?

      ¿Acaso piensas qué busca algo en ti?

      ¡Tú no eres nadie para él!

      Soy insignificante para él. Con la de mujeres que ese hombre debe de tener a su alrededor esté casado o no, o prometido o no, o soltero…

      Mi cabeza… me dice que sea sensata, que actúe con cordura y me deje de fantasías.

      ¿Cómo puedes pensar en él de esa manera?

      ¿Acaso Carlos no es suficiente para mí?

      Claro que lo es. Me vuelvo a sentir como una traidora, tengo que borrar de mi mente todos esos pensamientos… que lo único que pueden hacerme es… daño.

      La boca se me seca al ver cómo se va acortando la distancia entre los dos.

      ¿Es un Dios divino o un demonio perverso y cruel?

      Es provocador y encima lo sabe. Sé muy poco de hombres pero me la juego a que le encanta seducir a las mujeres, extraer de ellas lo mejor, disfrutarlas y después arrojarlas al infierno para que se consuma lo poco que queda de ellas. ¡¡Esta cabecita tuya te va a traer más de un disgusto!! —se burla mi conciencia.

      ¡¡ Céntrate!!

      El no saber cómo son y no conocer a las personas, nos hace crear un mundo inventado alrededor de ellas; a sabiendas de que probablemente estemos equivocados.

      La soledad hace… que piense en todas estas tonterías. El no poder hablar… con amigos, con gente de mi confianza hace que invente, que magnifique, que saque de contesto palabras, gestos, miradas y que se yo… ¡qué más tonterías!

       CAPÍTULO 16

      Alguien me arroya por detrás.

      Alguien con mucha prisa hace que me tambalee y que dé un paso hacia adelante, perdiendo casi el equilibrio.

      Una mujer de cabello rubio cobrizo casi tirando a pelirrojo camina a buen paso contoneando a buen ritmo sus caderas. Alan me mira con preocupación al ver que me tambaleo, es testigo directo de cómo esa mujer me arroya sin contemplaciones.

      —Alan, querido.

      Menudos modales tiene la muy estúpida. Si llega a ser a Andrea a la que arroya… la coge por los pelos y tira de ella y si es necesario la arrastra. Menuda es mi amiga, ella sí que le enseñaría modales.

      —Alan, amor ¡Cuánto tiempo sin verte!

      ¡¿Amor?!

      La pelicobriza atrapa a Alan en un muy pero que muy estrecho abrazo. Se cuelga de su cuello obligándole a bajar la cabeza para poder estampar sus morros en los de él. Alan la coge por la cintura para no perder el equilibrio.

      Por fin, después de saciar su sed separa sus labios de los de él y esconde su rostro en el cuello de este mientras con una de sus manos le acaricia la mejilla.

      Yo no sé para donde mirar, para donde ir… —respiro agobiada, cortada. Junto mis manos y dirijo la mirada hacia ellos. Decido dar media vuelta y salir por la puerta principal que está a mis espaldas. Un paseo me vendrá bien. Necesito tomar el aire. Detesto estar en medio de escenitas de contenido amoroso y detesto ser arrollada por personas que tratan de ignorarme como si yo fuese un mueble viejo.

      ¿Eso es lo que parezco a toda esta gente?

      ¿Tan insignificante parezco?

      —¡Marian!

      Me detengo. Es la voz de Alan. Me reclama.

      Pero continúo mi marcha.

      —Marian, por favor —insiste.

      Esa mujer parece mucha mujer. Viste informal pero elegante. Pantalón pitillo color rosa empolvado y una blusa blanca sin mangas con botones cuidadosamente desabrochados para que sus abundantes razones, muestren toda su tersura y esplendor a los ojos del hombre que ella llama “amor”

      ¿Yo?

      Parezco una pueblerina. Y en realidad es lo que prefiero parecer, no quiero llamar la atención.

      Le tengo justo detrás de mí. Muy cerca de mí.

      Me giro para mirarle.

      Necesito tomar aire al tenerle tan cerca y ver… lo increíblemente interesante que resulta verle fuera del escenario empresarial. Lo diferente que se muestra al estar relajado